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Domingo Castilla no ha elegido esta vida que le ha tocado. Desde hace casi diez años que dejó de trabajar en la obra impedido por su enfermedad, una patología rara, hereditaria e incurable que afecta al sistema nervioso periférico y que recibe el nombre de Charcot Marie Tooth. Esta causa atrofia en las extremidades y suponen un problema degenerativo para las personas que lo sufren. Ahora mismo la tiene bastante avanzada y, para más inri, también tiene un tipo de diabetes que le afecta a los ojos y en enero le detectaron leucemia. Por todo ello son sus dos hijos, quienes también padecen la enfermedad poco común, los que ahora mismo le tienen que asistir en todo.
El banco le embargó la casa en la que vive desde hace más de una década, pero él, dos de sus tres hijos y su nieta de cuatro meses, quien le da fuerzas para seguir adelante, pueden seguir viviendo dentro amparados por la situación de vulnerabilidad en la que viven. Ahora mismo solo entra en el hogar la pensión que recibe él -inferior al salario mínimo interprofesional de 1.000 euros que establece el Estado- con la que tienen que subsistir los cuatro. Gracias a eso y las ayudas que les dan los Servicios Sociales del Ayuntamiento tienen para ir tirando, aunque no dignamente.
El piso en el que habitan, en la tercera planta de uno de los edificios ubicados en la calle Harimaguada, en el barrio de El Calero, ya no es suyo, pero la entidad bancaria a la que pertenece tampoco hace nada para adecentar una vivienda que ahora mismo se encuentra en unas condiciones irrisorias. Las paredes están resquebrajadas, los techos tienen la pintura descascarada como consecuencia de la humedad e, incluso, tras la última tormenta tropical Hermine se mojaron con el agua de la lluvia, que encontró huecos en los cimientos de la casa.
Domingo cada vez se siente más atrapado. Su discapacidad no le permite caminar con normalidad. Las pocas horas que puede dormir lo tiene que hacer medio sentado en la cama porque si se acuesta se asfixia. Lo mismo le sucede si camina durante mucho tiempo. Su equilibrio ya no es el mismo que antes. Tiene que moverse apoyándose en todos lados. Son 50 escalones los que tiene que bajar para ir a la calle y otros tantos que subir si quiere volver a su casa. No hay derecho.
Él y su familia tienen hasta 2024 para encontrar otro lugar en el que vivir. Ya no les queda mucho tiempo aquí y siguen esperando a que las administraciones públicas le cedan una vivienda adaptada a sus condiciones. «Si no fuese por mis hijos y mi nieta yo estaría hundido en una depresión o en un manicomio», comenta abatido por la situación.
La propia Carmen Hernández, alcaldesa de Telde, medió en 2018 para que la Consejería de Industria no cortase la luz en su edificio después de que este medio publicase su situación ya en aquel entonces. Lo consiguió. Pero ya no es suficiente. Domingo necesita un cobijo adecuado en el que vivir cómodamente. Por ello solicita al Gobierno de Canarias que atienda cuanto antes la solicitud que lleva más de cuatro años parada y le ceda una vivienda justa para él y sus descendientes más cercanos.
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