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Mi padre es un monstruo

Mi padre es un monstruo

Lunes, 21 de septiembre 2020, 12:24

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«Mi niñez terminó de golpe una mañana cualquiera a principios del verano de 1991», asegura con pesar Vladan Borojevic. Convertido ya en un adulto y 16 años después del verano anterior a los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, este esloveno busca e internet el nombre de su padre, Nedeljko Borojevic, y descubre que su madre le mintió al poco de estallar el conflicto que acabó con la desintegración de su país natal. Su progenitor, un oficial del Ejército Popular yusgolavo no falleció en febrero del 92 durante los combates. Pesa sobre él una orden internacional de búsqueda y captura del Tribunal Internacional de La Haya por haber cometido crímenes de guerra.

Este descubrimiento es el punto de partida de Yugoslavia, mi tierra (Libros del Asteroide), una lúcida novela del joven escritor esloveno Goran Vojnovic (Liubliana, 1980). El punto central es la investigación que emprende el protagonista para intentar localizar a su padre, con la intención de cerrar una herida que sigue abierta desde su infancia. Pero este camino, en paralelo, permite al lector comprender algunos de los puntos centrales del último gran conflicto armado que se ha desarrollado en el corazón del viejo continente, tras la Segunda Guerra Mundial.

Yugoslavia, mi tierra despliega sus alas para un doble vuelo. Por un lado, Vladan Borojevic emprende un viaje físico por Croacia, Serbia, Bosnia y Eslovenia en busca de su progenitor. También viaja en el tiempo, a su propio pasado, lo que le permite rememorar la marcha de su padre al frente y los pasos que dio junto a su madre para intentar superar la situación límite que se generó en su país natal tras el fallecimiento del general Tito.

Su crecimiento y ciertos sucesos que vivieron sus antepasados más cercanos, que se vieron marcados casi desde la cuna por las luchas étnicas que han dominado el día a día en este enclave europeo, permiten descubrir el germen de un mal que convirtió a Yugoslavia en un avispero mortal.

«Muchos años más tarde, Vida le contó la historia a su sobrino Nedeljko. Y ahora yo la había sabido gracias a su hijo Danilo. El relato ponía al descubierto la peor de las enfermedades de nuestro mundo, y es que la memoria del dolor es incurable. Ese era el relato que yo estaba buscando cuando salí de Liubliana sin saber todavía lo que llegaría a descubrir». Así explica el protagonista-narrador y alter ego del escritor y su generación ese cruce de caminos temporal.

Los ecos del país comunista están vivos en esta novela. Desfilan por sus páginas antiguos pesos pesados del régimen convertidos en sombras de un pasado personal esplendoroso, así como los tétricos bloques de pisos minúsculos y simétricos donde vivían familias enteras, rodeados por unos ideales ficticios para un país que no era más que una amalgama de ideas, credos y razas irreconciliables.

La guerra de los años 90 del pasado siglo XX ocupa un papel primordial en Yugoslavia, mi tierra, aunque la novela de Vojnovic no sea bélica. No relata los combates. Afloran sus consecuencias, directas e indirectas, en la vida cotidiana de los distintos personajes y, sobre todo, en su forma de asumir, entender y explicar lo que sucede a su alrededor.

Las culpas, como es habitual en cualquier conflicto, recaen en uno u otro bando según la perspectiva de cada uno. Más aún en un caso como éste, donde combatieron croatas, bosnios, serbios, eslovenos, montenegrinos, macedonios, kosovares y albano-kosovares.

Algo de luz arroja cierta reflexión de Vladan, el protagonista, tras cruzarse con un policía de aduanas durante el viaje físico contemporáneo en busca de su padre. «No me cabía duda alguna que el aduanero podía convertirse al instante en un hombre despiadado y cruel. No sé por qué, pero siempre me habían dado miedo las personas capaces de esos ataques repentinos de ternura. A esos emotivos hombres balcánicos, que fingían ser tan impasibles, les gustaba dejarse llevar por las melodías sentimentales que les podían arrancar las lágrimas en cualquier momento, y eran las fieras humanas más peligrosas que se podían encontrar en ese medio ambiente selvático y nada agradable. Estaba seguro de que esos cantores eran capaces de perpetrar atrocidades que otros seres emocionalmente menos desarrollados no podían ni siquiera pensar». Habla de la existencia de un «infantilismo balcánico», que considera «un elemento clave de las razias de degolladores de vecinos que se despiertan en estas latitudes, como si fueran un ritual sanguinario, al menos cada cincuenta años». Todo un caldo de cultivo para los temibles chetniks y los tigres de Arkan, la territorialna Obramba eslovena o los ustasha croata, denominaciones que explica el glosario de la traductora Simona Skrabec.

Piezas todas del complejo puzle que desarrolla esta novela sobre la destrucción individual, el sentimiento de culpa y el final de una época. Un libro que abre una brecha dentro del oscuro túnel balcánico, en el que ni sus protagonistas son capaces de entender el porqué de los combates y los genocidios perpetrados.

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