Cómo reducir la huella de carbono a través del proceso de diseño
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Una semana sin huella...
Soy de natural optimista, por lo que cuando me pidieron que probase a estar una semana sin emitir ni una micra de CO2 a la atmósfera, acepté convencido de que podría. En general, no me considero una persona tóxica. Completé, ufano, el formulario de la calculadora de Naciones Unidas para medir mi huella de carbono actual, y hallé que es de 20,62 toneladas de CO2 al año, cifra que ronda el promedio de España (20,14 toneladas). Y ¿qué complicación puede entrañar el apartar de tu vida 20,62 toneladas de lo que sea? Cosas peores he apartado.
Sin embargo, en cuanto eché el ojo a un par de estudios sobre el tema, mi favorable predisposición se tornó preocupación y sorpresa. Al parecer, menos caminar, montar en bici, hablar y alguna otra actividad que por decoro prefiero omitir, todo lo demás contamina. Debía, pues, acometer drásticos cambios en mis hábitos si quería completar el desafío con resultado positivo. ¿Realmente iba a ser capaz? Y aunque lo fuera, ¿podría hacerlo de un día para otro, sin un periodo de adaptación como el de los astronautas? En cierto modo, el cambio implicaba renunciar a cosas que definen el mundo moderno y civilizado, como el coche, las videoconferencias o el hecho de poder comer en España un durian recolectado en China.
Aun así, me comprometí a hacer todo lo posible, ya que el CO2, si bien la Tierra lo despide de forma natural a la atmósfera y ayuda a que el planeta se mantenga en unos 15 ºC de media muy agradables, se ha disparado en las últimas décadas a niveles desmesurados, debido a la quema continuada de combustibles fósiles, “atrapando el calor adicional cerca de la superficie, lo que hace que aumenten las temperaturas”, explica la NASA. Consecuencias de ese calentamiento global: sequías, fenómenos atmosféricos extremos, elevación del nivel del mar, peligro para muchas especies…
Lunes: adiós al coche
Hasta una mente aletargada como la mía es capaz de asociar rápidamente «contaminación» con «coche», por lo que, como primera medida, y dado que los vehículos de pasajeros representan el 61% del total de emisiones de CO2 del transporte, según la UE, resuelvo despedirme de mi utilitario y desplazarme a una reunión en el centro en transporte público (tren de cercanías y metro). Tras veinte minutos de caminata a la estación, diez de espera en el andén, casi treinta de trayecto (sin contar una parada de otros cinco por no se sabe qué), dos trasbordos subterráneos y una agónica carrera por las calles, llego al lugar de la cita con un cuarto de hora de retraso. Mis anfitriones me reciben con el ceño fruncido, no sé si por la tardanza o porque el olor que desprende mi camisa les parece una desconsideración. Pero ¿a quién importa lo que los demás piensen de uno? A mí, si eso implica perder un trabajo. Para la próxima tendré que salir con más antelación.
Transporte compartido o público en vez de coche
Contribuiremos a rebajar ese 61% de emisiones de CO2, del total del transporte, que procede de los vehículos de pasajeros.
Más fruta y verdura y menos carne
La producción de carne contamina más. Prioriza los vegetales de cercanía a los que vienen de la otra punta del mundo
Controla los dispositivos electrónicos
Conéctate a las videoconferencias sin cámara y desenchufa los aparatos cuando no los utilices..
Martes: en el supermercado
El transporte de alimentos es responsable del 6% del total de emisiones de CO2 y añade 3 gigatones de este gas a la atmósfera, según Nature. . De modo que acudo al supermercado. En el súper habitual encuentro la palabra “origen” en todos los carteles, y arramplo con un notable cargamento de vegetales (y un par de botellas de vino y un saco de arena para gatos) que me llevo a casa en mi bolsa de rafia colgando del hombro, jugándome una luxación. Una pena, porque lo que me apetecía eran espárragos y los de marca nacional costaban tres veces más que los de allende los mares…
Miércoles: nada de carne
Experimento la sensación de que mi cruzada de una semana por una atmósfera más limpia avanza por buen camino. Empiezo a pensar en términos de dióxido de carbono: no doy un paso sin preguntarme si mi acción emitirá CO2. Me pregunto si comer carne será malo para la atmósfera. Según un estudio de 2017, la carne roja puede tener hasta 100 veces más impacto ambiental que los alimentos de origen vegetal. Alrededor del 14% de todas las emisiones provienen de la producción de carne y lácteos. Hincándole el diente a un chuletón no estoy contaminando directamente, pero sí sosteniendo una industria que contamina.
Jueves: en la Red
¿Qué ocurre cuando factores externos te incitan a contaminar? Hoy tengo una videoconferencia y este novedoso sistema de reunión tampoco está libre de emisiones de CO2. Leo en Resources, Conservation and Recycling que si me conecto sin cámara, solo con audio, reduciré las emisiones en un 96%, lo cual me anima, porque una hora de videoconferencia emite entre 150 gramos y un kilo de dióxido maligno, equivalente a recorrer dos kilómetros en coche. Limito el envío de correos electrónicos, pues cada uno tiene una huella equivalente a 0,3 gramos de CO2, que pueden llegar a 50 gramos si contiene archivos adjuntos. Queda claro que reducir las emisiones a cero es imposible.
Viernes: dispositivos caseros
Como aquella vez que perdí el pasaporte, remuevo muebles y recorro rincones de mi casa en un estado cercano al paroxismo buscando enchufes que desconectar, pues he leído que existe cierta relación entre el consumo de electricidad y la emisión de dióxido de carbono: las centrales eléctricas queman combustibles fósiles, que liberan gases de efecto invernadero a la atmósfera. La operación es de lo más vivificante: ¡adiós al pilotito rojo del televisor, que casi nunca enciendo! Permanezco tres cuartos de hora frente al frigorífico, preguntándome si habrá manera de desenchufarlo sin que eso afecte a su temperatura interior…
Pero no se me ocurre ninguna. Aplico el bloqueo también al ordenador de sobremesa, el cual, por lo general, enciendo a las siete de la mañana y apago a las diez de la noche: en la pausa para comer lo pongo en stand-by, que contamina menos.
Sábado: reaparece el coche
No me va a quedar más remedio que coger el coche. Una de mis hijas juega un partido de baloncesto en la otra punta de la región y no es plan dedicar una jornada a viajar hasta allí, regresar caminando y enlazando trenes. He esperado a que algún otro progenitor ofreciera plaza en su vehículo, pero como no ha sido así, al menos ofrezco yo una que me sobra. En efecto, otra niña se apunta a la excursión, lo que me produce cierto alivio, al pensar que ese trayecto, que iba a realizarse en dos coches, se llevará a cabo en uno, haciendo gala de una gratificante muestra de carsharing.
Domingo: música en casa
Cuando uno ejerce su derecho a escuchar música en casa puede que no sepa que también está contaminando. Prefiero los vinilos a los CD y estos al streaming, pero ¿qué emite más CO2 al ambiente? Por un lado, en cuanto a la fabricación, un disco de vinilo equivale a 17 horas de música digital, mientras que la elaboración de una carcasa de plástico de CD emponzoña la atmósfera tanto como cinco horas de Spotify. En cuanto a la reproducción en sí, una hora de streaming (de música o de películas) produce unos 55 gramos de CO2; una hora de CD, 165 gramos; una hora de vinilo, más de 2 kilogramos (40 veces más, pues, que por Internet). El formato digital es el menos malo, pero como pretendo minimizar al máximo mis emisiones, opto por mantener mi hogar en silencio y aprovechar para practicar mindfulness.
Conclusión
Termino el reto con la sensación de no haberlo superado y preguntándome si podría haber hecho algo más. ¿Quizá utilizar velas en vez de bombillas? Tal vez, pero eso, aparte de ser un insulto a la memoria de Thomas Edison, contraviene incluso la inteligencia del ser humano, que un día dejó de frotar ramitas para obtener fuego e inventó la rueda para desplazarse.Tampoco creo que dimitir de la vida moderna fuera el propósito de la prueba. En definitiva, hoy por hoy neutralizar por completo las emisiones resulta francamente difícil; pero lo que sí es posible es reducirlas mucho para alcanzar lo que la ONU llama “cero neto” (lo más cerca posible de emisiones nulas, con algunas emisiones residuales que sean reabsorbidas desde la atmósfera mediante, por ejemplo, el océano y los bosques), que estipula para 2050, y una reducción del 43% con respecto a los niveles actuales para 2030.
MIGUEL ÁNGEL BARBEÑO Conclusiones