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El recorrido de los ladrones durante el robo en la Basílica de Teror. Infografía: Jaime Perera

El Louvre no es el único: Gran Canaria también vivió su propio robo de película

El asalto de las joyas en la pinacoteca ha conmocionado al mundo de la cultura y del arte, pero hace 50 años, los hizo el de la Virgen del Pino

Gaumet Florido

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 21 de octubre 2025, 13:11

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Siete minutos, un montacargas, encapuchados con motosierras y una huida en moto. El increíble asalto al Museo de Louvre ha conmocionado a todo el mundo del arte y la cultura, pero hace 50 años y a 2.500 kilómetros de París, Gran Canaria también vivió su propio robo de película.

El 17 de enero de 1975, la Virgen del Pino amaneció en la Basílica de Teror despojada de parte de sus joyas salvo por una medalla que quedó en el manto de la patrona. Quién o quiénes fueron los perpetradores continúa siendo un misterio.

Los inspectores de la Brigada de Investigación Criminal del Cuerpo General de Policía y los efectivos de la Guardia Civil determinaron que los ladrones accedieron a la cubierta del templo por la torre amarilla, donde está el campanario.

Entonces se barajó la posibilidad de que hubieran aprovechado que la tarde-noche anterior se había ido la luz en Teror durante varias horas para, en un descuido del monaguillo encargado de las campanas, subir a la torre amarilla y esconderse en su interior.

Ya con el templo cerrado, recorrieron el techo de la iglesia de delante a atrás, en dirección al altar, a lo largo del pretil plano en el que desemboca el tejado a dos aguas, y accedieron al interior del edificio por una ventana que daba a un espacio muerto entre la cubierta y el falso techo artesonado del camarín. Una vez allí, les bastó con apartar una de sus piezas (es desmontable), y bajaron con una especie de cuerda.

La hipótesis de los investigadores es que los autores trabajaron con parsimonia, durante horas, para escoger las piezas que les interesaba llevarse. Apenas hubo daños, salvo los provocados al forzar las vitrinas donde estaban las joyas y las que le causaron al manto del Niño Jesús. Dejaron sin alhajas, o casi, a las dos imágenes, pero sin dañarlas.

Cumplido el objetivo, salieron del camarín descolgándose con otra cuerda por el balcón que está sobre la puerta de la sacristía y, una vez en las naves del templo, lo abandonaron tras forzar la puerta lateral que da a la calle Obispo Marquina. Nunca se les pudo poner rostro. Nunca nadie vio nada.

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