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La placa original con el nombre de la antigua librería y distribuidora luce desde ayer en el interior del local de la asociación cultural CanariaseBook. Sus promotores -Antonio Méndez, Ezequiel Antúnez, Carlos González y Juan Manuel Rodríguez- se encargaron de colgarla.
Aquellos jóvenes atrevidos, con 40 años más, recordaron algunos de los momentos más intensos que vivieron en esa librería, dedicada a la difusión de los casi inexistentes libros canarios y de contenidos de carácter político. «Éramos comunistas militantes, sin apellidos, con nosotros había hasta curas. Todos los libros marxistas estaban aquí», relató González.
«Tuvimos libros tan extraños como un manual de cómo preparar todo tipo de drogas editado por el Cabildo de Gran Canaria», recuerda Rodríguez, que también mostró una presunta novela titulada Canarias otro volcán que, en su interior, ocultaba el Libro blanco del Mpaiac, de Antonio Cubillo.
Además, el local acogió reuniones ilegales del aún clandestino Partido Comunista e incluso las asambleas del incipiente movimiento feminista canario.
En aquel Océano se respiraba libertad.
Expositor. Libros sobre el comunismo y octavillas políticas copaban el expositor de la librería Océano. «Teníamos una estantería con panfletos de partidos ilegales. El Gobierno Civil los compraba todos», explica Juan Manuel Rodríguez que recuerda el secuestro del libro La sima de Jinámar, del que se vendieron 2.000 ejemplares. «Por fortuna, la policía funcionaba muy mal», apuntó Ezequiel Antúnez.
Canal de distribución. Los volúmenes de editoriales como Ruedo ibérico, Losada, Akal o Fondo de Cultura Económica llegaron a la isla a través de la librería Océano. También se vendió Canarias otro volcán, editado por el sello vinculado a ETA, Hórdago, en cuya mitad se ocultaba El libro blanco del Mpaiac. En la librería ocupaban un lugar destacado las publicaciones sobre Canarias.
Obstáculos. No todos los libros llegaban al expositor de Océano. Los más subversivos eran interceptados por la policía en la misma oficina de Correos, situada a solo unos metros de la librería. «Los libros llegaban en paquetes de cuatro kilos», comenta Rodríguez. También recibían visitas incómodas en la propia librería. «Venían sin orden judicial ni puñetas. Con una pistola y punto».
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