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Canarias es tierra de volcanes. Tenerife y Lanzarote, sin ir más lejos, viven de su legado. A ellos les deben buena parte de las visitas anuales de millones de turistas. La Palma, hasta ahora, también ha presumido de sus paisajes de lava, aunque en estos momentos, por desgracia, sufra los estragos de uno nuevo y ya se prepare incluso para convivir con sus secuelas. Pero Gran Canaria lleva siglos tratándolos con cierto desprecio. Salvo Bandama y algún otro, el resto sufren el oprobio de gobernantes y ciudadanía. Los de La Isleta se los apropiaron los militares. Y en Telde, los del campo de volcanes de Jinámar se han convertido, literalmente, en un estercolero al aire libre.
Una senda de asfalto que, de estar cuidada, podría dar la sensación a cualquier visitante de internarse en un entorno único, dominado por conos de factura relativamente reciente, en términos geológicos, y por una tierra hipnótica, ennegrecida por el picón que lo tapiza todo, es hoy un paseo por la degradación hecha paisaje. Escombros a uno y otro lado y baches como trincheras convierten en una tortura el acceso por la calle Plácido Fleitas (otro referente local que no se merece un recuerdo así) que enlaza con un camino privado que, a su vez, conduce a la Sima de Jinámar, una chimenea volcánica que en cualquier otra isla sería un lugar de visita obligada. Hay de todo. Parece un punto limpio. Alguno se dejó incluso los muebles de la sala. Un sillón abandonado. Un váter. Una nevera. Cuando no, toneladas de restos de obra.
Hace ahora algo más de un año, Antonio Morales, presidente del Cabildo, estuvo en este entorno para presenciar el primer descenso oficial a la Sima, con financiación pública, para iniciar una investigación sobre los posibles restos que queden en ese agujero de represaliados por el franquismo. Y su venida, o mejor dicho, el anuncio de su venida, sirvió al menos para que el Ayuntamiento o el dueño del camino sintiera vergüenza del incivismo que, por desgracia, reina en este paisaje, y ordenó dejar como una patena el camino. Hoy, un año después, los guarros han vuelto a esparcir sus miserias. Son ellos, los desaprensivos, los únicos responsables reales de esta imperdonable agresión, pero como quiera que la corporación local o el propietario no puede ponerle vallas al campo, hay quien ya pide a gritos que vuelva el presidente. Mientras tanto, Telde seguirá viviendo de espaldas a sus volcanes.
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