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Muchos de los inmigrantes que toman la decisión de subirse a un cayuco y arriesgar su vida en una de las rutas más mortíferas del planeta para llegar a Canarias lo hacen para salvar sus vidas. Unos huyen de situaciones de guerra, otros de persecuciones, de matrimonios no deseados... y también los hay que sufren enfermedades y patologías para los que no hay tratamiento en sus países. Quedarse allí es la muerte segura.
En esta situación se encontraba Cheick (nombre ficticio), un joven senegalés que llegó hace unos días a El Hierro. Sufre una lesión cardíaca de nacimiento y necesitaba subirse en un cayuco para llegar a nuestro país y tratarse. Ahora ya está en buenas manos y recibe los ciudadanos que necesita para una larga vida. «El cayuco era su única posibilidades para vivir y lo cogió», relata Teresa Cotonat Vives, 'la pediatra' de El Hierro durante los últimos 23 años, referencia en la isla y que, desde que comenzó la crisis migratoria en Canarias a finales de junio se ha volcado por completo en la asistencia y ayuda a los inmigrantes que llegan a la isla del meridiano. Ya lo hizo durante la 'crisis de los cayucos', entre los años 2006 y 2009 y seguirá el tiempo que pueda.
Cotonat, de 68 años y catalana de nacimiento, sigue al pie del cañón atendiendo a los pequeños de El Hierro durante las 24 horas del día -siempre está operativa por móvil para cualquier consulta- en el centro de salud de Valverde. Allí atiende a una amplia población de niños durante toda la mañana.
Por la tarde, si llega una embarcación, acude a pie de muelle a echar una mano en todo lo que pueda. El viernes pasado estuvo desde las cuatro y media de la tarde hasta cerca de las 11 de la noche. Cuando es necesario y la llaman va a atender a los adultos del centro de acogida de San Andrés, al igual que a los inmigrantes menores no acompañados de la residencia de estudiantes de Valverde. En ocasiones, cuando llegan niños pequeños sin un adulto y requieren hospitalización, es ella misma la que se queda por la noche acompañándolo.
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Como explica, los mayores llegan en ocasiones en un estado de salud complicado, con quemaduras por el sol, llagas y heridas que requieren curas por las horas de hacinamiento en el cayuco. «Lo pasan fatal porque para curar eso, cuesta», indica. Tras una primera atención van al centro de acogida y en 24-48 horas se les deriva a otras islas y después, a la península. Los niños, por su parte, llegan en un mejor estado de salud.
«Los niños son los que mejor llegan físicamente, en parte porque se alimentan de leche materna y porque los tratan muy bien», afirma Cotonat que, por ahora, no tiene ninguna intención de jubilarse. «Mientras aguante seguiré ayudando en lo que pueda», afirma. Su dedicación a los niños es plena y por ello fue reconocida a principios de este año con la Cruz Civil de la Orden de Sanidad. También este año se le concedió la Medalla de Oro de Canarias.
Los menores no acompañados, que están tutelados por el Gobierno de Canarias, acuden a su centro de salud a revisiones. Como explica, llegan al día uno o dos para que no haya un problema a la hora de atender al resto de los pacientes, ya que como, se les abre historia clínica lleva un rato. Después se les hace una analítica y se les ponen tres vacunas: la hepatitis b, la polio y la triple vírica. «No les gustan nada las agujas. Alguno trata de huir pero siempre vuelve», indica entre risas.
De los menores que han llegado en este repunte recuerda a un niño de cuatro años que no hacía más que llorar. No quería comer ni quería estar con nadie ni jugar con nada. Nada lo consolaba. «Éramos como tres personas intentando calmarlo pero no había manera. Le compramos un oso y un coche y nada. Al final lo que hicimos fue llamar a la persona con la que había llegado y que era su tío. La Policía Nacional lo trajo y se le quitaron todos los males», relata.
Cotonat resalta que todos los chicos menores al llegar aportan la misma fecha de nacimiento: el 1 de enero. «Unos de 2007, otros de 2008… pero todos nacieron el mismo día. El cumpleaños va a ser masivo», bromea la pediatra, que apunta que todos los chicos que están en El Hierro esperan a que se les realice la prueba ósea. De los 3.300 menores no acompañados que hay actualmente en las islas -se prevé que se deriven 347 a otras comunidades en las próximas semanas- cerca de 1.800 esperan por esta prueba para confirmar su edad.
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En El Hierro había a fecha de ayer 169 menores inmigrantes pero ha llegado a haber cerca de 400 en una población de hecho de 10.000 habitantes (censados son unos 11.000). El centro de la ESO que hay en El Hierro tiene solo 300 alumnos. De ahí la preocupación del presidente del Cabildo de la isla, Alpidio Armas, y su reivindicación al Gobierno de Canarias, que es quien tutela a los menas, para que los distribuya en islas más grandes y con más medios.
Cotonat resalta «lo cariñosos que son los menores que llegan a la isla». «Te dan unos besos y unos brazos. Si pudiera me los llevaba a casa», indica. Señala que el trabajo es «muy, muy duro porque es difícil dar ayuda a todo el mundo» aunque reconoce, que echar una mano le hace sentirse bien consigo misma.
La pediatra de El Hierro, como la conocen todos los herreños, destaca que ella ayuda porque le hace sentirse bien no porque nadie lo obligue y asegura que seguirá haciendo mientras tenga fuerzas. Cuando se le pregunta cuando se jubilará, afirma que cuando llegue a los 70. Sien embargo, su sonrisa hace anticipar que, tras esa edad, quizás intente una nueva prórroga. Los niños son su vida y ellos la adoran.
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