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Pino Ojeda, en el centro y sentada, rodeada de parientes y amigos en Teror. José Luis Yánez

El veraneo, los Doreste y el cura en la cárcel

El verano no empezaba en Teror hasta que los Doreste, en tropel animado y vivificador, con acordeón, timple y guitarra como pertrechos, hacían su entrada por el Muro Nuevo

José Luis Yánez

Cronista Oficial de Teror

Domingo, 29 de junio 2025, 23:17

Cuando Pino Ojeda Quevedo nació en el barrio terorense de El Palmar en 1916, la villa era lugar de encuentro de intelectuales y familias de ... toda la burguesía isleña.

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'Teror es uno de los pueblos más hermosos de Gran Canaria, en el fondo de un valle bellísimo, a la sombra de un santuario célebre. Hay una paz conventual en el ambiente; de vez en vez atraviesa la calle grande de la villa en cuyo término está el templo de Nuestra Señora sobre una amplia plaza, algún automóvil cuyos bocinazos y trepidaciones profanan la calma religiosa de todo el paisaje. Llegan viajeros que vienen a admirar y gozar esto precisamente. Cada año aumenta el número de veraneantes. Teror triunfa, porque lo posee todo'

En 1918, el escritor Francisco González Díaz describía de esta manera en su libro 'Teror', las circunstancias que hacían atractivo el lugar para pasar temporadas de sereno reposo -que eso era entonces el veranear-; y ya una cantidad creciente de personas, sobre todo residentes de la ciudad de Las Palmas, lo habían elegido desde años antes como el lugar ideal donde sobrellevar los rigores estivales.

Personajes de la sociedad isleña como Gustavo Navarro Nieto, Domingo Doreste Rodríguez 'Fray Lesco', su hijo Víctor o el mismo González Díaz sentaban sus reales a comienzos de verano en El Recinto y algunos pagos aledaños y de aquí no se levantaban hasta que las primeras lloviznas con que finalizaban las Fiestas del Pino, los espantaban otra vez hacia la costa. También retornaban con relativa frecuencia, terorenses como el canónigo Miguel Suárez Miranda, su pariente el escritor José Miranda Guerra o el poeta y periodista Ignacio Quintana Marrero, que ayudaban a conformar una sociedad, que duraba lo que el estío, y que a la vez que aprovechaba los múltiples atractivos de la zona -las excursiones a Osorio, los bailes en la Sociedad Bella Aurora de El Palmar, los paseos por el barranco hasta la Fuente Agria o las tertulias en los hoteles Royal y El Pino- trasladaban a Teror propuestas lúdicas y festivas, conciertos, recitales poéticos, que enriquecían las relaciones de aquella sociedad de la primera mitad del siglo XX, un tanto anquilosada y cerrada sobre sí misma.

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Precisamente a poco de nacer Pino Ojeda, en 1918, a instancias de la recién creada Liga progresista y forestal Teror, con la concurrencia de oriundos y veraneantes se celebró la que podemos llamar primera Verbena Canaria que tuvo lugar el sábado siguiente al día de Las Marías, para cerrar las Fiestas del Pino, realizada gracias a la participación y colaboración de los veraneantes en la organización del evento y en los distintos puestos de telegrafía, bebidas, galletas, café o almendras tostadas, que la amenizaban.

En las décadas siguientes no se produjo más que un constante incremento de la cantidad de personas que veraneaban o incluso pasaban los fines de semana en la Villa. Familias como los Morales, Alzola, Millares, Quintana, Pírez, Castro, Cárdenes, Graziani, Jorge, Parada, Delisau, Sagaseta o personalidades de la sociedad isleña como el Gobernador Civil Arturo Armenta Tierno, los notarios Salvador García y Cayetano Ochoa, y más tarde, compositores como Néstor Álamo o Herminia Naranjo, aumentaban el censo terorense durante casi un trimestre todos los años. Tenía el veraneo en aquellos momentos el atractivo de la cercanía, no existía el anonimato; todos ellos pasaban a ser unos vecinos más de El Recinto. Así, era también frecuente el que los miembros de estas familias eligieran el pueblo para pasar en él otras temporadas de asueto no coincidentes con el verano: el político Fernando Sagaseta y su mujer Elisa López Ossa se casaron en 1956 y pasaron parte de su luna de miel en la casa de su padrino, Manuel Paradas, en el llamado Barrio de los Chalés; y Jane Millares Sall con su esposo, el periodista Luis Jorge Ramírez, disfrutaron de sus primeros días como casados en la calle Padre Cueto, frente a las tapias del jardín del Palacio Episcopal.

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Mamá Lola, en el centro de la primera fila de abajo, entre familiares y amigos. José Luis Yánez

En toda esta larga experiencia de mutua relación de afectos, y en ocasiones de dependencia, entre forasteros y terorenses, existe un caso de fidelidad ya casi centenaria a Teror y el disfrute de sus fiestas, paisajes y vecinos. Es el de la familia formada por Domingo Doreste Falcón, comerciante de Triana, y Dolores Morales Rodríguez.

Los Doreste Morales comenzaron a veranear en la Villa iniciando el pasado siglo, y su anual llegada en carro y burros desde Las Palmas, y posteriormente en coche hasta la misma plaza del pueblo suponía el comienzo del estío y las fiestas, y estuvieron presentes en todo lo que de festivo se organizó en Teror en el siglo XX. Y a esta familia se unió Pino Ojeda en 1937.

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Con el paso de los años y los sucesivos matrimonios, pese al fallecimiento del progenitor, se ampliaron la cantidad de casas que alquilaban en la villa para el disfrute del periodo canicular, y también sus permanencias en alguno de los hoteles del pueblo. No supusieron los casamientos, por tanto, un alejamiento de las costumbres en cuanto a la Villa se refería. Los nuevos allegados y la descendencia se unían a los usos de la familia: los Bello Doreste -hijos de Mª del Pino y del aparejador Ildefonso Bello; Domingo Doreste Ojeda -único hijo de Domingo y la poeta y pintora Pino Ojeda Quevedo-; las Pérez Doreste -hijas de Carmen y del carpintero natural de El Palmar, y primo de Pino Ojeda, Vicente Pérez Quevedo-; Octavio Rodríguez Doreste -hijo único de Mercedes y de Juan Rodríguez Doreste; los Rodríguez Doreste -hijos de Rosario y Arturo Rodríguez Losada; Ana Mª, casada con Felipe Quintana Fernández; Manuel, casado con Clara Aurora de Armas Megías; Dolores, casada con José Goncálvez; Pilar casada con Rafael Sánchez Tembleque; Luis, casado con María Manchado Medina y Teresa con Manuel Yánez Matos, siguieron la tradición familiar y cuando Néstor Álamo comenzó su proceso de regeneración de las fiestas en los años cincuenta toda la parentela intervino entusiastamente: ensayando las isas en sus propias casas; formando parrandas; en la romería vestidos a la usanza típica o como indianos en tartana; subiéndose a los camellos que la iniciaban; organizando partidos de fútbol entre la chiquillería foránea contra equipos de Teror, El Palmar o Valleseco; o con las famosas serenatas que fuera de programa, animaron las noches estivales de la villa durante años y trajeron algún que otro quebradero de cabeza al alcalde de turno.

Sólo un hecho destacado por lo que supuso, enturbió estas gratas relaciones del vecindario de Teror y los aquí veraneaban. En la tarde del lunes, 12 de septiembre de 1932, el sermón de la Novena del Pino estaba a cargo del Padre Redentorista de San Pablo, Vicente Sordo García, y en el mismo éste se encargó de denunciar públicamente determinadas actuaciones de la colonia veraniega, contrarias según su opinión a la moral, la decencia y el dogma católicos; y que iban desde lo poco apropiado de las vestimentas con que acudían las mujeres de estas familias de fuera, a la iglesia o su costumbre de merendar en los bares del pueblo o las burlas que realizaban algunos jóvenes dentro del templo y en las inmediaciones y el piropeo constante con que asediaban a todas las que entraban y salían de la basílica. Al término de la misa, el escándalo fue terrible, al que se juntaron varios de los agraviados, como Emilio Delisau, Jacinto Doreste Falcón y el notario Salvador García; y denunciaron aquella misma noche al gobernador civil lo ocurrido. A resultas de ello, Monseñor Socorro y el responsable del sermón, mientras se aclaraba el tema, quedaron detenidos en Las Palmas hasta el día siguiente.

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Mamá Lola, sentada abajo y rodeada de niños, en un verano de Teror. José Luis Yánez

Pero nada de ello importó mucho, ni menguó un ápice esta peculiar relación que durante décadas se creó entre los terorenses de entonces y los que eligieron por años la Villa para su descanso y respiro. Por algo, fue cosa sabida que el verano no empezaba en Teror hasta que los Doreste, en tropel animado y vivificador, con acordeón, timple y guitarra como pertrechos, hacían su entrada en la mariana villa por el Muro Nuevo.

Domingo Doreste, nieto de Pino Ojeda, preside en la actualidad la Fundación creada para mantener y difundir el legado artístico de la artista terorense; la última casa que ocuparon los descendientes de aquellos Doreste ha sido adquirida recientemente por una familia terorense y está en proceso de restauración; y la exposición que mostró recientemente parte de ese legado en la edificación que ocupa la oficina de turismo en la Plaza del Pino ha traído nuevamente a la villa los recuerdos y vivencias de aquellos veraneantes que durante décadas configuraron una sociedad y unas vivencias diferentes en torno a un pueblo que tal como lo describiera el mismo Rodríguez Doreste vivía una existencia casi levítica hasta que la cercanía del estío lo hacía revivir con deseos de parranda y fiesta.

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