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Antonio Arroyo: «Un poeta nunca se calla, aunque lo maten»

Antonio Arroyo: «Un poeta nunca se calla, aunque lo maten»

Al poeta le chisporrotean los ojos y se le escapa una risa saltarina. Está muy contento. No es para menos. Su poemario Las horas muertas resultó ganador en la 38 edición del Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez. El galardón confirma que su entrega íntima y solitaria a la escritura ha sido provechosa. En esta entrevista Antonio Arroyo Silva nos habla de su pasión literaria.

Lunes, 21 de septiembre 2020, 12:33

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- Su obra fue escogida entre 600 trabajos de 24 países, ¿cómo se ha tomado este premio? ¿Lo imaginó?

- Es alucinante. Para mí es una cosa increíble. No soy de presentarme a premios. Me presenté en el 81, gané un segundo premio. A alguno me he presentado y no he ganado. No me he presentado a más porque tengo ciertos prejuicios hacia los premios en vista de todos los escándalos que ha habido: que si le dan los premios a la gente de Visor, de aquí o de allá... Para mí Juan Ramón Jiménez es muy importante. Mis primeros pasos en la poesía los di con él. Fue un señor que vivió nada más para la poesía. Me causa muchísimo respeto. Mandé un poemario y me presenté al premio. No me lo esperaba pero bromeé un poco. En mayo, coincidiendo con la entrega del premio, tenía preparado un viaje a Berlín. Y dije: ¡Cómo voy a recibir el premio! ¡Bah! Me voy a Berlín. No hay problema. La entrega del premio es el 30 de mayo en Huelva. Para mí es importantísimo porque es el Día de Canarias.

- Hábleme de. Por un lado, de los temas y, por otro, del estilo o estilos que ha usado.

- La poesía siempre está viva, como las personas que cambian de carácter según el tiempo, el espacio y otras circunstancias. Las horas muertas es un libro que he escrito en las calles de Gáldar. Sobre todo en la calle Larga y tiene cosas de Sardina, que es donde vivo. Una primera parte es en plan contemplativo, pero no en el estilo tradicional, sino con mucha reflexión y con un estilo más o menos directo. Hay una segunda parte donde esas horas muertas las empleo en pintores que me han impactado. Entre ellos, Óscar Domínguez, Mark Rothko, Pollock y, por supuesto, Hopper. Es curioso. Ese pintor nos ha influido a unos cuantos. Hasta a Nicolás Melini.

- Es urbanita, solitario y silencioso...

- Ese vacío es lo que te hace llenarte de cosas, de personas. Contiene los temas que trato: el abandono y la soledad. Pero no la soledad negativa, sino la que necesita el poeta para apartarse de sí mismo y de la sociedad que le rodea, para ver la realidad tal y como es. Creo que la poesía es la expresión mayor de la realidad. Cuando uno está a pie de calle diciendo lo que ve, no es exactamente lo que ve, sino lo que le han dicho que tiene que ver.

- Y ¿la tercera parte del poemario?

- Es más social. Tiene que ver con los cantores como Horacio Guarany o Facundo Cabral. Todo tiene que ver con esas horas muertas. Por último, hay una mezcla de todo. Aparece también Proust y hay una serie de reflexiones sobre la vida. Siempre me ha llamado la atención el tiempo muerto en el que la actividad se detiene para resolver algo; la gente se para a pensar. Como dicen en La Gomera, las horas muertas son las horas donde tienes que hacer lo más importante: pensar en ti y lo que tienes delante. De eso trata el poemario en general.

- ¿Cómo juega con las palabras para darles un sentido poético sin perder la claridad?

- El ritmo es esencial. La presidenta del jurado, una gran poeta, destaca que el ritmo es lo que lleva a la imagen: el ritmo y el sonido. Creo que soy un discípulo de Ezra Pound. He leído cosas de grandes seguidores y no lo entendía bien. Pero en Hispanoamérica sí que han aprendido la lección, como Enrique Lihn y otros poetas. La imagen que pongo no es gratuita. Hay mucha imagen, sí. Hay metáforas, pero no son literaturizadas sino producto de la observación directa. Estoy en la plaza de Gáldar y hablo de una serie de árboles que, a lo mejor, no están ahí. Estoy en esa plaza y también mi imaginación está. Como el magnolio. No lo hay. Me llama la atención porque está polinizado por escarabajos. Da juego a la imaginación.

- En cuanto a lo social, ¿qué temas le preocupan?

- Esa parte se titula No se calla el cantor. Lo que me preocupa es el tema de la libertad. Es una palabra que han vaciado de significado. Libertad puede ser cualquier cosa. Yo, el sujeto lírico, tiene un pedazo de pan que repartir. Eso me conecta con eso. Un cantor - que puede ser tanto cantautor como poeta- no se calla. Nadie lo consigue, aunque lo maten. Esa voz quedará ahí en suspenso. Por cierto, la voz de Agustín Millares está ahí.

- ¿Cuándo empezó a escribir? ¿Qué le impulsó a hacerlo?

- Empecé a los 14 años, con las boberías que empieza uno a escribir a los 14 años y algunos siguen a los 40 con la misma boberías. Pero a los 20 años, en la Universidad de La Laguna, la cosa pasó a algo más serio. Ahí me encontré con un grupo de amigos, con la tertulia del Ateneo y con doña Olga Rivero Jordán, la que para mí es mi maestra, una gran poeta. De ahí nos pasamos a su casa. Allí leíamos nuestras cosas. Tuve la suerte de conocer a los poetas de ese momento. También tuve la suerte de que Andrés Sánchez Robayna fuera mi tutor. Vio mi poesía y todas las semanas me publicaba un poema en su página en Jornada Literaria. Aún no me atrevía a publicar, aunque tenía ya un cuerpo. Coincidí con Roberto Cabrera y, con Olga Luis Rivero, decidimos hacer una revista; Lamenstrua Alba. El título lo sacamos de la primera página de Crimen, de Agustín Espinosa. Luego aprobé las oposiciones. Me fui a Guía y sacaron dos números más de la revista. Estuve dando clases en Guía hasta ahora. Poco después, me llama Nicolás Melini, que tenía la revista Azul. Me pidió poemas para la revista y le mandé un poemario, Las metamorfosis. Me lo publicó entero en la revista. Luego conocí a Jorge Rodríguez Padrón y me puso por los aires. Me hizo una selección para revista Zurgai, de Bilbao. Hizo un número especial en 1991 sobre los 50 años de poesía en Canarias. Yo seguía escribiendo, pero esa parte, publicada en la revista, la publicó Roberto junto a algunos poemas bajo el título Esquina Paradise en la editorial El vigía en 2008. Por eso mi blog se llama así, porque fue mi primer libro, realmente.

- Empezó a publicar tarde, ¿tiene mucho material inédito?

- Muchísimo. No es porque haya encontrado obstáculos para publicar, sino porque no tengo prisa. Las cosas, cuando se publican, tienen que estar depuradas.

- ¿Su poesía ha cambiado mucho?

- Cada libro es un mundo y cuando se escribe ese mundo se queda ahí. Entonces, hay que cambiar el registro. Hay que ser otra persona. En el primero, Esquina Paradise, hay varias líneas que luego seguí. Hay una línea más críptica y otra más visual. El segundo libro, Caballo de la luz, ya tiende a lo sintético. Después, en Idea, me publicaron Symphonia. Es un libro juguetón, pero el juego no es gratuito. Hay construcción y deconstrucción. Es muy matemático y medido. Como si fuera una sinfonía de un bosque del terciario, de la laurisilva. Es una cosa extraña. Luego NACE me publicó cuatro libros Sísifo sol, Poética de Esther Hughes, Mis íntimas enemistades y el que está en imprenta, Fila cero. Por esas fechas, unos amigos de Brasil me preguntaron si tenía poesía traducida al portugués. Soy lector de portugués. Le mandé 14 poemas y a los dos meses me llegó una caja con 40 libros titulado No dejes que el acróbata. También tengo otro bilingüe traducido al rumano, una antología esencial mía. Y Ardentía se publicó en Mercurio, en la colección de Eugenio Padorno. De momento, ese es el último publicado.

- Si va cambiando en cada libro, ¿cómo se distingue su poesía?

- Me lo ha dicho Jorge Rodríguez Padrón. Yo tengo una marca de identidad que es, sobre todo, el ritmo y la manera de mirar y expresar lo que observo. Esa es mi voz. Lo que cambia es la forma de manifestarla. Eso lo aprendí de José María Millares Sall. Creo que es el poeta que más registros dominaba, no solo de Canarias sino de España y parte de Hispanoamérica. También lo hace Cecilia Domínguez. Ella me decía aquello de que el poeta que no escribe sonetos no es poeta. No lo creo tanto, pero también lo hice. Hay que practicar toda esa métrica. Eso te da después soltura.

- La poesía canaria siempre ha tenido predicamento fuera. ¿Cómo ve el panorama actual?

- Mi amigo y admirado Eugenio Padorno dice que en la península somos invisibles, que no quieren saber nada de nosotros. Yo, como he estado en el mundo de internet, no lo veo así. Se lo he dicho. Los poetas canarios, sobre todo los que empiezan, tienen un poco de victimismo: no nos quieren, pasan de nosotros... Es que el poeta canario tiene que ir a Madrid y el madrileño tiene que venir aquí. En Madrid hay un grupillo de poetas que es un feudo. Ahí no entra nadie. Pero sí se puede entrar porque hay movimientos más abiertos. Igual que aquí en Canarias nosotros somos más abiertos. El problema es que son círculos cerrados y se leen entre ellos. No leen a los demás. Los poetas no tienen que esperar a que vengan a buscarlos. Tienen que moverse y relacionarse. Hace falta escribir en soledad y relacionarse con los demás poetas. Tengo amigos hispanoamericanos. Me han invitado a congresos. Antes trabajaba y no podía ir. Ahora sí. Voy a ir a Berlín a un congreso de Literatura Hispanoamericana. Hay una antología de poetas alemanes e hispanoamericanos, canarios también. NACE corresponderá con una antología de poetas alemanes.

- Pertenece a Nueva Asociación Canaria de Escritores (NACE). El colectivo creó cierto revuelo entre los autores porque parecía que se dedicaba a editar sus socios, algunos bastante noveles.

- Estaba en la Asociación Canaria de Escritores (Acae). Al principio tuvimos esa impresión. Tardé tres años en asociarme a NACE. Lo hice cuando entendí que eso no era así. Que surge por la necesidad de la defensa del escritor y del apoyo a la edición. Hay un comité de lectura en poesía y en narrativa que toman decisiones tajantes buscando un mínimo de calidad. Al principio esa calidad no se medía tanto. Pero NACE ha crecido. Está Cecilia Domínguez de vicepresidenta y estoy yo. A veces me ha costado follones con algunos socios porque hemos rechazado proyectos. NACE ha ido creciendo. Había un grupo que quería fiesta, hacer una manifestación más ruidosa que nada tenía que ver con la poesía. No admitía crítica. Por el hecho de escribir tenían que publicar. Eso lo hemos cortado.

- ¿Cuál es su papel en NACE?

- Estoy en el consejo lector de poesía y en la organización de eventos.

- El año pasado organizaron el Encuentro Internacional de Poesía de Las Palmas de Gran Canaria y trajeron a Rafael Cadenas. ¿Harán el favor de traernos a Raúl Zurita?

- (Risas.) Qué más quisiera yo. Tengo una anécdota con Zurita. Un amigo del poeta, Jaime Huenún, que vino a recitar en el Café D’Espacio, me pidió un poema para un libro de apoyo al pueblo mapuche y, a los dos años, me mandaron el libro. Recopiló poemas de Zurita, de un montón de poetas españoles, como Juan Carlos Mestre, y de dos canarios: María Gutiérrez y yo.

- Si tuviera dinero y medios, ¿a qué autor le gustaría traer?

- A Raúl Zurita. Sería verlo y brincar. Igual que brinqué con Rafael Cadenas. También traería a Bocanegra, a un montón de poetas... Pero si me dicen que a Raúl Zurita, me quedo con él.

En un huracán de tranquilidad.

Antonio Arroyo Silva nació en Santa Cruz de La Palma en 1957. Su juventud transcurrió en Tenerife, donde cursó estudios de Filología Hispánica. Luego, fue a parar a Gran Canaria, donde ha ejercido de profesor de Lengua y Literatura Castellana. Tras su paso por las aulas de Guía, ahora reside en Sardina. «Vivir allí con esa tranquilidad, para mí, ha sido un huracán. Para escribir eso es algo fantástico. José María Millares Sall decía que era el mejor poeta de su calle, pero su calle solo tenía una casa. A mí me pasa igual», comenta el autor que cuenta entre sus principales referentes al poeta Miguel Hernández. De hecho, en 2010, con motivo de su centenario, participó en un homenaje que se le rindió en Orihuela (Alicante).

Arroyo dice que, más allá de este premio, su quehacer literario le ha propiciado momentos muy gratificantes, como cuando se enteró de que uno de sus poemas figuraba en el aeropuerto junto a otros de Nicolás Estévanez y Agustín Millares. «Sobre todo me ha dado grandes amigos que he hecho a través de la poesía. Me refiero a amigos de Canarias y de Hispanoamérica», comenta el autor que, a través de su pasión, ha contactado con escritores de otras latitudes e incluso de Portugal y Brasil, ya que es lector de poesía en portugués. «Ahora estoy traduciendo a Al Berto, que es un pedazo de poeta portugués», cuenta orgulloso.

El creador lamenta la falta de crítica en el horizonte literario de las islas. «En Canarias no hay crítica, y lo peor es que los que más predican eso -que no hay crítica- son los que reseñan al escritor amigo. Yo lo hago también, pero procuro que primero me guste su trabajo y no caer en lo subjetivo. Analizar el texto sin caer en calificarlo como sobresaliente. No hay nada sobresaliente porque la última palabra no está dicha», asegura rotundo el escritor. «El último crítico es Jorge Rodríguez Padrón. Hace análisis rigurosos de poesía y narrativa buscándose enemistades», comenta sobre el experto canario residente en Madrid.

Sus problemas de audición lo apartaron de la enseñanza, un ámbito en el que no terminó de sentirse cómodo. «El problema es el sistema. Empecé dando clases en Formación Profesional en 1985. Supuestamente me tocaron los peores alumnos. ¡Qué va! Eran golfos, pero tenían una inteligencia natural increíble y descubrieron el gusto por la literatura», dice Arroyo sobre sus inicios en la docencia. «Luego -prosigue- vino la ESO. Allí el protagonista no es el profesor, sino la programación. Por obligación, yo y todos los compañeros teníamos que darles la literatura que ellos entendieran, la lectura y la comprensión están reñidas. Se trata de comprenderla a otro nivel, desde el corazón», se queja Arroyo que entiende que el sistema educativo ha convertido a los profesores en auténticos «burócratas».

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