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Casi nueve décadas después de su muerte, Miguel de Unamuno ha acabado convenciendo más que venciendo. La figura del escritor, el intelectual europeo más censurando de su época, se va esclareciendo con el paso de los años, aunque sigue escapando a cualquier intento de encasillamiento. El autor de 'El sentimiento trágico de la vida' arremetió contra todo y contra todos, sus dardos descarnados contra la dictadura de Primo de Rivera, la alianza entre la monarquía y la Iglesia, el fascismo y el comunismo son reveladoras de una independencia intelectual insobornable, si bien el precio que tuvo que pagar por ello fue caro. Sus críticos le tachan de incongruente, pero cambiar de opinión no es un desdoro, sino un signo de honradez. «Me alzo contra quienes critican sus paradojas. Tenía una cualidad enorme: Unamuno podía reconocer que se había equivocado, cosa que hizo con la Guerra Civil y Franco», asegura la hispanista y experta unamuniana Colette Rabaté.
Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) ha sido presentado en ocasiones como un compañero de viaje de la Falange, cuando en realidad fue uno de los detractores más implacables de los insurgentes. Cierto es que donó 5.000 pesetas a los sublevados, pero esa querencia inicial fue desdicha después, cuando dejó escrito en una carta que los golpistas le tenían secuestrado en su propia casa.
Los admiradores de Unamuno están de enhorabuena porque sus sentencias y discursos siguen suscitando interés. Prueba de ello es la exposición que la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, acaba de inaugurar, 'Unamuno y la política. De la pluma a la palabra', que indaga en los pronunciamientos políticos del escritor. La muestra, que permanecerá abierta hasta el 8 de diciembre, se compone de 165 piezas entre originales y fotografías. Hay manuscritos, artículos de prensa, muchas fotografías y algunos objetos, como la banda con insignia de la Orden de la República y el título de Ciudadano de Honor. Un reconocimiento llamativo, pues Unamuno acabó desencatado de ese sistema político, y eso que fue diputado en la Cortes republicanas.
Los comisarios de la muestra, el matrimonio formado por Colette y Jean-Claude Rabaté, exploran aspectos menos conocidos del miembro de la Generación del 98, más allá de su agrio enfrentamiento con el fundador de la Legión, José Millán Astray, en 1936. Unamuno fue un agitador permanente y feroz representante del movimiento anticolonial. Suyo es aquel dictamen que decía: «Merecemos perder las colonias más que por crueles (que lo somos) por imbéciles y soberbios».
El espectador puede escuchar la voz del pensador, una voz aflautada a cuyo dueño le disgustaba. La exhibición incluye una grabación, la única que existe, con palabras del creador de 'La tía Tula'. Pese a su torpe dicción, agravada por la ausencia de algunas piezas dentales, el timbre agudo de Unamuno se imponía en las tertulias y conversaciones cuando despotricaba contra diestro y siniestro. Sus palabras resonaron nítidamente el 12 de octubre 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando supuestamente pronunció la máxima de «venceréis pero no convenceréis» En puridad, no se sabe exactamente lo que afirmó. Debió de ser una reacción airada ante los exabruptos de Millán-Astray porque al día siguiente, como subraya Jean-Claude Rabaté, fue destituido como rector de la universidad salmantina.
El de Unamuno fue un talento precoz: a los quince año escribió su primer artículo político y así prosiguió hasta el mismo día de su muerte, la Nochevieja de 1936, cuando se quejaba amargamente de su encierro, ordenado por el bando nacional. Su defunción está llena de misterio. «Me retienen en rehén, no sé de qué ni para qué. Pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí, en mi casa», escribió el catedrático de Griego.
Sus invectivas contra Alfonso XIII, Miguel Primo de Rivera y hasta el que fue su amigo Manuel Azaña son el reflejo de un compromiso con la historia de España que casi acaba en «divorcio». «Uno de sus nietos me dijo que su abuelo murió por la Guerra Civil», apunta el profesor
El desastre de Annual en Marruecos en 1921, en el que cayeron más de ocho mil españoles, fue el detonante que le hizo renegar de Alonso XIII, circunstancia que le acercó aún más al partido socialista. No era una aproximación improvisada: en 1921 ya se había afiliado a la Agrupación Socialista de Bilbao. No por casualidad, Pablo Iglesias le llegó a demandar que fundara un grupúsculo en Salamanca, empeño al que renunció el filósofo por las exiguas que serían sus filas. Para Colette Rabaté, el escritor, pese a su amor acendrado por España, detestaba la «patriotería». Su talente cuadraba con el individualismo liberal como modo de convivencia, si bien a veces se definió como un «anarquista místico».
Nadie ha podido demostrarlo, pero Unamuno pudo perder el Premio Nobel de Literatura por sus acerbos ataques a Hitler, al que tildó de «deficiente mental y espiritual». La Universidad de Salamanca había solicitado formalmente en 1935 la concesión del ambicionado galardón, pero el III Reich, según algunos, porfió para que el jurado desistiera. La hipótesis carece por ahora de pruebas que la avalen, según el hispanista.
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