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Tranquilidad, continuidad y libertad

Tranquilidad, continuidad y libertad

Los aniversarios obligan a echar la vista atrás. Para entender la importancia de los primeros 20 años de vida del teatro Cuyás resulta tan importante mirar al pasado como al presente, porque resulta imposible para un consumidor asiduo de cultura entender la vida en la capital grancanaria sin la programación de este recinto escénico de la calle Viera y Clavijo.

Jueves, 1 de enero 1970

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Los tópicos salen aflote como los peces muertos cuando se trata de valorar una entidad que está de celebración. No se entra en ese terreno si se afirma que sobre el escenario del Cuyás ha pasado buena parte de lo mejor del arte escénico nacional. Incluso, ha puesto alguna que otra pica dentro del panorama internacional, como sucedió con el director Robert Lepage, el polifacético Lindsay Kemp y los bailarines Mijaíl Barýshnikov, Silvie Guillem, Zenaida Yanowski y Carlos Acosta, entre otros artistas.

Gonzalo Ubani, director artístico de este teatro, resume en dos palabras lo que ha permitido a este recinto propiedad del Cabildo de Gran Canaria convertirse una referencia del archipiélago y en una de las plazas de cabecera para las compañías nacionales que deciden emprender una gira por el territorio nacional. «Lo que el Cuyás es ahora es fruto de la continuidad y la tranquilidad», afirma.

«Se trata de dos palabras clave para la gestión cultural. Hemos tenido la fortuna de vivir todos estos años sin injerencias políticas, sin tener que escuchar esas famosas frases de: he tenido una idea o de vamos a llamar a... Lo nuestro resulta anecdótico dentro del panorama escénico nacional, visto lo visto. Lo normal es ver cómo los recintos dan bandazos, sufren inferencias, experimentan reubicaciones y cambios en sus líneas de programación y en su personal. Esas cosas, al final, lo que consiguen es marear y ahuyentar al público», añade Ubani.

Manuel Pineda, que está a punto de cumplir dos años como gerente de este teatro tras la jubilación de Juan Márquez, atribuye esa independencia «al éxito» de las sucesivas programaciones y a los buenos niveles de asistencia.

«Si algo funciona, lo natural es mantenerlo. Creo que han tenido en cuenta que si metían la mano, el tren podría descarrilar. Y eso siempre es un peligro para un político. Lo natural es sumarse al éxito como si éste fuera propio, cuando en realidad es heredado. Es lo más inteligente, apostar por la continuidad y dejar hacer cuando se ve que las cosas funcionan», señala el gerente grancanario.

Reconoce Gonzalo Ubani que contar con el respaldo popular, que en algunas temporadas ha llevado al recinto a contar con más de un 80% de ocupación media, no ha requerido de una varita mágica. Es mucho más simple, en apariencia, de lo que parece desde fuera. «Al público se le convence con calidad, con frecuencia y con una política de precios que esté a su alcance. No hay otra. Es una cuestión de paciencia y de incluir variedad para atraer a todo tipo de espectadores», añade.

Profundiza Ubani sobre esta última cuestión. «Nunca he programado algo en lo que no crea. A veces, me han preguntado: ¿pero cómo traes esto? Pues a eso han venido 2.700 personas que tienen derecho a verlo y que pagan sus impuestos. El programador no programa solo lo que le gusta. Eso sería ser un señor con un juguete carísimo. ¿Quién dice que como espectador me gusta todo lo que programo aquí?», lanza sin ambages.

Entra en la cuestión Manuel Pineda, durante el café que ambos se toman por petición de este periódico en el restaurante del propio teatro. «Se ha conseguido ser una marca. El Cuyás se ha posicionado en la mente del consumidor, con proyectos comerciales y sesudos. En otros espacios, el público acude a ver quién es el que trae el espectáculo. La suerte de un teatro como éste es que compra, exhibe y punto. El director artístico decide siempre. Siempre ha tenido independencia, sin injerencias del político de turno o del gerente. Es una independencia real. Otra cosa es que se sugieran cosas, pero aquí no existe un problema real o larvado entre el gestor y el director artístico, porque cada uno tiene muy bien definidas sus funciones y el lugar que le corresponde. Me he sumado al proyecto hace año y medio y creo que hacemos un buen tándem», subraya.

Manuel Pineda recuerda que un «58% de los recursos» del Cuyás provienen de una institución pública como es el Cabildo. «Eso nos obliga a programar también cosas más minoritarias, porque tenemos una responsabilidad pública. Debemos incluir en la programación espectáculos que de otra manera jamás vendrían a la isla. Un promotor trae a Queen, no espectáculos como El auto de los inocentes», apunta como ejemplo reciente.

«Ese teatro minoritario existe y siempre existirá. Todo es una cuestión de equilibrio», dice el responsable de la programación del teatro, que se incorporó al mismo el 1 de enero de 2001, cuando el Cuyás llevaba año y medio en marcha, dirigido por Manuel Gutiérrez.

Esa veteranía en la casa otorga a Gonzalo Ubani una perspectiva histórica del teatro que el próximo martes celebra sus primeras dos décadas. «¿Qué me encontré cuando me incorporé? Pues que teníamos que hacer las fotocopias en la tienda de enfrente, que no teníamos móviles, que yo compartía despacho con otra persona, y que las oficinas parecían que habían sido bombardeadas», rememora entre risas. «Dicho esto», vuelve Ubani, «me encontré con un teatro sin vicios, sin problemas de personal». El equipo de profesionales de la casa «no llevaba la mochila de funcionario que te coloca en su sitio». Apunta el Cuyás ha tenido la fortuna, durante estos 20 años, de «mantener un alto porcentaje» del equipo fundacional.

El primer director, Manuel Gutiérrez, llegó con un agenda que «situó en el mapa» a este teatro con mucha rapidez. «Tuvo vista. Trajo cosas muy importantes en colaboración con el festival de otoño de Madrid y con el Teatro de La Abadía, del que él venía. Más que gastos, fueron inversiones, porque situaron al Cuyás en el mapa de los grandes jefes del teatro. Incluso, nos situó desde un punto de vista técnico, porque las compañías fueron conscientes de que si habían estado espectáculos de ese nivel sobre nuestro escenario era porque se trata de un teatro solvente al que valía la pena acudir», rememora.

Sobre el equipo técnico, Gonzalo Ubani profundiza. «Venían del arte pobre, de los montajes callejeros, en los que salvas los espectáculos con lo que hay. Eso es fantástico. Si te has dorado en la calle, cuando llegas a una sala como ésta, vas de menos a más. Los que salen ahora de la Escuela del Espectáculo, que depende del Inaem, han hecho prácticas en el Real, la Zarzuela o el Español y carecen de ese bagaje de la calle. Los técnicos es de lo más estable que tenemos y eso es una suerte enorme», comenta sin ambages.

Otorga mucha importancia a una cuestión que puede resultar baladí. «El Cuyás nació en un momento oportuno. El teatro Pérez Galdós estaba a punto de cerrar y nos encontramos con que el único recinto que funcionaba con frecuencia era el Centro Insular de Cultura de aquel entonces. Además, nació de una iniciativa popular, para quitarle de las garras a un grupo empresarial este antiguo cine que iba a convertirse en un centro comercial. Cuando se nace con consenso, se tiene vida. Las ideas peregrinas no llegan a nada. El Cuyás nació de la necesidad de tener un recinto de artes escénicas y de la lucha contra la especulación», explica Ubani.

La noche de su inauguración, el 28 de septiembre de 1999, la rampa de acceso estuvo tomada por una amplia representación de los profesionales de las artes escénicas locales, que protestaron contra una línea de programación que los excluía. «Siempre pasa. La industria local se ve ninguneada durante la primera temporada y protesta con razón. Hay que reconocer que a Manuel Gutiérrez no le llamó dios para la diplomacia e hizo unas declaraciones que enfureció al teatro local. Pero una vez estabilizadas las cosas, él fue el creador de las coproducciones, que fueron clave para el crecimiento del teatro canario», recuerda Gonzalo Ubani.

Los profesionales de las artes escénicas canarios reconocen, unos en público y otros en privado, que la línea de programación del Cuyás les hizo dar un paso adelante, en criterios de producción y calidad sobre el escenario. «Existe mucha autocensura por parte de algunos. Aunque no lo verbalicen, saben que algunas de sus propuestas no las pueden presentar a una programación como la nuestra. Al margen de ciertos egos enfermizos, que piensan que los censuramos, creo que todos saben que no se trata de una cuestión personal, sino puramente artística. Si siguen haciendo lo que hacen, no les programaremos, sean de donde sean. Al público no le importa la procedencia de los artistas. Hay teatros en el panorama nacional que tienen en guetos a las compañías locales, tanto a nivel de fechas como de precios», explica con rotundidad.

Sigue con la cuestión. «Si presentas algo que vale la pena, el Cuyás, tarde o temprano lo programará». «No se trata de un teatro de filias y fobias, porque eso no tiene continuidad. Te puede durar como programador durante una legislatura. Pero, en la siguiente, los que se han sentido agraviados entrarán y te cortarán la cabeza», dice con una clara referencia a su cargo.

Gonzalo Ubani rompe una lanza en defensa de la producción teatral local que existe actualmente en el archipiélago. «En el País Vasco, por ejemplo, no hay tantas compañías de calidad como aquí. Aquí contamos con media docena. Allí son tres. Sobreviven los que tiene que sobrevivir y los que han dado un paso económico a sus proyectos. Ahora, incluso, en las islas hay gente que se mete en la producción teatral de pequeño formato. Tienen un enorme valor. Se producen espectáculos muy interesantes en Canarias, con mucho nivel. Algunos darán el campanazo en breve y se verán en el Cuyás», dice con la mirada puesta en la programación del próximo año, que se anunciará la próxima semana.

Interviene el gerente Manuel Pineda para advertir de los cambios que se avecinan, fruto de la nueva Ley de contratos del sector público. «Ahora, la administración pública nos ha metido bajo sus brazos y nos ha dado un abrazo de la muerte. Ahora, somos un Poder Adjudicatorio No Administración Pública (Panap). No somos administración pública, pero tenemos que hacer las cosas como si lo fuéramos desde una Fundación [en su caso la Canaria de las Artes Escénicas, a la que también pertenece la Sala Insular de Teatro]».

Pineda explica que antes, como Fundación, la tramitación de las contrataciones era más «ágil». «Ahora, la nueva Ley nos obliga a montar expedientes con todo lo que se contrate. Utilizaremos negociados sin publicidad por cuestiones técnicas», añade.

Ambos lanzan una advertencia para navegantes: «La nueva Ley obliga a las compañías a presentar mucha documentación. Tenemos personal que está dando clases a cierto perfil de compañía al respecto, para que presente todo lo que se necesita. Porque tenemos una cosa clara, la compañía que no cumple con lo que la Ley nos exige, no se sube al escenario. En un espacio público, las formas son lo más importante. Después viene todo lo demás».

Preguntados sobre los planes de futuro más allá de este aniversario, Manuel Pineda tiene claro que «no son tiempos para grandes cambios, sobre todo», dice, «porque las cosas funcionan bien».

«La masa crítica de público de esta ciudad no creo que supere a un círculo de 5.000 personas, que es asidua a todos los espacios culturales. Para nosotros, nuestra sangre son los abonados. Son nuestros prescriptores. Mantenerlos es nuestro respaldo diario», añade.

Se sitúa otro objetivo, mucho más ambicioso y a largo plazo. «Debemos vender cultura. Los bárbaros están tomando el control y esos no tienen cultura, por definición. Como Fundación, creo que estamos obligados a desarrollar la cultura, a cultivar a los individuos con formas y un pensamiento crítico». Así, añade, «se generan espectadores con criterio», a los que Gonzalo Ubani define como «ciudadanos».

Desde un punto de vista de funcionamiento, el gerente reconoce que la estructura interna ya está algo obsoleta. «La organización tiene 20 años y hay que reilusionar al personal. Queremos poner en marcha nuevos inicios, que nos ayude a impulsarnos. La continuidad es sana para la programación, pero no lo es tanto a nivel interno», deja caer sin entrar en mayores detalles.

Aunque sí avanza que a niveles de organización, quiere apostar por «implementar mejoras electrónicas» que permitirán «automatizar» muchas tareas y ganar tiempo para cuestiones estratégicas, sobre todo cuando hay que tener en cuenta que aumentar la actual plantilla de 22 profesionales es una utopía, por las limitaciones impuestas a las administraciones públicas.

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