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Una persona cambiando las flores a sus seres queridos este viernes en el cementerio de San Lázaro. Cober
Las Palmas de Gran Canaria

Vidas breves: la memoria más triste del cementerio

Los camposantos de Las Palmas de Gran Canaria testimonian despedidas precoces y especialmente dolorosas

David Ojeda Merino

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 31 de octubre 2025

Los cementerios de Las Palmas de Gran Canaria se acicalan esperando el desborde del día de Todos los Santos, fecha fúnebre que realza el dolor de la pérdida en un día de memoria y emociones. En el heterogéneo universo de las lápidas se talla a cincel el tiempo vivido y la finitud de lo compartido. Fechas que marcan un relato y que, en algunos casos, muestran como la memoria más dolorosa es la de aquellos que apenas tuvieron tiempo para existir.

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Hay un pequeño pasillo de nichos en el camposanto de San Lázaro que estremece. Un cuartel de nichos, muchos vacíos, que llama la atención por una estructura sin relleno en la que alguien ha colocado una especie de altar de muñecos navideños: tres pequeños duendes vestidos de Papás Noel, con el rojo de los trajes desconchado por los días y las inclemencias climáticas, una plaquita de la Virgen María con el niño en brazos, y unos renos colgados de la parte superior que reclaman su espacio en el improvisado y luctuoso portal.

Ese pasillo está a la espalda del muro que delimita la fuente a la que se llega en línea de recta desde la entrada. Allí el tamaño de los nichos es reducido, incapaz de acomodar un ataúd adulto. Leer los nombres de las placas y los años con los que se despidieron de la vida hace transversal el dolor. David se fue en 1988 con solo dos días. Jesús Salvador fue enterrado en 1968 con solo cinco meses, mientras que a Pablo un mes de enero le robó los días que le faltaban para cumplir el año. Vidas efímeras como las de Steven, en realidad llamado José Antonio.

Es un lugar discreto, como heredado de un tiempo anterior, en el que muchos de los nichos están abandonados con restos de lápidas rotas y años de polvo amontonándose en su interior. En esa imagen se concentra la memoria más triste del cementerio y es reflejo del dolor más intenso. Durante horas acompañado solo por el silencio. Y como sucede en todo el cementerio, donde se alternan ramas secas, símbolo de soledad, con el cuidado y pulcritud de los que llevan ese amor guardado en el interior.

No era este pasillo el más transitado de este viernes en San Lázaro. Cementerio en expansión en esa orilla desarrollista de Las Palmas de Gran Canaria. Aunque será este sábado cuando por razones de santoral acudan más personas, ya se percibía mucho movimiento en el lugar.

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Estampas de este viernes en San Lázaro.

Los puestos de flores apostados a un lado de la entrada principal trabajan a un ritmo incontenible. Los dolientes que mantienen la tradición de visitar a sus fallecidos compran con tacto, eligiendo con esmero entre la oferta floral. Las carpas ocupan un amplio espacio de lo que cualquier otro día es lugar de aparcamiento.

Dentro es inevitable caer en el cambio de gravedad, los tonos de voz se apagan en un recogimiento que muestra respeto. Mediada la mañana se produce un entierro. Es la señal inevitable de que el ritmo de la vida se impone a cualquier ceremonia. Agolpados a la entrada, un pequeño séquito acompaña un coche fúnebre hasta el lugar en el que su ser querido va a quedar para siempre.

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Las pequeñas fuentes escupen agua sin cesar, para dar de beber a las flores o para sacar el polvo del frontal de una lápida. La gente se ayuda a mover las pesadas escaleras para alcanzar los nichos más altos, en un acto de elevación espiritual.

Otros se reencuentran. «Yo ya hace ocho meses que no voy por el barrio», le comenta un hombre a otro. Señal de que algo se ha alterado en sus vidas a través de la pérdida de sus ascendentes, de los que ahora les queda la memoria y el respeto eterno ante su tumba.

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Primeros atascos

Las zonas de acceso a los cementerios de Las Palmas de Gran Canaria evidencian el cambio de flujo de estos días. Desde muy temprano, la circunvalación a la altura de su acceso a Siete Palmas, por la vía trasera de El Corte Inglés, ya andaba con retenciones importantes. Anticipo de lo que se espera para este sábado, cuando la afluencia se espera que crezca mucho en relación con lo vivido en estos días que preceden a Todos los Santos.

A la entrada de San Lázaro se notaba la afluencia extraordinaria de los servicios de Guaguas Municipales, que depositaban pequeñas riadas de familiares a los pies de la escalera principal de cementerio. En muchas ocasiones se usaban como circulares para llegar hasta la zona comercial de Siete Palmas después de haber acudido a honrar la memoria de sus seres queridos.

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Dentro todo daba cierta impresión de preparativos. Como en la producción de un gran festival. A un lado del pasillo central se montaba el altar de la misa al aire libre. Las furgonetas de las floristerías recorrían los carriles interiores del cementerio descargando toneladas de flores, dejado todo en el lugar adecuado para la gran concentración memorialista de este sábado.

Y allí seguía discreto, mientras tanto, ese pequeño pasillo de vidas breves pero perennes en el corazón de sus familiares. Un recordatorio crudo de lo efímero que puede llegar a ser todo en esta vida en la que apenas hay ya espacio para sentarse a echar de menos.

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