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Saray Encinoso Brito lleva casi dos décadas dedicada al oficio del periodismo, siempre con un enfoque social y cercano a la realidad de las islas. En el 2020 iba a cumplir el sueño de una vida: viajar a Buenos Aires, una ciudad que ama por delegación. Ya tenía los billetes comprados cuando el mundo colapsó por la expansión del coronavirus pero ese viaje frustrado fue canalizado a través de su estreno editorial 'El año que no viaje a Buenos Aires' (Ediciones Menguantes), un texto en el que explica las razones de su pasión por la capital argentina y que a través de su labor documental nos ayuda a ubicarnos en problemas adheridos a la historia de la humanidad desde hace siglos.
-Cumple con el tópico de que los grandes problemas traen grandes oportunidades. ¿Antes de la pandemia había imaginado alguna vez escribir este libro?
-Nunca. Y mucho menos escribir algo que no hubiera ocurrido, por esto de dedicarnos al periodismo. Siempre me acuerdo de mi madre, que siempre dio por hecho que escribiría un libro. Nunca creía tener, por ejemplo, la posibilidad de escribir una novela. Al principio fue un reto que tampoco estaba segura si sería capaz de hacer, así que para que se pareciera un poco a lo que estaba acostumbrada a hacer lo hice investigando como normalmente hacemos los periodistas.
-Este libro nace de un viaje frustrado y no sé si lo compensa...
-Cuando comienzo a preparar un viaje y el cronograma de lo que voy a hacer eso me ayuda porque de alguna manera es como si ya estuviera viajando. En ese sentido me ayudó porque el año pasado no pudimos viajar y este todavía está por ver. Me hizo ilusión recordar las anécdotas familiares que han hecho que yo tenga este gusto por Buenos Aires. Pensar en mi padre y en mi familia. Pero no logra sustituir a la experiencia del viaje físico.
-Imagina un Buenos Aires muy personal y ajeno a lo que ordenarían hoy en día los algoritmos...
-Al final nos ponemos tantas obligaciones cuando vamos de viaje que a veces volvemos de ellos con una especie de insatisfacción. Como si no hubiéramos conseguido hacer todo lo que tenemos que hacer porque lo marca la guía o lo dicen otras personas que hayan estado. A veces, por muchos viajes yinkana que nos hayamos propuesto volvemos y alguien nos dice que si no estuvimos en tal sitio. El viaje de cada persona tiene que ser distinto, porque cada uno tiene intereses particulares cuando viaja a un lugar. O me gusta pensar que es así. No tiene mucho sentido que nos pasemos todo el año ahorrando para ir a un sitio que no nos ha llamado la atención nunca, solo por el mero hecho de decir que un día estuvimos en Tailandia. Un viaje nos debería aportar algo y que ese algo solo lo sepamos nosotros.
-¿Viajamos más pero peor que las generaciones anteriores?
-A veces pensamos que vivimos mejor porque podemos viajar a cualquier sitio. Las compañías de bajo coste han puesto en el mapa lugares que antes no existían y eso ha hecho que esos sitios que no se pensaban a sí mismos como lugares turísticos hayan descubierto que tienen algo que ofrecerle a la gente. No sé si eso hace realmente que conozcamos más el mundo o todo lo contrario. Hace poco leí que lo más revolucionario era conocer el mundo desde el sofá.
-¿Así es como su padre cultivó ese amor por Argentina y le puso tras la pista?
-Recuerdo que nosotros estábamos viendo una película en el salón y me padre estaba con su tablet o su ordenador mirando el Google Maps. Le preguntas por Buenos Aires y habla mucho mejor de la ciudad de lo que puedo hablar yo de Santa Cruz. Se sabe todas las calles. Cuando él se fue a conocer la ciudad y volvió estoy seguro que no sabía más que antes de marcharse. Conoce la actualidad de lo que allí pasa.
-¿La música ha sido su puerta de entrada al país?
-Cada uno tiene sus vínculos y yo tengo mucha relación con esa literatura. Pero sobre todo ha sido por la música. De pequeña mi padre me ponía canciones que iba descubriendo, y que en aquellos momentos yo no soportaba. Y acabé en conciertos de Fito Páez con mi hermana. Esas canciones me han ayudado a conocer la historia de Argentina.
-Este libro es un ejemplo de como lo personal se vuelve universal. A través de la historia de su familia y su relación con Argentina pasan por sus páginas historias de migración, de superar una dictadura...
-A mí me llamó mucho la atención descubrir que en Argentina hubo un hotel para recibir inmigrantes. En Canarias sabemos bastante bien lo que es que las personas se jueguen la vida para intentar tener una vida de verdad, por eso me llamó la atención que en un país como Argentina tuviese tan claro que necesitaba mano de obra para levantar su país y tenían la certeza de que tenían que tener unas instalaciones para que esas personas que llegaban tuviesen un alojamiento digno donde quedarse, para luego buscarse un trabajo y después contribuir a la economía del país. Aquí en cambio hemos visto lo que ha pasado con la apertura de los hoteles en Gran Canaria, que no ha gustado a mucha gente. Deberíamos reflexionar todos sobre lo que siempre hemos dicho en Canarias, que todos somos inmigrantes y nos vamos a seguir moviendo siempre.
-Despide el libro dando las gracias a los argentinos, que le han permitido hablar de la ciudad sin haberla pisado. ¿Cómo fue enfrentarse a ese proceso?
-Siempre pienso que cualquier ciudad siempre es distinta en función de quien la ve. Pero cuando hablo de una ciudad en la que no he estado tuve que buscar muchas cosas que seguramente estén idealizadas. Sé que la vida allí es dura y la mía es una visión de la ciudad utópica que tengo en mi cabeza. Pero estoy segura de que el día que vaya allí no va a cambiar mi visión y seguiré mirando con mis filtros (ríe).
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