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René, en su pizarra marcando la pauta a seguir. C7

Cómo olvidar el volcán una hora al día

Convivir con la erupción. El ejercicio físico en un gimnasio sirve a algunos palmeros para encontrar algo de normalidad en una isla en la que muchos de sus residentes han visto cómo su vida cambió por completo

DANIEL GÓMEZ

Domingo, 31 de octubre 2021

En la sala principal de CrossFit Arión sólo se escuchan los ventiladores de las bicicletas y algún que otro jadeo. Uno de ellos es el de Adexe, quien empapado en sudor empuja el suelo con todas sus fuerzas para poder escalar la pared. Mientras, su mujer, Sarai, salta sin parar sobre una caja haciendo resonar la madera con la suela de sus zapatos, marcando un compás que acompaña Verónica mientras pedalea y mueve los mangos de la airbike. La sinfonía termina cuando se detiene el cronómetro con un largo pitido y en ese momento la música, hasta entonces indescifrable, se empieza a hacer más y más nítida.

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Se acabó el entrenamiento y por la cabeza de Adexe, Sarai y Verónica, afectados directos por el volcán, no sobrepasan malos pensamientos ni la incertidumbre, sólo el instinto más básico de todos: el de sobrevivir.

«Escapé del volcán y me vengo a matar aquí», dice Adexe en tono de broma mientras Sarai y Verónica le acompañan con una risa cómplice.

«Pasas momentos de angustia, no tienes fuerza para nada, tienes ganas de vomitar, te tiemblan las piernas, hasta que te convences de que tienes que seguir adelante»

«Es una hora en la que te pones a entrenar y te olvidas de todo. En las clases no tienes tiempo a pensar ni a meditar tus problemas. Simplemente tienes que preocuparte por sobrevivir», agrega Sarai.

«A mí el venir a entrenar me está ayudando un montón», comenta por su parte Verónica. «Desconectas porque te parte la tarde. Y no solo es la hora en la que estás entrenando. Vienes 15 minutos antes, hablas con los compañeros, con los entrenadores, y desconectas. Desconectas de verdad».

Para Adexe, Sarai, Verónica y otra decena de clientes de Arión afectados por el volcán, el CrossFit está siendo una herramienta con la que poder desconectar del sinfín de problemas que tienen que lidiar. Este deporte es conocido por realizar entrenamientos que combinan muchas disciplinas (la gimnasia, la halterofilia y la resistencia) a alta intensidad. De ahí que cada clase de CrossFit se convierta en una aventura impredecible que garantiza altas pulsaciones y baño de sudor, la receta perfecta para olvidarse, al menos por una hora, de todo lo que está pasando.

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A las descargas de adrenalina se suma el sentimiento de comunidad impregnado en los orígenes de este deporte. A diferencia de los gimnasios tradicionales, los centros de CrossFit, más conocidos como boxes, son espacios en los que se fomenta la interacción humana.

«Están siendo momentos difíciles para muchos de nuestros atletas y clientes», comenta René Pérez, uno de los fundadores y entrenadores de CrossFit Arión.

«Nuestra obligación es estar a su lado y apoyarles en todo lo posible. Algunos han perdido sus proyectos, su hogar o han sufrido un drástica cambio de vida de un día para otro. Lo único que nos reconforta de toda esta situación es poder darles una hora al día donde temporalmente hacer que sus problemas sean un poco más pequeños y donde puedan recargarse de energía y ganas para afrontar el futuro», agrega René.

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La incertidumbre de la lava

Adexe y Sarai, por ejemplo, tienen una casa en Corazoncillo, uno de los primeros barrios confinados. Vivieron más cerca que nadie el estallido del volcán. La erupción se produjo detrás de su casa. Los temblores de aquel 19 de septiembre en el que comenzó todo los recuerdan mucho más fuertes y más intensos que los que se están viviendo estos días, con magnitudes próximas o superiores a cinco puntos en la escala del Insituto Geográfico Nacional. Recuerdan también el caos desatado cuando el magma hizo acto de presencia.

Adexe y Sarai apenas tuvieron media hora para recoger su casa y ponerse a refugio. Todo su barrio era un caos. La carretera era peligrosa. Los coches conducían como locos intentando escapar. Fueron momentos de prisas, estrés y agobios para salir de su casa, del hogar que habían construido con años de paciencia y trabajo para sus dos hijas. Del hogar que no saben si por suerte o por desgracia, aún se mantiene en pie, a 80 metros de la colada que ahora descansa al borde de la planta fotovoltaica de Las Manchas.

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«A veces solo quieres que acabe todo. Que la lava se lleve la casa y ponga fin a esta incertidumbre. Hace más o menos una semana fui de nuevo a recoger las últimas cosas que quedaban y cuando miré hacia adelante y vi que el paisaje de siempre había cambiado, que no era mi barrio de siempre, que enfrente tenía una pared de 20 metros de lava, me eché a llorar y me dije que nunca más podría volver a vivir aquí», explica Sarai.

«Vivimos en un estrés constante. No sólo por la situación de la casa, sino porque hay demasiada información», comenta Adexe. «Aunque lo que más me trastorna y es algo que no me he dado cuenta hasta que comenzó el volcán, es que todo lo que hemos ido construyendo puede desaparecer de la noche a la mañana sin tú poder hacer nada al respecto. Pero a veces pienso que lo mejor para nosotros es que todo termine».

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Verónica entiende a la perfección lo que comentan Sarai y Adexe. Ella vivía en La Laguna, bastante lejos del foco principal de la erupción. Ni siquiera pensaba que fuera a afectarle, pero poco a poco iba desalojando su casa, por lo que pudiera pasar y por lo que tristemente pasó: que la lava sepultó su casa en uno de los desbordamientos del cono.

«Cuando la colada se llevó mi casa, además de una tremenda pena, me abordó una especie de sensación de alivio. De alguna forma toda la incertidumbre y todos los miedos se fueron. Era horrible ir a mi casa a recogerlo todo. Realmente recogías todo menos los importante. Yo llevo 35 años viviendo en La Palma. Vine de la península cuando era una niña. Me mudé varias veces hasta que finalmente encontré un terreno en el que construí mi casa, mi hogar, el sitio donde nació mi hijo, donde se crio con sus primos, donde celebramos cientos de comidas en la bodega, donde celebró la comunión, donde tenía las lechugas plantadas... Todos esos recuerdos ya no están», apunta.

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Cuando finalmente se quedó sin casa, Verónica se movilizó de inmediato para conseguir un nuevo sitio donde vivir. Lo hacía por sus padres. Por devolverles un nuevo rincón en el que descansar y que no perdieran el arraigo. Pero la experiencia fue de todo menos gratificante.

«Cuando fui a ver esa casa, muy moderna, muy bonita, dio tal sensación de angustia... Me dije: yo no puedo vivir aquí. No es mi casa. No es el olor de mi familia. Tú creas una vida y unos recuerdos y eso no va a volver. Es difícil salir adelante», explica Verónica.

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Superar el trauma

Obviamente una clase de CrossFit no es una receta para superar el trauma de perder una casa, un barrio y un sinfín de recuerdos. Adexe, Sarai y Verónica han pasado malos momentos en estos días de erupción. Situaciones en las que no tenían fuerzas para nada. La barriga revuelta, flojera en las piernas, dolores de cabeza, noches de insomnio, mares de lágrimas... No tenían el cuerpo ni la cabeza para nada. Hasta que de repente deciden dar el paso.

«Pasé una semana en el lecho del dolor. No paraba de comer, no quería hablar con nadie, pero finalmente me decidí a ir a entrenar y creo que fue una buena idea», apunta Verónica mientras Sarai y Adexe asienten con la cabeza.

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«Pasas momentos de angustia, no tienes fuerza para nada, tienes ganas de vomitar, te tiemblan las piernas, hasta que te convences de que tienes que seguir adelante y afrontar los problemas. Y para ello, esa hora al día que pasas entrenando, conversando y, también hay que decirlo, sufriendo, te ayuda a desconectar y seguir adelante», agrega Sarai.

«Te vas a la cama con mil preguntas a la cabeza y ninguna respuesta. Te levantes con otras mil preguntas más y continúan sin ninguna respuesta. Pero cuando vienes a entrenar, por suerte, te olvidas de todo», concluye Adexe.

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