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«Antonio Padrón es el gran cronista artístico del campo canario»

«Antonio Padrón es el gran cronista artístico del campo canario»

Se ha recorrido un arduo camino pero queda mucho. César Ubierna, director de la Casa-Museo Antonio Padrón. Centro de Arte Indigenista, considera que esa es hoy la realidad sobre el artista galdense, 50 años después de su muerte.

Jueves, 1 de enero 1970

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— ¿Qué significa para la Casa-Museo que usted dirige la celebración del 50º aniversario del fallecimiento de Antonio Padrón?

— Hay que contemplarlo dentro del bienio 2018–2020, ya que se cumple el cincuentenario de su muerte y el centenario de su nacimiento. Se trata de los puntos referenciales para lograr situar a Antonio Padrón en la órbita que se merece por su obra. El trabajo se ha fijado, en la parte física en su Casa-Museo, sobre la investigación y la documentación en torno a su figura y a su obra. También se está intentando saldar la gran deuda que se tiene pendiente con su figura desde las islas, que es su desembarco, con una exposición, en Madrid. Su obra gusta mucho a los foráneos. El turista que llega hasta la Casa-Museo, que en número superó a los canarios y nacionales el pasado mes de febrero, tiene un perfil que me encanta. Llega informado y no se trata del visitante que viene preso dentro de una guagua turística. Son dos o tres personas que ya vienen informadas y su permanencia en las instalaciones es altísima. Disfrutan de esta especie de oasis en el corazón de Gáldar, de un lugar en el que parece flotar la creatividad, las sensaciones y las emociones.

— ¿Tiene muchas deudas la sociedad canaria con la figura de Antonio Padrón?

— Sí, bastantes. Es el gran cronista del campo canario. El campo canario ha sido el gran sacrificado durante los últimos años. En el patrimonio y el paisaje agrario se encuentran los últimos vestigios de nuestra cultura. El turismo cultural nuestro está ahí, en ese patrimonio agrario que ha sido usurpado y destrozado y que la nueva ley del suelo acabará por enterrar. Las imposiciones de la Unión Económica también han llevado a que el campo sufra una de las sangrías más grandes, desde un punto de vista etnográfico. Es curioso que la muerte de Antonio Padrón coincidiese con la gran sequía que obligó a despoblar todo el campo y redirigió esa mano hacia el desarrollo turístico. Llama la atención que en ese último cuadro, La Piedad, apareciera ya ese campo muerto. Los últimos años de su vida estuvieron llenos de presagios. Cuando le escribe una carta a Lázaro Santana, en abril de 1968, le comenta que acaba de terminar un cuadro, titulado El niño enfermo. Los niños y las mujeres prevalecen en su obra y le acercan al expresionismo dramático más duro. El paisaje y los colores fríos que lo envuelven todo generan esa sensación de dolor. Es curioso que muchos artistas hayan muerto poco después de pintar La Piedad, lo que puede entenderse como un sentimiento de redención. Su Piedad es especial. Es una virgen negra. Hablamos de una iconografía que se aleja del secuestro que hizo la religión cristiana de mitos que ya existían. Su pieza no tiene ni aureola. Ni en los bocetos previos. Pensaba en pintar también la magua, por aquello del sentimiento de pena ante lo que pudo haber sido. Es algo muy nuestro. Es lo que transmitía en sus creaciones desde un punto de vista iconográfico. Esa magua es lo que nos dejó, porque pudo haber sido uno de los pintores expresionistas más importantes de este país.

— ¿Considera que la profundidad de su pensamiento es una de las claves de su poderío?

— Antonio tiene un profundísimo interés por la arqueología mágica, por la renovación que se produce, desde mediados de los 60, en los temas arqueológicos. Cuando trata la cultura prehispánica la sitúa en cuevas que son prácticamente cerebros. Mantiene los rituales de fertilidad heredados de culturas anteriores. Pero son elementos que no son exclusivamente nuestros. Desde Gáldar, estas reflexiones llegan a la globalidad. Llega a sentimientos propios de casi todas las culturas. Son los motores que mueven a los pueblos agrícolas y él conecta con todos.

— Antonio Padrón era canario pero también ciudadano del mundo...

— Sí, su obra es canaria y del mundo. Nunca estuvo aislado, a pesar de vivir en Gáldar. Hay que saber lo que leía, lo que escuchaba, lo que veía... eso muchas veces no se tiene en cuenta a la hora de analizar la obra de un artista. Eso es lo que le da sustrato a su obra. Por ejemplo, pintaba por las tardes. Durante las mañanas se dedicaba a las fincas de su tía. Tiene su importancia, porque la independencia creadora la da la independencia económica. Su obra es tan específica, especial y distinta porque no necesitaba pintar para vivir. Era una devoción, un placer. Ese campo que pinta es el que le da la independencia para pintarlo. Eso marca la diferencia. Por las mañanas, se nutría de ideas y por las tardes, en este espacio de creación [alude al patio de la Casa-Museo] daba rienda suelta a su pasión. Aquí tenía gacelas, guacamayos, tortugas, peces... Es un jardín interior, no de exhibición, lo que pone de manifiesto que era un hombre que gustaba de mirarse hacia el interior, hacia adentro. Pensaba que el paisajismo era la obra de arte más completa, porque entra por los cinco sentidos. Todo lo combinaba dentro de un útero creador, que era este jardín.

— ¿Le apena que aún sea tan desconocido entre buena parte de la sociedad canaria?

— Cada vez conseguimos que se conozca más. Estamos muy orgullosos de que en países como Lituania y Croacia, los colegios, gracias al Color Sound, hayan conocido su figura y se acercan a la cultura canaria. El trabajo musical de Heriberto Cruz con su trabajo, a partir de diez de sus cuadros, ha sido un gran avance. Con iniciativas como esas plantamos algo que después volverá. Los colegiales de la isla, por suerte, cada vez lo conocen más.

— Esa ha sido una de las bases de su proyecto como director, ¿no?

— El proyecto pedagógico es fundamental para nosotros, en los distintos niveles educativos. El museo de una forma activa y divertida trabaja para que entre en el alma de los jóvenes. Hay que fomentar la sensibilidad, porque sin sensibilidad no hay patrimonio. El patrimonio es sentimiento. La sensibilidad artística va junto a la social. La empatía es clave.

— ¿Hay más sorpresas escondidas de Antonio Padrón, como los dos cuadros que llegaron el año pasado a la Casa-Museo gracias a una donación de una familia que vivía en Estados Unidos?

— Hay tres Antonio Padrón en Australia. El viaje de esos cuadros será muy interesante, como lo fue el que tuvieron los que llegaron desde Estados Unidos. Siempre hay sorpresas. Antonio era muy generoso y donaba sus cuadros a muchas personas. Para cada adquisición se requieren unos trabajos arduos y densos. Apareció recientemente una de sus piezas fruto de esa solidaridad. Es un cuadro que donó con motivo de un terremoto en Agadir. Se ha recuperado a través del CAAM y espero que llegue a la Casa-Museo.

— ¿En qué momento se encuentra hoy el indigenismo?

— Hay que situarse en el fenómeno en el que se desarrolla, vía Escuela Luján Pérez. El surrealismo era otro movimiento importante. Era una escuela decorativa y allí iban muchas personas sin estudios y se les encaminaba hacia las artes decorativas. Paralelamente, se debatía sobre los textos que llegaban desde Iberoamérica. Hay que recordar que la pedagogía tradicional era vertical y allí se apostaba por la horizontal, donde el maestro no imponía, sino que ayudaba a que el alumno avanzara y se trataba de solucionar los problemas que le iban surgiendo mientras creaba. Que siga funcionando es que aún late ese pálpito de mirar al entorno y a nuestra cultura y tradiciones. Indagar en las raíces y darle vida con un lenguaje moderno. Creo que en obras de muchos aún subyace, como sucede con Jero Maldonado. En Iberoamérica cada vez es más evidente el encuentro del indigenismo con las nuevas tecnologías y eso me parece muy interesante. Muchas veces hemos creído que es un fenómeno iberoamericano. A principios del XX y finales del XIX hay una necesidad de crear un arte propio que reivindicase la identidad de los pueblos. Hubo y hay un indigenismo enorme en África y Asia.

— ¿El salto definitivo para esta Casa-Museo será posible con la ansiada ampliación, vía adquisición del segundo piso donde actualmente está el juzgado y que el Cabildo anunció el año pasado que se aceleraría durante el primer semestre de este año?

— Sí. Ningún museo es concebible sin un centro de documentación. Cuando dispongamos de uno, podremos convertirnos en un espacio de referencia. Contamos con unos fondos extraordinarios, como el de Lázaro Santana, que lo ha ofrecido y que sería el punto de partida de la teorización del indigenismo. El museo documenta, comunica y restaura y nos falta la primera pata. Seguimos a la espera de que sea una realidad. Sería el impulso definitivo por parte del Cabildo. Aún recuerdo cuando llegué, hace veinte años. No había nada. Un mostrador y un teléfono, ni patio ni nada. Durante este tiempo se ha avanzado muchísimo. Hay que tener en cuenta que lo tuvimos más difícil que nadie. Esta Casa-Museo se iba a cerrar y se tenía en mente que sus fondos fueran para el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM). Ahora tenemos solicitudes de becarios de universidades americanas y recibimos a artistas entusiasmados por conocer nuestros fondos.

Un oasis inspirador en pleno casco

Si las paredes hablasen, las de la Casa-Museo Antonio Padrón de Gáldar transmitirían sensaciones emanadas de la naturaleza, junto a un torrente de emociones humanas, sufrimientos y aspectos creativos con sello propio. Este recinto, que forma parte de la red insular que gestiona el Cabildo de Gran Canaria, es un oasis inspirador en pleno casco de este municipionorteño. En su patio, el mismo en el que el artista se refugiaba por las tardes para reflexionar, leer y pergeñar sus creaciones, parece que se ha detenido el tiempo. Tal y como ocurre en su taller, donde brilla esa Piedad que dejó inconclusa cuando murió, con solo 48 años de edad.

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