Borrar
La joroba de un camello entre los picos de la montaña. Antonio López Díaz
La isla acamellada: un recorrido por el destierro de Unamuno en Fuerteventura
Reportaje fotográfico

La isla acamellada: un recorrido por el destierro de Unamuno en Fuerteventura

Unamuno llega a Fuerteventura el 12 de marzo de 1924 desterrado por Primo de Rivera tras las constantes críticas del escritor hacia la dictadura y la monarquia. Durante los cuatro meses de confinamiento Unamuno se enamora de Fuerteventura y sus habitantes. «Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos y en ellas se recorta el contorno de éstos. Es una tierra acamellada».

Texto y fotos: Antonio López Díaz

Domingo, 10 de marzo 2024, 09:58

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Opciones para compartir

A Fuerteventura se llega llorando y se sale llorando. Esta frase atribuida a Unamuno resume a la perfección los cuatro meses que el escritor pasó en la isla. Lo que en principio aparentaba un duro castigo fue un rencuentro con el tiempo, para volver a sus lecturas, un reposo necesario para el alma encendida del literato. Un encuentro con el sol y el mar en la «eterna primavera» majorera. Nuevos amigos, excursiones en barca o en camello, donde descubrió los paisajes y las gentes que la isla le ofrecía. Una tierra desolada condenada a la supervivencia, «desnuda, sedienta, esquelética». «En mi vida he dormido mejor, en mi vida he digerido mejor mis íntimas inquietudes». Aquella isla lejana y olvidada fue su balneario y la inspiración para uno de sus mejores libros de poesía «De Fuerteventura a París. Un diario íntimo de confinamiento y destierro». Sonetos escritos mayoritariamente en la isla, publicado en París a los pocos meses de finalizar su aventura canaria. Si Fuerteventura fue un bálsamo para Unamuno, este libro fue una bendición para la isla, ya que rompió los estereotipos que de ella y sus gentes existían.

Aunque prometió volver y su voluntad era ser enterrado en la Isla, jamás regresaría, pero el recuerdo de las áridas montañas majoreras le acompañaría de por vida. «¿Cuándo volveré a ver esas peladas montañas desde la mar en una barquita de hormiga?

Este recorrido visual con fragmentos de la obra de Unamuno, nos trasladan a la luz, los paisajes y el silencio, de los que el autor se enamoró durante su destierro.

La Montaña quemada se erige como un enclave natural de la isla de Fuerteventura. «Oh, la trágica sed de la Montaña Quemada bajo el sol que se reía. Ni llorar su dolor ella podía; cenizas de volcán visten su entraña…»

Montaña Quemada, que alberga el monumento que Fuerteventura encargo al escultor Juan Borges para homenajear a Miguel de Unamuno: «Mandaría que me enterrasen en lo alto de la Montaña Quemada o al lado de ese mar; junto a aquel peñasco al que solía ir a soñar...»

Montaña del Frontón.: «Ruina de volcán esta montaña por la sed descarnada y tan desnuda, que la desolación contempla muda de esta isla sufrida y ermitaña...»

Montaña de Arena. Es el volcán más joven de la isla y el emblema del Malpaís de la arena.

Puesta de sol en el Cotillo. La Torre del Tostón pertenece al sistema defensivo del archipiélago canario construido a finales del s.XVII.

Detalle de raíces entre las piedras volcánicas. «Raíces como tú en el Océano echó mi alma ya, Fuerteventura, de la cruel historia la amargura me quitó cual si fuese con la mano...»

Detalle de las dunas, modeladas por el viento. «¡Oh, fuerteventurosa isla africana, sufrida y descarnada cual camello, en tu mar compasiva vi el destello del sino de mi patria! Mar que sana !...»

Montaña Roja. «Isla de libertad, bendita rada de mis vagabundeos de marino quijote, sentí en ti, ¿orden del sino?, cómo la libertad se encuentra aislada...»

Una mujer pasea sus perros en los caminos a la falda de la Montaña Roja. «Y ¿no estaré luchando, sombra adusta, contra pálida sombra de molino, no de gigante, que al vil peregrino de la pordiosería sólo asusta?...»

Vista de Morro Negro desde el cementerio. «Es una antorcha al aire esta palmera, verde llama que busca al sol desnudo para beberle sangre; en cada nudo de su tronco cuajó una primavera...»

Montaña El Caracol.

Pico de la Zarza.

Barranco de Fayagua «Oh, mar salada, celestial dulzura que embalsamaste mi esperanza loca, me subes a los ojos y a la boca cuando revive en mí Fuerteventura!...»

Detalle de rocas y conchas.

Oleaje en las playas de la isla. «Te has hecho ya, querida mar, costumbre para mis ojos, pies, pecho y oídos, cansados de esperar, y tus quejidos añaden a los míos pesadumbre...»

Una pareja camina al atardecer por la playa, con la Sierra de Licanejo al fondo.

Pico de la Zarza.

Caldera de Gaira.

La Atalayita.

D

Dunas de Corralejo: «No hay un puñado de tierra perdido sin una tumba española olvidada, y esto consuela a los necios que nada tienen al fin que salvar del olvido.»

Una cruz con corazones entre las rocas.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios