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«Nos sobra prácticamente todo»

«Nos sobra prácticamente todo»

Tras los primeros cien días, se suele hacer el primer análisis de la estancia del político de turno al frente de una institución pública. Este periodo de tiempo fue el elegido por el especialista en decoración de interiores José Díaz para desconectar del mundo.

Jueves, 1 de enero 1970

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Sin comunicación alguna con sus semejantes más allá de una relación epistolar con su familia que ambas partes se dejaban en un lugar acordado previamente, este decorador de interiores se instaló en la cabaña que poseía desde hace diez años en el corazón del asturiano Parque de Redes. Allí se despojó de casi todo, se zambulló en un paraje natural tan bello como exigente y con lo mínimo se encontró consigo mismo y con su hermano fallecido, con el que compartió muchas veces su pasión por este enclave que ha sido declarado Reserva de la Biosfera.

Este regreso a los orígenes, que retrata la esencia del ser humano y el poderío y el valor de la naturaleza, se podrá descubrir con la película 100 días de soledad, que el propio José Díaz filmó casi en su totalidad y que se exhibirá desde el próximo viernes, día 23, en los Multicines Monopol de la capital grancanaria.

José Díaz coge el telefóno en la habitación del hotel madrileño en el que se ha alojado durante la promoción de esta producción de José María Morales, responsable de Wanda Visión. Encara la 16ª entrevista del día, pero lo hace tan ilusionado como el día en el que se despidió de su mujer y de sus tres hijos y comenzó con su autoreclusión en el Parque de Redes.

Reconoce que desde hace muchos años rondaba por su cabeza la idea de «pasar una estancia prolongada» en la cabaña que adquirió hace 15 años en este enclave. «La película es fruto de un cúmulo de casualidades. Desde que compré la cabaña, he ido con bastante asiduidad. Cada año paso 70 u 80 días allí y tenía la idea de pasar una larga temporada durante todo un otoño», explica José Díaz.

La culpa de la película la tiene Cantábrico, que se estrenó el pasado año en las salas comerciales nacionales. «Conocí al productor José María Morales cuando estaba buscando localizaciones para el documental Cantábrico. Vino conmigo a algunos lugares, pero al final la idea no fructificó y Redes no entró en la película. Durante ese tiempo hicimos amistad y le conté mi idea de pasar una larga estancia en la cabaña, lo que le pareció muy interesante para una película documental», rememora Díaz.

Aquella idea acabó convirtiéndose en una realidad. En un principio, el granadino Gerardo Olivares iba a codirigirla. «Por temas de agenda no pudo. Se le complicó el rodaje de El faro de las orcas y se desvinculó. Eso sí, me dio una serie de pinceladas y consejos al principio y después, durante la postproducción, que fueron geniales. Sin duda, si hubiese podido participar, la película habría mejorado muchísimo. Tuve la suerte de compartir seis o siete estancias en la cabaña con él que me ayudaron mucho. Además, se trata de una persona genial, simpatiquísima y espontánea», asegura sobre este cineasta andaluz, que rodó una pequeña escena que aparece en el tramo final de 100 días de soledad, donde incluso se puede escuchar su voz.

José Díaz afrontó su labor de único protagonista y director de esta película con los «cuatro consejos» que le dio Gerardo Olivares y con los conocimientos de fotografía que posee, ya que es una de sus principales aficiones y que desarrolla sobre todo en parajes naturales.

«Lo que sí tuve que hacer fue un cursillo para manejar drones. Las imágenes aéreas son fundamentales en la película», apunta.

El primer día rodó cinco horas. «Con el paso del tiempo, todo fue más sencillo. A los 30 días de estar allí ya rodaba y rodaba sin pensar. Aunque en los créditos figuro como guionista, tengo que reconocer que el guion no estuvo claro desde un principio. Los verdaderos guionistas fueron la naturaleza y el paso del tiempo. Me grabé a mí mismo, pero creo que sin abusar [risas al otro lado del teléfono], porque me sentía narcisista. Tuve que hacer algunas cosas para mostrar cómo era mi vida allí. Pero siempre tuve muy claro que lo realmente importante no era yo, sino todo lo que me rodeaba», señala.

Cuando pasaron los 100 días, José Díaz contaba con más de 300 horas de grabaciones y unos 7.800 vídeos sobre el paso del tiempo, para la técnica del Timelapse, que tiene una fugaz aparición durante el metraje de la película que ahora se estrena.

Reconoce que la postproducción fue compleja. «Eché mano de los partes de cámara que iba anotando a medida que rodaba para que la criba fuera más rápida. De las 300 horas iniciales, fui capaz de hacer una selección hasta reducirlas a unas tres horas. Después ya vino el montador, Juan Barrero, que fue quien le puso alma a la película», apunta con rotundidad.

«Sin Juan Barrero, estaríamos hablando de un documental sin más. Vino a conocerme. Investigó sobre mí, estuvo en la cabaña y fue quien apostó por el vínculo con mi hermano fallecido. Esa idea me gustó mucho, porque quería homenajearlo. Desde que falleció está presente en cada cosa que pasa por mi mente. Las imágenes aéreas son una metáfora de lo que él podría estar viendo en ese momento».

Reconoce que su aventura, vital y cinematográfica, no fue fácil. Hubo momentos de dudas y arrepentimiento, sobre todo durante los primeros días. «La primera vez que hablé ante la cámara, me dije: ¡Pero qué cojones hago yo aquí! El sentido a la estancia lo encontré con rapidez. Lo que me hacía dudar era si estaba filmando algo digno. Eso me hizo pasarlo mal, porque como no tenía conexión con el exterior, no sabía si las grabaciones que iba entregando en el punto convenido valían la pena o no había por dónde cogerlas», dice.

Lo que tuvo claro en todo momento fue el objetivo de esta aventura. «Nos sobra prácticamente todo. Queremos tener un buen coche, acudir a los mejores restaurantes, tener ropa y tecnología a la última... pero la felicidad no viene con nada de eso. Durante esta aventura me reafirmé en muchas de las ideas que ya tenía. Es algo que vengo haciendo, sobre todo, desde la muerte de mi hermano. Vivir con lo justo y en la naturaleza es posible y tiene beneficios importantes. Allí fui muy feliz», como repite en varias ocasiones en el tramo final de esta producción.

La reflexión, lejos del torbellino de la vida diaria en sociedad, le resultó sanadora. Apunta, eso sí, que el silencio es relativo. «En la naturaleza nunca hay silencio, salvo durante las nevadas. El silencio absoluto no existe, siempre escuchaba algo», rememora.

Su reencuentro con la familia y la actividad diaria tras el centenar de días en el Parque de Redes fue «bien». «Fue un poco difícil, pero como iba con las pilas cargadas, lo llevé bien. Volví más delgado, pero en plena forma. Además, me recibieron con un concierto de música clásica, con unas 350 personas, entre familiares y amigos, y eso me ayudó», dice, de nuevo, mientras ríe.

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