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Gómez Aguilera: «Manrique es un mito fastidioso para algunos poderes»

Gómez Aguilera: «Manrique es un mito fastidioso para algunos poderes»

Fernando Gómez Aguilera, director de la Fundación César Manrique, repasa la relación de César Manrique con Lanzarote y la herencia dejada en la isla.

Miércoles, 15 de julio 2020, 11:56

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— Este periódico optó por retrasar al segundo trimestre del año este especial sobre César Manrique porque intuía el uso político que se avecinaba en torno a su figura para la doble cita electoral de la pasada primavera. ¿Le sorprendió el desarrollo de los hechos o se ajustó a las previsiones?

— Lo advertimos públicamente, pero fue inútil. La conmemoración del centenario de César Manrique en un contexto electoral iba a dejar en situación de incomodidad a los poderes públicos que habían gestionado el territorio y la cultura al margen de sus ideas, e incluso en clara contradicción con su legado. Nos ha sorprendido la violencia institucional y la falta de reparos.

— ¿Cómo valora el uso y la manipulación de la figura de César Manrique por parte de partidos políticos y sectores que se han caracterizado y caracterizan por la destrucción del paisaje y el medioambiente de Lanzarote y del resto del Archipiélago?

— Una actitud bochornosa. En veintisiete años de Fundación, con no pocas tormentas de por medio, no hemos vivido ninguna etapa de tan bajo y deforme perfil institucional, de métodos concertados tan burdos y deshonrosos, en particular por parte del Cabildo de Lanzarote presidido por Pedro San Ginés, con la colaboración del Gobierno de Fernando Clavijo.

— ¿La batalla desatada en torno a César durante este año con motivo de este aniversario se puede entender también como que su figura sigue siendo incómoda para algunas fuerzas vivas y poderosas de las islas?

— En efecto. Manrique es un mito tan imprescindible para la sociedad como fastidioso para determinados poderes, una incomodidad a la que contribuye la Fundación que gestiona su legado y no permite que sea usado como un chicle a la medida de intereses espurios. Los partidos, la política y el empresariado que apuestan por la especulación y el desarrollismo, incluido un sector de la cultura apegado al poder, han intentado virar el relato para ajustarlo a sus intereses. La gente, en general, no tiene por qué entender de informalismo matérico ni de arte cinético, pero sabe muy bien que César era una voz clara y directa, sin pelos en la lengua, comprometida y militante contra la especulación y los desmanes, a favor de su tierra, además de que, por otro lado, como creador, hacía maravillas únicas en el paisaje.

— ¿Su mensaje de defensa del territorio y de un uso inteligente y comedido del mismo para potenciar la economía es hoy más vigente y necesario que antes?

— No me cabe duda y así lo percibimos en entornos académicos, periodísticos y sociales. El perfil de artista con amplio calado socio-político, ambiental y territorial es determinante para la proyección y la comprensión cabal de la aportación de Manrique. A Manrique, como materia de estudio, le conviene desbordar del campo disciplinar monolítico y ser oxigenado desde las ciencias sociales, el paisajismo, los estudios culturales, el arte público... Le explican mejor las aproximaciones transversales. La Historia del Arte no lo ha entendido en su complejidad. Hoy comienza a leerse de otro modo más rico, incluso desde la filosofía social, como ha hecho Jakub Klok-Konkolowicz, el director del Instituto de Filosofía de la Universidad de Varsovia en un esclarecedor estudio reciente.

— ¿Cómo lleva la Fundación que usted dirige los constantes ataques y desplantes sufridos durante los años de mandato de Coalición Canaria?

— En los veinte últimos años, tanto en Lanzarote como en el resto de las islas, la Fundación César Manrique ha encontrado interlocutores respetuosos en Coalición Canaria, con quienes hemos podido conversar y discutir las diferencias sobre la visión del territorio y de la cultura, en marcos de reconocimiento mutuo y de interlocución fluida. No podemos generalizar lo que ha ocurrido en esta última etapa, de una degradación institucional abrumadora, acentuada por los intentos reiterados de instrumentalizar a Manrique en el contexto del centenario, cuando era imperioso salir en la foto. Baste como ejemplo recordar que la dirección de Coalición Canaria en Lanzarote trató de impedir ante la Junta Electoral que el ministro de Cultura inaugurase el centenario organizado por la Fundación. Un caso penoso de politización y envilecimiento de los roles y las relaciones institucionales.

— Le pido un ejercicio de autocrítica. ¿Qué ha hecho mal la Fundación en el pasado y en qué aspecto considera que debe mejorar o potenciarse en el futuro?

— Quizá la política institucional de comunicación con la sociedad a través de los medios podría haber sido más activa y más perfilada para explicar nuestras acciones, posiciones públicas y programas.

— ¿La batalla política que ha rodeado el aniversario considera que ha logrado que los valores artísticos de César hayan pasado a un segundo plano?

— Esa batalla política, muy desigual entre los contendientes, ha sido ruido, polvo y paja. César Manrique está muy por encima de las peleas de patio de vecindad y la falta de sentido institucional y democrático de algunos gobernantes. Afortunadamente, hemos cambiado ya de pantalla: las relaciones se han normalizado con los gobiernos. Estamos en una lógica de cooperación que beneficia a todos, y que, por otra parte, es lo civilizado. La universalidad de Manrique, no obstante, desborda hoy en día cualquier intento de minimizar o desnaturalizar su legado y su dimensión simbólica por parte de la mediocracia política y del entorno cultural orgánico que se ha alimentado y movido en los pasillos del poder.

— ¿Pero han pasado a un segundo plano los valores artísticos de César?

— La conmemoración del centenario por parte de las instituciones públicas concernidas, Gobierno de Canarias y Cabildo de Lanzarote, ha sido impropia, de muy bajo perfil, alejada de la relevancia del artista. Las instituciones no han sabido estar a la altura de su deber. Estoy convencido de que se abre ahora una nueva etapa. Por lo demás, los méritos artísticos de César se han puesto en valor y siguen poniéndose, con creces. El CAAM ha organizado una gran exposición; en el Teatro Pérez Galdós acaba de estrenarse un gran musical con buena aceptación del público; el reconocido director José Luis Guerin ha realizado un hermoso cortometraje dedicado al paisaje de Lanzarote en homenaje a la visión de Manrique; el Instituto Cervantes le hizo un homenaje en su sede central de Madrid y compartirá un programa de actividades en distintas sedes del Instituto por el mundo; el CDAN de Huesca organiza un exposición en marzo de 2020... Entre decenas de actividades de calidad desarrolladas a lo largo del año del centenario, la Fundación le dedica a Manrique cuatro exposiciones; un congreso en el que participarán más de 30 creadores e intelectuales de Canarias; cinco mesas redondas; un seminario con profesores de primer nivel como Simón Marchán y Estrella de Diego; podrá verse una película dirigida por Miguel G. Morales coproducida por TVE y la FCM; se imprimirán en este año conmemorativo varias publicaciones... Solo por indicar algunas acciones.

— ¿Desde un punto de vista artístico, queda mucho por estudiar y descubrir de César o ese terreno ya está trillado?

— La lectura compleja y enriquecida de César está por venir. Se le ha estudiado bien desde la perspectiva de la Historia del Arte, pero queda abrirlo a lecturas interdisciplinares y a nuevos enfoques más allá de la Academia y las rutinas. Manrique es un artista de discurso ajeno a sofisticaciones, sencillo en sus enunciados, pero de obra y significados complejos. En la actualidad encuentra una circunstancia histórica más propicia para suscitar interés y nuevas interpretaciones.

— Sé que es difícil generalizar y le pido un ejercicio de síntesis, ¿con qué aspecto artístico de Manrique se queda y por qué?

— Me interesa la riqueza del conjunto, pero, para atender a su pregunta, priorizaría la dimensión de artista político, en una persona que, paradójicamente, carecía de sustrato ideológico. Político en el sentido de artista concernido e implicado, con su acción creativa y su intervención pública, en la polis, entendida en un sentido amplio, como espacio social, público, económico, físico y vital de la colectividad. Como ámbito de interacciones y procesos de transformación. Manrique es probablemente el artista político más relevante de nuestro país en la segunda mitad del siglo pasado: fue capaz de condicionar íntegramente el patrón de vida de toda una isla (económico, social, urbanístico, cultural...) y de incrustar el arte y el paisaje en la actuación estratégica de la administración pública, tanto en la época de la dictadura como de la democracia. Lo hizo con su obra, pero también, y particularmente, mediante su discurso crítico civil, mediante su activismo contra el crecimiento turístico desaforado, la corrupción, el economicismo y los procesos de banalización y estandarización de los entornos. Lo hizo también a través de la reivindicación de la sostenibilidad, el genius loci en diálogo con la modernidad, los límites al crecimiento, la relación respetuosa con la Naturaleza, la protección y puesta en valor del patrimonio, la implicación social en los procesos de transformación... Y fue capaz de agregar un patrimonio cultural moderno de extraordinario valor comunitario, socio-económico.

— Uno de los temas estrella para algunos durante este año ha sido cómo Manrique convivió con el franquismo y su tendencia política. ¿Cuál es su visión?

— Manrique convivió con el franquismo, no cabe duda, como convivió buena parte de la cultura española y del arte de vanguardia que no fue resistente, que no se exilió y participó, por ejemplo, en las bienales y exposiciones de promoción internacional del arte español promovidas por Luis González Robles. Pero, si con ello se pretende afirmar o insinuar la simbiosis, el filofranquismo de Manrique, el camino, en mi opinión, es errado y deforma la realidad. César se sentía tan a gusto con marquesas y condesas como con sus amigos izquierdistas. Organizaba fiestas de alta sociedad y, al mismo tiempo, fue encarcelado en Agaete por atentar contra el decoro en público, en realidad por criticar en prensa a las autoridades por deteriorar el paisaje, e incluso sus murales del parador de Turismo de Arrecife sufrieron la censura. Su estética personal, sus hábitos, su mentalidad y sus declaraciones nada tenían que ver con los valores ni con la moral del Régimen, al contrario, en su modo de vida era un hipermoderno provocador, libre, indiferente hacia la política formal, absolutamente individualista y original.

— ¿Es ajustada la crítica implícita que se plantea? ¿Por qué surge ahora?

— César no fue beligerante contra el Régimen, pero tampoco perteneció ni simpatizó con su aparato. Para bien o para mal, Manrique era un personaje sin ideología, egocéntrico, con comportamientos singulares, contradictorios, desde convivir a criticar el franquismo abiertamente en materia urbanística, movido por su hedonismo, su joi de vivre y su defensa apasionada e incorruptible del paisaje de las islas, ajeno, como digo, a las ideologías, pero político en su compromiso con el territorio. Se movía por convicciones e impulsos emocionales. A partir de los años setenta, se convirtió en un activista, con un discurso público crítico directo, confrontado con el poder económico y político, sin reparar en orientaciones determinadas. Una posición pionera en la defensa de la naturaleza, que hoy incomoda a cierta política e intenta combatirlo. César fue una formidable anomalía en el panorama del arte español. Y ese es precisamente su mayor activo, ser inclasificable. Su obra, su discurso y sus actitudes adquieren hoy una extraordinaria actualidad. Es precisamente ese patrimonio el que intentan desactivar quienes interesadamente pretenden acusarlo de todo para deshacerse de su peso moral y social, de la energía del mito. Le ocurrió en vida y sucede ahora. Idénticos intereses económicos y de poder.

— ¿Cómo valora la exposición del Centro Atlántico de Arte Moderno?

— Me parece una buena exposición para explicar y acercar a Manrique a todos los públicos. Un proyecto de centenario acertado, que aborda la obra del artista con riqueza de perspectivas y que se verá reforzado con un magnífico catálogo. La comisaria, Katrin Steffen, una elección acertada de Orlando Britto, ha hecho un gran esfuerzo de síntesis, de apertura y de visión integral. Agradezco al Cabildo de Gran Canaria, al CAAM, a su director y a la comisaria, la dedicación al proyecto en este año conmemorativo. Han sido capaces de poner en marcha la exposición más visitada en la historia del CAAM.

— ¿Ha leído el libro de Fernando Castro, paralizado por el Cabildo de Lanzarote?

— No. La información de que dispongo es la trasladada por la prensa. En ella, para mi sorpresa, no se alude para nada a la teoría del paisaje que parece desarrollarse en la publicación, atendiendo al título, y sí se habla de un abundante número de páginas dedicadas, por lo visto, a desacreditar a la Fundación César Manrique. El autor, Fernando Castro, es un ex miembro del Consejo Asesor de la FCM, cesado en 2017, por no satisfacer los estándares deontológicos que la institución requiere de sus asesores.

— ¿Qué le parecen sus declaraciones en torno a la FCM, de la que fue parte, y a su actual equipo?

— Está en su derecho. La Fundación es crítica y está expuesta a la crítica. Estamos muy acostumbrados. Ese no es el problema. Sorprende que Fernando Castro nunca manifestara ni hiciera constar ninguna crítica formalmente en los órganos de la Fundación, como era su deber. Nunca expresó sus diferencias: ni pocas ni muchas: ninguna. Ni en los encuentros del Consejo Asesor, ante sus compañeros de Consejo, ni ante el Patronato. Discrepancias tan de calado como las que ha expresado ahora, a través de los medios, bien hubieran merecido en su momento una comunicación al máximo órgano de Gobierno de la Fundación, el Patronato, para manifestar que, con la orientación de la Fundación, se desviaba el rumbo, según su criterio. Era su responsabilidad asesora. Nunca lo hizo. Tampoco dimitió, como hubiera sido lógico y coherente, por las diferencias.

— ¿A qué atribuye su comportamiento?

— Alguna aproximación revanchista parece estar de fondo, pero, en fin, nadie está libre de agitar la técnica de la mezquindad. Lo cierto es que su papel de cascarrabias coincide punto por punto con lo que la Fundación ha venido escuchando de los responsables de Coalición Canaria en Lanzarote y de su entorno mediático durante los últimos años con el propósito, infructuoso, de deslegitimar a la institución y de atemperar o domesticar el legado de César. Y se inserta en una operación concertada en su momento por el anterior equipo de Gobierno del Cabildo de Lanzarote y sus círculos culturales. Hoy en la oposición se han convertido en los máximos valedores del libro de Castro que ellos publicaron. ¿Por amor a la cultura y a la teoría del paisaje? Cuesta creerlo. Responde a la finalidad instrumental de combatir el papel crítico, molesto, de la Fundación. De fondo, está, por un lado, un poder político en Canarias que en 30 años compró mucho en el caladero de la Cultura hasta conformar una espesa red clientelar, con sus factótums incluidos; y, por otro, se advierte la arraigada tendencia, que algunos nostálgicos aún intentan mantener viva, de querer convertirse en prescriptores de un canon, cuando ya no hay ninguna obligación de mantener el canon ni a quienes canonizan. Es una costumbre decadente, de discutible buen gusto. ¿La Fundación marxista? Sí, claro, y «también dos huevos duros», como diría Marx, nuestro Groucho Marx. En fin, un burdo y oportunista montaje que naufraga en el deshonor.

— ¿No comparte la lectura que, en general, hace Fernando Castro de Manrique?

— Naturalmente hay apreciaciones histórico-artísticas que comparto. Entran de lleno en la evidencia. Las interpretaciones personales son otra cosa, sujetas a opinión. Por lo que he leído en la prensa, Fernando Castro es ahora un negacionista de Manrique. Mantiene opiniones contrarias a las valoraciones que expresaba en público hace diez años. En un proceso de reconversión crítica inducido, sostenía entonces que las aproximaciones a Manrique por la vía de la pintura estaban ya superadas y que había que expandir la lectura y atender a su dimensión ecológica y social, entre otras, a una perspectiva integral. Ahora sitúa al artista como un panteísta contemplativo y le afeita la vertiente incómoda con el poder, su capacidad de denuncia y de activismo público, que es la que, en buena medida, junto a su labor paisajística en un sentido amplio, lo ha convertido en un mito popular en las islas. Le afea a la Fundación que ponga en valor esa dimensión esencial. Castro se propone desactivar a César y reformatearlo con el propósito de construir un perfil cómodo para el poder que le resulta afín, cuyos intereses defiende. Su obsesión política ahora es subrayar un Manrique sorprendentemente dócil, contemplativo, espiritual, sin aristas cortantes, encerrado en su estudio, quietista, alejado de la acción social, un César unidimensional que en Canarias nadie reconocería, pero que le venía bien al poder de Lanzarote y de Canarias. ¿Por qué ha cambiado? Tendrá que explicarlo él.

— ¿Y usted qué piensa al respecto?

— Yo creo que deben ponerse en juego razones ideológicas, de oportunidad y de resentimiento, una debilidad humana común. A nadie le gusta que lo cesen. La raíz de todo este baile está en la posición contraria de la FCM con respecto al Observatorio del Paisaje y la Ley del Suelo de CC, que, en la última legislatura, significó la abierta confrontación de la Fundación con el Gobierno. Y en la resistencia de la FCM a que la figura de Manrique fuera utilizada como marca blanca de las políticas territoriales de Clavijo y de San Ginés, manifiestamente en contra de las ideas del artista. La Fundación no se prestó a ello y levantó ampollas. Todo ha sido, no obstante, muy poco elegante, éticamente inaceptable, intelectualmente inconsistente y de un oportunismo inquietante. Las relaciones entre política y cultura pueden ser perversas. Un terreno pantanoso de consolidación de favores. Si miras al fondo, descubres un sistema de recompensas institucionales articulado durante toda una época, que desacredita opiniones que, de otro modo, podrían ser valiosas para el debate cultural, y que no lo son porque están contaminadas, porque están asentadas en una base ideológica al servicio de los intereses de quien las patrocina y no del pensamiento libre. Francisco Galante, miembro del Consejo Asesor de la Fundación, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de La Laguna y profesor en la Universidad de Lovaina, además de director de la Cátedra César Manrique de la ULL, acaba de declarar en Diario de Lanzarote: «Los malos políticos y los especuladores, enemigos declarados de César, lo son ahora de la Fundación que lleva su nombre». Ahí, justamente, está el busilis. Este no es un debate científico ni cultural, sino, una vez más, una diatriba política.

— ¿Entiende que con dinero público se paguen libros para atacar a otras instituciones?

— El destino de los libros es siempre circular, incluso cuando se trate de panfletos disfrazados o de libros patrocinados por un club de intereses de poder. Y la obligación de las administraciones públicas es, al mismo tiempo, velar por el recto destino de los fondos públicos, que, naturalmente, no deberían desviarse para censurar a ciudadanos ni a organizaciones de la sociedad civil de los que se discrepa y resultan una molestia crítica. Ya hay un precedente en el que el Cabildo de Lanzarote fue condenado en los tribunales por encargar, pagar y difundir un vídeo contra la Fundación César Manrique por oponerse a la ampliación de la carretera de La Geria. Hubo sentencia firme y se condenó al Cabildo. ¿Se imagina usted que la Fundación escribiera un libro sobre política y territorio en el que, entre otras cosas, se incluyeran veinte páginas para descalificar a Coalición Canaria y el Cabildo lo publicara y difundiera con recursos públicos? ¿O que el Ministerio de Medio Ambiente financiara, editara y distribuyera un estudio sobre ecología en el que se destinaran veinte páginas a criticar a Greenpeace, por ejemplo, por sus campañas? ¿Es esa la función propia de un organismo público? ¿Debe destinarse fondos públicos a ese tipo de actuaciones? El libro de Castro, por lo que conocemos, es un libro de intención política, que responde a una estrategia ideológica y se inserta en una campaña de agresión a la Fundación, publicado en un momento de confrontación del gobierno de Pedro San Ginés en el Cabildo de Lanzarote con la FCM, coincidiendo con el centenario y la pretensión de utilizar a César en el período preelectoral.

— Por cierto, la FCM sigue siendo 100% privada, ¿no?

— La Fundación no recibe ayudas públicas ni privadas. Emplea sus propios recursos en una acción cultural de interés público, siempre gratuita, supervisada por los controles reglados de la Administración. Somos autogestionarios al cien por cien y esa independencia económica es la garantía de nuestra libertad de opinión y de actuación. No le debemos nada a nadie, sino a nuestros visitantes y a quienes apoyan nuestros actos con su asistencia y nos alientan, de forma creciente y cada vez con mayor cariño.

— ¿Qué le parece la proliferación de Fundaciones de artistas cuya financiación, en casi su totalidad, es con dinero público?

— Creo que son caminos que tienen difícil recorrido. A mi juicio, las Administraciones más que subvencionar directamente (habrá iniciativas en las que sí deban implicarse), están llamadas a descentralizar y fomentar condiciones para el flujo de la cultura y de espacios de autoorganización y autopromoción, entidades culturales autónomas que respondan a controles públicos objetivos a través de consejos garantistas. Y si se apuesta por la subvención, que se realice a través de organismos muy participados e independientes.

— ¿Cómo valora que el Cabildo haya decidido que los Jameos dejen de ser una discoteca para un festival de djs?

— La banalización y los usos inapropiados en los Centros de Arte, Cultura y Turismo creados por Manrique deben desaparecer. Tienen su origen en un criterio viciado, básicamente economicista, que pone la recaudación y el balance de resultados por encima de la conservación del bien patrimonial y de los usos compatibles con su prioritaria naturaleza cultural y artística, a la cual se supedita todo lo demás. Manrique planteó en los Centros pistas de baile que respondían a las costumbres de su época y a la dimensión del momento, muy reducida. Nunca pensó en raves ni en actos multitudinarios y polémicos, que, por otra parte, se han organizado, en un espacio tan frágil, sin estudios conocidos de impacto ambiental ni de capacidad de carga.

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