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A los policías nacionales le toca poner orden. Los militares se han limitado a poner carpas. Cober

Y entre tanta ignominia, la solidaridad

En días como ayer, Sanidad nos aconseja tener cuidado con el calor y salir a la calle solo lo imprescindible. Debe ser los inmigrantes son prescindibles.

FRANCISCO SUÁREZ ÁLAMO

Jueves, 10 de septiembre 2020, 01:00

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Hace un sol de justicia y lo que se ve es un acto de injusticia. Son las seis y media de la tarde y en el muelle de Arguineguín siguen acampados algo más de 400 personas. Hombres, mujeres y niños que llegaron en pateras y cayucos en las semanas precedentes y que se encuentran allí a la espera de que el Gobierno central, a través de la Delegación del Gobierno, los vaya recolocando en un complejó de bungalós de Maspalomas o en donde se le ocurra a altos funcionarios sentados en Madrid. Porque por allí sigue sin aparecer ministro alguno, como tampoco la secretaria de Estado de Inmigración, que ayer sí tuvo tiempo para un encuentro telemático y para enmendar de nuevo la plana al Gobierno canario sobre si estaba o no cerrada la visita del ministro Escrivá.

Pero a los que están en Arguineguín seguro que les da igual quién tiene la razón. Lo de ellos es tener paciencia mientras se achicharran. Debe ser que alguien ha llegado a la conclusión de que como son africanos, están vacuandos contra el sol ardiente. Incluso en esos días, como el de ayer, en que la Consejería de Sanidad nos recomienda prudencia y no exponernos al sol más de lo imprescindible. Y por lo visto, los hombres y mujeres de Arguineguín son prescindibles.

La ignominia es un como un espejo. La sufre, por encima de todo, quien la padece, pero ese acto vergonzoso, esa afrenta pública, se vuelve contra quien la ejecuta. Por eso es más que recomendable darse un salto al muelle de Arguineguín: para ver el trato impropio de una sociedad del Primer Mundo a quienes también son de este mundo.

Una mujer se acerca con su hijo y habla con la Policía Nacional. Quieren donar unos juguetes para que los niños inmigrantes

A las puertas de este campamento de la indignidad, una agente de la Policía Nacional advierte a los periodistas que esa es la frontera. Amablemente explica que de allí no se puede pasar, que hay que dejar el camino expedito por si tiene que entrar o salir un vehículo y que no hay pegas para tomar imágenes. Así lo hacemos. Periodísticamente es una pena no poder ir más adentro para ver hasta el último rincón o hablar con los afectados; humanamente, casi se agradece. Ese disgusto que te ahorras... que es lo de debió pensar el ministro Escrivá las varias veces que aplazó su visita. De todos modos, basta con mirar la primera de las carpas: allí se encuentran los menores de edad y sus familiares. Incluso un joven talludito que está deseoso de salir de ese mundo pequeñito pero ya se encarga la Policía Nacional de recordarle que es menor y que ese es sitio. Que sigan allí tirados una sola hora más es inaceptable.

De repente hay movimiento. Va a salir un grupo. Unas quince personas serán llevadas en guaguas a los bungalós Vistaflor. Hoy es su día de suerte. No hay más que ver los gestos de triunfo que hacen con las manos al salir, como también no hay más que mirar las caras de envidia que ponen los que allí se quedan.

Pese a la aparente calma chicha que se respira, la Policía Nacional no pierde detalle de cada gesto. En los últimos días han tenido que intervenir ante pequeñas trifulcas: unas por discusiones banales, otras por mero aburrimiento, las más por desesperación y también porque no debe ser fácil la convivencia entre personas de nacionalidades, culturas, etnias y tradiciones diferentes. Lo deben saber bien en el Ministerio de Migraciones e Inclusión pero se ve que son felices sabiéndolo, porque soluciones concretas, apenas las hay.

A eso de las siete de la tarde se acercan a la garita de entrada una mujer y su hijo. Canariona de pura cepa, tímida, discreta, con su niño de unos seis años cogido de la mano, la señora pregunta a la agente de la Policía Nacional si puede entregar unos juguetes que le sobran al niño para que los menores inmigrantes se entretengan. Va en serio: no es un invento para humanizar el reportaje ni una historia sacada de uno de esos edulcorados anuncios publicitarios que durante la pandemia nos aseguraban que íbamos a salir del estado de la alarma convertidos en mejores personas.

La explicación de la mujer es demoledora: «Lo hablé con mi hijo, que al final solo juega con cuatro camiones, y él está de acuerdo. Todos podemos echar una mano. Los canarios sabemos lo que es coger un barco para buscarse la vida en otro sitio. Y viendo cómo se está poniendo la cosa aquí, no me gustaría que mi hijo tuviese que hacer lo que esta gente».

Para qué contar más... Ya que los ministros no pueden venir, a lo mejor hay que mandar a la señora a Madrid para que les explique qué es la solidaridad, qué es la ignominia y qué es la dignidad.

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