Begoña Suárez: No hay lluvia que la detenga
La Paterna es la coordenada vital de la presidenta del Club Baloncesto Esbisoni, un proyecto social al que ha dedicado más de media vida, compartiendo su entrega también con la comisión de fiestas y todo lo que sea necesario por sus vecinos
La Paterna es el ámbito geográfico en el que Begoña Suárez escribe su historia. Creció en el bloque 11 de la calle Emilio Arrieta, donde aún tiene su vivienda y a sus vecinos, a los que define como su segunda familia. Estudió allí mismo, en el Hernández Monzón, escuela de tantos y tantos niños y niñas de esa esquina de Las Palmas de Gran Canaria durante décadas, y allí, junto a Ismael Fernández, edificó el Club Baloncesto Esbisoni hace ya 26 años.
Este peculiar club de barrio que resiste con orgullo en largas jornadas de entrenamiento y partidos en patios de colegios, a la intemperie, sin techo con el que cubrirse de la agresión del sol o de los días lluviosos. Rogando por alguna hora libre en el pabellón techado que apenas unos metros más allá permanece vetado para ellos pese a llevar más de un cuarto de siglo con un proyecto más social que deportivo.
«¿Por qué sigo con esto?», se pregunta ella misma en voz alta. «Porque amo mi barrio», se responde sin que asome una duda en su semblante.
Busque aquí los otros rostros del barrio
Suárez siente con La Paterna un vínculo inquebrantable. Aunque su rostro sereno y luchador se oscurece un poco al pasar revista al estado de abandono que padece actualmente. El rabo de gato desborda todas las aceras y la desidia toma la forma de residuos orgánicos alrededor de los contenedores de la basura. La conversación fluye en el Pasaje de los grafiteros, donde el propio Esbisoni participó en un mural colectivo con Participación Ciudadana que hoy se ha convertido en un fresco cochambroso.
Y es que en ese barrio ha transcurrido toda su vida, desde la infancia hasta la madurez. Por eso se ha tratado de implicar en todos los procesos colectivos que podían alentar una vida mejor para este pobladísimo núcleo extrañamente encuadrado en el Distrito Centro de la ciudad.
«Soy de aquí, nací aquí, me crié aquí, estudié aquí, me casé aquí...», señala para enseñar las raíces que le aferran a este espacio urbano en el que parece que el tiempo se detuvo hace ya un tiempo. «Hoy, además del baloncesto, sigo unida a través del consejo escolar del instituto...», sigue relatando sus experiencias como si fueran documento acreditativo de identidad.
El CB Esbisoni se fundó en el año 2000 con un propósito: «ofrecerles la vía del deporte a los niños del barrio. Que tuvieran un lugar al que venir y con ese objetivo hemos cumplido. Hoy ya tenemos padres que han sido jugadores del club de niños. A lo largo de 26 años han pasado muchos niños por el club y para nosotros eso es lo más importante», explica Suárez.
Con el baloncesto han tenido que picar piedra en un barrio eminentemente futbolero. En aquellas calles convivió con las plataneras el viejo Paterna, comandado por Rafaelito. Luego nació la UD Guanche y, por último, el fútbol base de la ciudad se medía allí con el Flechas Paterna. Hoy de aquello solo queda el Esbisoni, la voluntad de Begoña e Ismael, y de un puñado de niños leales a la filosofía del club.
«Es duro sobrevivir», afirma Begoña Suárez. «Tenemos a los niños entre las instalaciones de lo que era el antiguo colegio Drago y el Perseidas. Cuando cerraron el Drago nos quitaron el agua y la luz y no tengo baños para los niños. Tenemos que llevar nosotros garrafas de agua para las cosas más elementales. Abajo no hay luz así que imagina los entrenamientos cuando empieza a oscurecer antes», indica.
Pelear por un techo
Esa batalla ocupa gran parte de su tiempo. Han pedido amparo hasta al Diputado del Común para tratar de solucionar esa situación que afecta, en la actualidad, a los más de 60 niños y niñas que forman parte de la institución de la que hablan con orgullo. «Queremos ganar partidos, como todos, pero en este equipo lo primero es lo social. Fuimos el primer equipo de las islas en el que pudo competir un niño con asperger. Aquí estamos para trabajar por el barrio», dice.
Y es que Begoña Suárez no quiere desvincularse de ese entorno. «Mis amigas siguen siendo las que conocí de niña aquí. Mantenemos el contacto y salimos a cenar juntas cada vez que podemos», detalla mientras rápidamente su memoria le trae recuerdos de otros tiempos, los viejos negocios desparecidos, los personajes que a pie de calle redactaron la memoria del lugar.
Por eso para Begoña el baloncesto no fue la única herramienta para trabajar por los vecinos. «Durante muchos años estuve en la comisión de fiestas, entre 2006 y 2014, que la asociación se desactivó y decayó la participación ciudadana. Pero recuerdo días muy bonitos. Actos con Roberto Herrera, que es de aquí, homenajes a Juan Alemán, que fue un personaje importante en el barrio. Recuerdo un día que llenamos de canastas la calle Manuel de Falla. Hasta un recital de un cura que tuvimos aquí, que era de Córdoba, y cantaba canciones con su guitarra», relata.
Y ahí sigue. Pese a todas las tormentas y atravesando todos los desiertos. Begoña Suárez Cabrera no tiene intención de tirar la toalla y que su proyecto más humano que deportiva siga vivo. A través de ese deporte que a ella le cambió la vida también cuando entró en él de lleno al conocer a Ismael.