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Nancy y Stiven, la historia de una madre y su hijo que consiguieron escapar de la violencia en El Salvador

El Salvador es uno de los países del mundo con mayores tasas de criminalidad con más de 60.000 pandilleros y un 50% de las personas asesinadas son menores de 30 años. Ante esta realidad, Fundación MAPFRE colabora con CINDE en unos centros de paz que consiguen alejar de las maras y la violencia a los niños

Laura Fortuño

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Son las 6:30 de la mañana cuando Nancy se acerca hasta el dormitorio de su hijo y le acaricia el rostro con suavidad. “Vamos, Stiven, es hora de levantarse”, susurra. El pequeño de seis años se despereza y se dirige a la bañera sin rechistar. Una vez está listo, sale de casa y camina junto a su madre hasta llegar al Centro Infantil de Desarrollo Fe y Alegría, una de las escuelas donde la Fundación CINDE trabaja para construir un refugio para la infancia con el apoyo de Fundación MAPFRE. Estamos en Mejicanos, un municipio de San Salvador, capital de El Salvador. Aquí niños y adolescentes están acostumbrados a vivir diariamente enfrentamientos violentos tanto en la calle como en sus casas. El país tiene una de las tasas más altas de criminalidad del mundo. Por ejemplo, hay más de 60.000 pandilleros activos y el 50% de las personas asesinadas son menores de 30 años. Esta realidad con la que conviven los niños salvadoreños no solo es traumática, sino que también implica un riesgo muy alto de ser víctimas de esta violencia y de entrar en las maras que la ejercen para lograr aceptación social y dinero rápido.

Nancy deja a Stiven en el mismo centro infantil al que acudió ella cuando era niña a las 7.30 de la mañana. Allí su hijo desayunará, estudiará y aprenderá a relacionarse con sus iguales en un entorno de respeto totalmente alejado de la violencia propia del país. Tras el beso de despedida, ella se marcha a trabajar. En la actualidad, vende frutos secos en un pequeño mercado. Sin nómina, ni seguridad social, ni prestaciones laborales, lo que se conoce en la región como ser trabajadora del sector informal. Hoy, cuando termine su jornada, participará en un taller sobre crianza en el centro al que acude su hijo. Asistir a estas formaciones es el único requisito que establece la institución para que las familias puedan beneficiarse de estos espacios.

Estos espacios de paz son uno de los muchos proyectos internacionales que Fundación MAPFRE lleva a cabo para mejorar la vida de las personas más vulnerables

«Me gusta a mí la M, mmmmm, de manzana, me gusta a mí la M, mmmmmm, melocotón, con M se escribe mora y mandarina, con M se escribe mango y marañón», corean los pequeños que ya danzan por el aula. La “seño Virginia” utiliza esta canción para enseñar los fonemas con la letra M. «A los niños se les prepara para ir a la escuela básica. Es una educación integral del niño a través del juego que cubre todas las áreas», explica la maestra. De hecho, su método debe de ser realmente divertido, porque si le preguntas a Stiven lo que más le gusta hacer en el centro, la retahíla no cesa: «Preparar tareas, dibujar, pintar, leer, contar números, jugar…», dice el pequeño, que acude al centro desde los dos años y sueña con ser bombero en el futuro.

El proyecto Construyendo espacios de paz de la Fundación CINDE brinda atención a la primera infancia (de 2 a 6 años) en los municipios de Mejicanos y Soyapango, dos de las comunidades más asediadas por la violencia social. Cada uno de ellos tiene capacidad para albergar a un centenar de niños y niñas, que acuden ocho horas al día y donde además realizan tres comidas saludables. A partir de los 7 años se matriculan en la escuela pública que les corresponde, pero pueden seguir asistiendo (aunque la pandemia ha paralizado momentáneamente este servicio) para realizar un refuerzo escolar de tres horas diarias.

«CINDE es un refugio para cada uno de los niños y niñas, ofrece las condiciones afectivas para que ellos puedan desarrollarse y se sientan protegidos»
Karla Aguirre, psicóloga

Los espacios de paz son uno de los muchos proyectos internacionales que Fundación MAPFRE lleva a cabo para mejorar la vida de las personas más vulnerables. Su objetivo es fomentar la educación integral de niños y jóvenes pertenecientes a comunidades desfavorecidas. «Mi mayor motivación es poder ofrecer una educación integral, fortalecer las metodologías y pedagogías de una manera creativa a través del juego, coordinar en conjunto actividades que fortalezcan la integración de las familias junto al centro infantil, ofreciendo un entorno de calidez, comprensión y respetando el aprendizaje de cada uno de los niños», asegura Guadalupe del Carmen Vides de Alvarado, coordinadora del programa de primera infancia del centro salvadoreño. Junto a estos dos centros infantiles, CINDE también lleva su ayuda a espacios comunitarios, ya sean ermitas o casas comunales, de Ayutuxtepeque, Mejicanos, Soyapango y Ciudad Delgado.

En estos espacios se atienden niños y niñas de 2 a 6 años, hijos de mujeres trabajadoras informales en pequeñas ventas en plazas, aceras, en sus casas o ambulantes

Un lugar donde permanecer a salvo

«Trato de hacer a los niños que su mañana sea agradable, que sientan que los aman, que estén seguros», explica la profesora de los niños de seis años como Stiven. Virginia tarda poco menos de un segundo en provocar el cariño y admiración de quien la conoce por primera vez. Quizás sea por esa divertida camiseta de crayones de colores que lleva puesta o por el inmenso respeto que demuestra hacia los niños cuando habla de ellos. En sus clases, cuenta, cada dos actividades utiliza un semáforo de conducta: «Le pido al niño que califique cómo se siente en cada momento. Si está feliz, pone una carita verde. Si está molesto, amarilla. Así ellos se autoevalúan y pueden expresar cómo se sienten», relata. Porque en esta escuela la parte formativa es tan importante como la emocional y la psicológica. 

«CINDE se vuelve como un refugio para cada uno de los niños y niñas, ofrece las condiciones afectivas para que ellos puedan desarrollarse, para que se sientan protegidos. Ese es el objetivo de CINDE: proteger a la infancia», explica la psicóloga Karla Aguirre arropada por el gran póster de un cohete junto al lema «Tu espacio especial» que recibe a los niños en su despacho. «Este lugar está diseñado para la atención psicológica y con el objetivo de crear un ambiente de confianza lúdico, atractivo y, sobre todo, libre de etiquetas respecto a que a la psicóloga solo acuden los niños o niñas que son un “problema”», añade.

La vida en un entorno de violencia

Enfrentamientos armados, pandillas juveniles, delincuencia, homicidios. Este es, desgraciadamente, el día a día de los niños y jóvenes que viven en las zonas marginadas de El Salvador y que determina su desarrollo integral. Las autoridades estiman que hay unos 60.000 pandilleros activos en suelo salvadoreño y que operan en el 94% de los municipios de un país que no llega a los siete millones de habitantes. Desde 2018 a 2020, El Salvador ha conseguido reducir cerca de un 60% de los homicidios gracias al despliegue de más de 5.000 soldados, que ha logrado atenuar la violencia de las pandillas, una de las causas de los 20 asesinatos al día que se han llegado a registrar en el país. Pero no es suficiente. La meta principal ahora es evitar que los niños y jóvenes se integren en un mundo dominado por la delincuencia, y que no busquen en las maras un refugio o una familia.

Violencia física: 

El 22% de las niñas y el 18% de los niños la experimentaron antes de cumplir 18 años

Violencia sexual: 

El 14 % de las niñas y el 8% de los niños la experimentaron antes de los 18 años

Violencia emocional: 

El 12% de las niñas y el 4% de los niños la experimentaron antes de cumplir 18 años

Violencia física o sexual en el entorno escolar: 

La sufrieron el 9% de los niños y niñas

Fuente: Encuesta de violencia contra niños, niñas y adolescentes EVCNNA (VACS por sus siglas en inglés), realizada en 2019.

La tasa de criminalidad que sufre El Salvador es una de las más altas de todo el mundo. El país está considerado como el más violento de Latinoamérica y la tasa de homicidios es la más elevada de la región. Tanto niñas como niños experimentan unas cifras extremadamente altas de violencia física, sexual y emocional. «Los niños que viven en una situación de violencia la interiorizan y la naturalizan. Muchas veces, replican la violencia en los contextos en los que ellos viven. Por eso los espacios donde se les aleja de la violencia son tan importantes», explica la psicóloga.

El alto nivel de violencia que se vive en las casas (la violencia intrafamiliar ha aumentado un 8,8% entre 2019 y 2020) y en la calle atenta directamente contra los derechos de niños y adolescentes, que empiezan a incorporarse a las pandillas desde los ochos años. Según datos de la Fiscalía General de la República, el 50% de las personas asesinadas en El Salvador en 2020 son menores de 30 años, la población directa con la que CINDE trabaja. Se ha producido además un acelerado aumento de los feminicidios (70 durante el año 2020, y 28 en el primer trimestre de 2021). Las más afectadas son las mujeres de entre 25 y 29 años, edades entre las que oscila el personal y beneficiarias de la institución CINDE.

«Este espacio permite a los niños crecer al margen de la violencia que hay en la calle. También es muy útil para que los padres aprendamos a educar a nuestros hijos»
Nancy, madre de Stiven y exalumna del centro

La importancia de educar a toda la familia

Hay más de una treintena de personas tomando apuntes en unas sillas que están colocadas al aire libre. Son padres, madres y cuidadores de los niños y niñas que acuden al espacio y están participando en un taller de disciplina positiva que se realiza cada dos meses a lo largo de todo el año. Para CINDE, es fundamental hacer partícipes a los progenitores del desarrollo de sus hijos. Por eso, anualmente se trabaja un tema transversal sobre educación, crianza, derechos de los niños, etc, con la intención de mejorar las relaciones familiares y erradicar la violencia intrafamiliar. «Es un taller muy participativo, se analizan los sistemas de crianza de las familias», explica Marisa de Martinez, directora ejecutiva de la asociación CINDE y encargada de coordinar este taller. «Los talleres buscan transformar métodos de crianza, fortalecer relaciones intrafamiliares y dar a conocer la importancia del desarrollo en los primeros siete años de vida de un niño».

Imagen de uno de los talleres con padres que organizan los centros infantiles CINDE apoyados por Fundación MAPFRE

Nancy admite que «estos talleres me han ayudado muchísimo a criar a mi hijo» y reconoce que si no existiera un centro como este, no tendría más remedio que dejar a su hijo Stiven con su abuela para poder ir a trabajar. «Este espacio es bonito para los niños y les permite crecer al margen de la violencia que hay en la calle. También es muy útil para que los padres aprendamos a educar a nuestros hijos», añade la madre y exalumna haciendo suya una de las frases más célebres de Nelson Mandela: «La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo».

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