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Leticia y Verónica Medina, segunda generación al frente de la pastelería Dulceamor. Cober

Dulceamor, medio siglo de tradición pastelera

Verónica y Leticia Medina tomaron el relevo de su padre y su tío, Juan y Jorge, y hoy están al frente del obrador y de la cafetería en Vecindario, cuya historia empezó a gestarse en los hornos del sur y sureste en 1975

Cristina González Oliva

Santa Lucía de Tirajana

Domingo, 19 de octubre 2025

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En el aroma de cada dulce y en el secreto de una masa vive una historia que comenzó hace medio siglo. La historia de Dulceamor, una pastelería nacida del tesón de dos hermanos, Juan y Jorge Medina, y de dos mujeres que nunca se quedaron atrás, Olga Pérez y Susana López. Hoy, esa herencia sigue presente en manos de la segunda generación, con Verónica y Leticia al frente, que ha convertido el legado familiar en un símbolo de identidad, cariño y resistencia en Vecindario.

Todo empezó en 1975, cuando Jorge se inició en los hornos de pastelerías de Santa Lucía y San Bartolomé. Unos años después se le unió su hermano Juan. Eran jóvenes y con la ilusión de levantar algo propio. En 1982 dieron el primer paso: abrieron un pequeño obrador en casa de Jorge, en El Doctoral, donde trabajaban noche y día. «Fueron años durísimos, pero los recordaban con nostalgia», rememoran las hijas de Juan, Verónica y Leticia.

En 1985, con el aroma de los dulces llenando el vecindario, llegó el primer local en la Avenida de Canarias 312, justo al lado de donde está el actual, con un nombre que parecía un presagio, Dulceamor. Con el paso de los años, el pequeño obrador ya no daba abasto y en los noventa se trasladaron al lugar donde aún continúa, en la calle Taoro, y levantaron otro edificio donde hoy está la cafetería y en el que llevan un cuarto de siglo.

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Aquí despachan unos 600 pasteles al día y alrededor de 25 tartas, todo de producción propia, aunque en momentos puntuales el ritmo se multiplica, como para Navidades y Reyes, con 2.000 roscones, además de polvorones, que ya empiezan a vender a finales de octubre, para San Rafael, con la receta de «toda la vida».

El roscón 'especial' de la casa, con crema, nata, chocolate y canela, es la joya del mostrador. Le sigue la clásica tartaleta de fresa y la de turrón, elaborada con almendra tostada y molida a mano. «Hacemos todo desde cero, con materia prima de calidad. Ese es nuestro sello», detalla Leticia, quien tomó el relevo en el obrador en 2014, tras la muerte de Juan, mientras Verónica lleva la cafetería. Ya en 2007 los dos hermanos habían separado sus caminos profesionales, porque Jorge optó por el sector inmobiliario.

El relevo

La segunda generación no siempre tuvo el camino claro. «Mi padre quería que yo estuviera en la cafetería, pero a mí me encantaba el obrador», confiesa Leticia. No lo tuvo fácil, pero tras estudiar pastelería y tomar las riendas, se ganó el respeto de quienes habían trabajado junto a su padre durante tres décadas. «Fueron ellos quienes me enseñaron a hacer todo como él lo hacía. Cada vez que quería cambiar algo, me decían: 'Pero tu padre no lo hacía así...'», cuenta con nostalgia. Olga, la madre, trabajó hasta el 2024, cuando se jubiló, aunque sigue pasándose por el local de vez en cuando.

Por eso, hablar de Dulceamor no es hablar solo de dulces: es hablar de familia, de esfuerzos compartidos, de amaneceres entre hornos y de tardes donde el olor a bizcocho lo cura todo, aunque también de muchas cabalgatas de Reyes perdidas. Y es que aquí, cada dulce tiene historia y un profundo respeto al oficio.

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