Disfruta de una escapada para dormir entre los muros que cobijaron a más de 500 soldados
Por fuera se muestra como una construcción cúbica de recios y musculosos muros, inexpugnable. Dentro alberga una importante colección de tapices de Rubens
Robusto y delicado
“Que no es un pueblo, es ciudad, ¿eh?”, deja claro Guadalupe Echegaray, limpiadora del Parador de Hondarribia, en Gipúzkoa. Hecha la aclaración, y para que no haya dudas acerca de la idiosincrasia de esta villa marinera, observamos desde el exterior, en la Plaza de Armas, la contundencia de este castillo fortaleza. Es imponente. Sólido. Sobre su planta rectangular se alzan unos ciclópeos muros en los que apenas se atisban aberturas, bueno, sí, la entrada, claro. “Es un edificio que ya el rey de Navarra, Sancho Abarca, decide alzar como un pequeño castillo y cuatro almenas en el siglo X, que luego Carlos V potencia como uno de los ejemplos europeos más importantes de arquitectura militar. En su momento estos muros cobijaron a más de 500 soldados. Y aún perdura. Al ser una construcción militar la fachada no tiene más que la puerta principal y saeteras, y se encuentra repleta de cañonazos y balazos”, nos cuenta Manuel Quintanar Valbuena, director del Parador, sentado en uno de los señoriales sillones del Salón Carlos V. Manuel, oriundo de Alcázar de San Juan, tan solo había venido en una ocasión a Hondarribia, de visita, no se había adentrado intramuros de este coloso de piedra. Pero ha aprendido bien la lección desde que el pasado mes de agosto tomó posesión de la dirección del Parador, “cuando solo quedaban dos vecinos. No había llegado la luz, ni el agua y no tenían carretera asfaltada. Ahora tiene el metro cuadrado más caro de la provincia, y esto lo ha conseguido el Parador. Donde se abre uno, se vertebra de alguna manera el tejido empresarial alrededor del mismo, con negocios paralelos, bajo su sombra y cobijo”.
Es importante contar, que por este castillo fortaleza pasaron los Reyes Católicos, el emperador Carlos, Felipe IV y Felipe V e incluso Velázquez. El pintor estuvo aquí en calidad de aposentador real: lo preparó para residencia temporal del rey Felipe IV, que iba a asistir a una conferencia internacional, la firma del tratado de Paz de los Pirineos que ponía fin a la Guerra de los 30 años entre Francia y España. Un dato curiso de la historia del Parador que merece la pena conocer.
Como este, con más de 500 años de historia, en cuyos aledaños burbujean un puñado de jatetxeas (restaurantes), cafeterías y a la vera de su robusta presencia tienen lugar un rosario de eventos sociales, culturales y deportivos. Inaugurado en 1969 (en 2024 cumple los 55) bajo batuta del arquitecto Manuel Sainz de Vicuña, que ya hizo lo propio con el de Pontevedra (además de fundar la inmobiliaria Urbis), hoy en día acoge 36 habitaciones, fruto de la reforma que acometió a principios de los 90, tres de ellas de categoría superior, la 101, la 201 y la 301, situadas en el ala norte, precisamente la cara de los muros de la fortaleza, “para imprimir de más vida a las piedras. Hace tres años dotamos al Parador de aire acondicionado y ahora acabamos de redecorarlo, manteniendo el sabor ‘castillesco’ con algún acicate de modernidad, que conviven muy bien con escritorios del siglo XVI y antiguos bargueños y pequeños altares, como ese que tenemos ahí [señala un retablo con pan de oro].
Este es, por decirlo así, el salón social, de Carlos V, un remanso de paz donde puedes ver la televisión, leer un libro, montar una reunión de negocios o una charla coloquio”, explica Manuel Quintanar. La susodicha estancia se encuentra constelada de ese mobiliario tan, Parador, butacones, techumbre atravesada por vigas de madera, una larga mesa de aires medievales y esas paredes de rotundos sillares, lo que habrán visto… y sentido. Unas escaleras amplias, señoriales y oscuras (que estamos en un recio fortín militar) conducen a la cuarta planta, en donde surge la joya de la corona, el tesoro, la delicadeza, el Santo Grial del Parador de Hondarribia: el Salón de Tapices. El patrimonio artístico de la compañía [Paradores de Turismo] es rico y variado, los tapices que hay expuestos aquí son de las piezas más valiosas de la colección de Paradores. Detrás de ellos está la inspiración de Rubens, autor de los cartones de esta serie de tapices -que fueron elaborados por Jan van Leefdael y Gerard van der Strecken- sobre la vida de Aquiles, parcialmente bordados con hilos de oro y plata. Este Salón de Tapices de Hondarribia atesora seis: Aquiles es sumergido en la laguna Estigia, La educación de Aquiles, Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes, La cólera de Aquiles, Briseida devuelta a Aquiles y La muerte de Aquiles. En ellos aún se conservan las marcas del lugar de su manufactura, con la inscripción BB, de Bruselas y Brabante.
A Manuel Quintanar se le nota orgulloso. Lógico. Es brutal extasiarse con esa delicada manufactura, con las rotundas y expresivas facciones del inquebrantable héroe Aquiles. Abandonamos al hijo de Peleo y Tetis y bajamos a la cafetería, un reducto en el que saborear un humeante café, probar alguno de sus bizcochos caseros, observar dos cañones ajados por el tiempo (que utilizaba la guardia de Carlos V para defender la fortaleza) a modo de columnas que flanquean su entrada y doblar el cuello 90 grados hacia arriba porque “estamos en la parte más antigua del castillo. Del suelo a las bóvedas de arco apuntado pueden haber más de 20 metros de altura. Para un cliente extranjero, o nacional, mirar a lo alto desde aquí, con esos estandartes y pendones colgados, sobrecoge”, apunta el director. La otra zona que perdura desde los tiempos de Sancho Abarca es el patio interior, a ras del piso de calle y que ejerce a modo de distribuidor. Recoleto, sumido en el sosiego, sus mesas y sillas son un buen acompañante para esos momentos de relax al aire libre, ya que en breve se protegerá su cielo con un armazón transparente. Manuel Quintanar nos enseña las virtudes de este espacio, parapetado en un flanco por los restos de la vetusta muralla, la original: “Aquí tenemos una grandísima pluviometría y la naturaleza se va apropiando de las paredes. ¿Ves? Ahora mismo esa pared y su escudo heráldico de la ciudad está lleno de líquenes, es súper romántico y fotográficamente ‘top’, pero hace daño a la piedra, la va abriendo y deteriorando, por eso la estamos restaurando y limpiando de vegetación”.
Uno no puede, o no debe, hospedarse en el Parador de Hondarribia sin relajarse en su terraza, una explanada salpicada de sillones, sillas y mesas desde la que prácticamente se toca la ría del Bidasoa, esplendorosa, orillada en el otro extremo por Hendaya, Francia, por eso el nacimiento de esta mole de pétrea carne asaeteada por más de 250 cañonazos, cuyas huellas se entrevé en sus murallas: marcaba la frontera y había que proteger el reino de los invasores. Tenemos suerte, hoy el sol luce con ganas. “En realidad hay dos terrazas. Una que se encuentra en la parte baja, al nivel de la recepción y, a la derecha, unas escaleras llevan a otra, como un saliente colgado en la ría, a la altura de los tejados de Hondarribia, este es mi sitio, donde me relajo. Por la tarde para ver decaer el sol y, si no, para admirar la Bahía de Txingudi”. El director sí que sabe.
Las recomendaciones de los que más saben...
LIMPIADORA
Guadalupe Echegaray
Trabajadora en el Parador de Hondarribia
JEFE DE MANTENIMIENTO
José Javier Oña
Trabajador en el Parador de Hondarribia
CAMARERO
Miguel Isasti
Trabajador en el Parador de Hondarribia
Unas escaleras que parten de la propia cafetería ascienden a un pequeño y solitario salón (muy acogedor). Escondido, es el mirador idóneo para admirar un mural policromado, situado bajo un ‘parladoiro’ que dicen los gallegos, en el que se narra el asedio al que fueron sometidos los habitantes de Hondarribia, que se atrincheraron para subsistir y defenderse tras las paredes de este castillo fortaleza “y fue la única vez que cayó. El asedio duró mucho tiempo y todavía conservamos el pozo, en la parte antigua, que dotó de agua a la población. Este precioso mural labrado recuerda ese momento histórico”, apunta el director del Parador de Hondarribia. Un 18 de octubre de 1521 las tropas navarras, con ayuda de Francia, tomaron la guarnición. No fue la única ocasión en que se vio atacada: en julio de 1638 sufrió su asedio más célebre, dos meses aguantando las embestidas de las tropas francesas… pero esta vez no lograron someterla. Por su resistencia la ciudad recibió el título de “Muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel”. Cada año los habitantes lo festejan con el Alarde.
‘Hondarribia Papillon Filmatu Zenetik 50 Urte’. Así se llama la exposición que tiene lugar en la asociación Arma Plaza (oficina de turismo), justo frente al Parador. Cuando ustedes lean esto ya habrá terminado, pero el momento perdura, es imborrable. Lo traducimos al castellano: ’50 años del rodaje de Papillon en Hondarribia’. Sí. En el invierno de 1973 las calles de la ciudad sirvieron de plató para el comienzo del rodaje de la película ‘Papillon’, tres semanas en las que sus dos protagonistas, Steve McQueen y Dustin Hoffman, se pasearon por esta villa marinera y medieval a sus aires. El productor Ted Richmond y un equipo de técnicos españoles (Francisco Ariza, José López de Rodero, Tony Pueo…) encontraron en la Bahía de Txingudi y el empedrado de Hondarribia el decorado perfecto para el arranque del filme. Para ello se quitaron los carteles de las calles y las antenas de la televisión con el fin de que la ambientación de los años 30 resultara impecable.
Hoy comemos...
Pues busquen entre la extensa oferta gastronómica que ofrece la ciudad y los alrededores, que estamos en el País Vasco, cuna del buen comer, será por jugosos restaurantes… Porque el Parador de Hondarribia no dispone de comedor destinado a estos menesteres, pero sí para disfrutar de unos pantagruélicos desayunos coronados por los bizcochos y tartas artesanas que elabora su jefa de comedor y cocina, Amaia Goicoechea. Lleva doce años en el establecimiento, al que llegó para atender la terraza y, casualidades de la vida, tuvo que enfundarse el mandil. “Hago bizcochos caseros, de zanahoria, de frutos secos, de yogur y limón y una tarta de queso que piden mucho los clientes. Improviso, depende de los ingredientes que tengamos en ese momento y amaso y horneo unos seis al día… con cariño y gustando las cosas son más fáciles”. Ahora anda enfrascada en las trufas de chocolate blanco, que es una de las apuestas navideñas de Paradore. Suculencias que también se pueden degustar, junto a algún pintxo, en el servicio de cafetería (y en las terrazas), que alarga su horario de 11 de la mañana a 11 de la noche. Su aperitivo dominical es garantía de éxito.
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Créditos
Estrategia de contenidos: Prado Campos
Fotografía: Andrés Martínez Casares