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La enfermera María Valle, en el centro de salud de El Calero, junto a un dibujo hecho por escolares a los que se les hizo un cribado en busca del coronavirus. cober

Del aplauso diario al agotamiento

Un año en el frente ·

La sociedad reconoció a los sanitarios en las primeras semanas de la pandemia. Ahora están extenuados pero llenos de esperanza

carmen delia aranda

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 14 de marzo 2021, 00:47

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Después de un año entero de epidemia, estamos más quemados. Es más duro ir todos los días a trabajar y ahora es cuando menos se acuerdan de nosotros», explica Luis Carlos Paredes, enfermero de la planta 8 del hospital Materno-Infantil de Gran Canaria, la zona cero de la covid-19 en la isla, habilitada específicamente para atender a pacientes con el virus.

«El reconocimiento no es algo necesario. Voy a trabajar porque me gusta y lo tengo que hacer, no porque nadie me aplauda. Pero a estas alturas el cansancio se nota en toda la sociedad y en el equipo sanitario la fatiga pandémica empieza a pasar factura. Es mucho el cansancio, el estrés y la incertidumbre», sostiene Paredes que ha trabajado con pacientes covid desde el inicio de la pandemia, una auténtica «montaña rusa» en la que ha visto cómo se llenaba la planta y luego se vaciaba, para volverse a llenar en septiembre, con la segunda ola.

Todos coinciden. Las primeras semanas fueron las peores. «El miedo del principio fue atroz. En los primeros turnos de 12 horas no comía nada. Tenía miedo de quitarme la mascarilla», explica el enfermero que desde el primer día contó con los equipos de protección (EPI) necesarios.

Los sanitarios de Atención Primaria, en aquellos días, no tuvieron la misma suerte. «Pasamos muchísimo miedo. No teníamos medidas de protección, ni suficiente mascarillas. No había protocolos. Teníamos que estudiar cómo nos organizábamos y cómo se usaban los EPI, pensarnos muy mucho cuándo usarlos. A pesar de que estábamos en pandemia, no teníamos suficientes para atender con ellos a todos los que tenían síntomas compatibles. Tampoco sabíamos cuándo mandar a los pacientes al hospital. No podíamos enviar a todos para no colapsarlo», recuerda Candelaria Díaz Gómez sobre su experiencia como médico de familia en el tinerfeño centro de salud Universidad, en La Laguna en la que sintió como si la hubieran enviado a una guerra sin armas. «Tuvimos que tomar decisiones que a todos nos han pasado factura, con mucho estrés, que afectó a nuestra salud mental», abunda la presidenta de la Asociación de Médicos de Atención Primaria de Canarias que no duda en calificar esos días como horrorosos. «Cuando terminábamos en la consulta, no parábamos de compartir información sobre el coronavirus y ver cómo nos organizábamos. Muchas veces acabábamos llorando, más aún cuando se nos morían pacientes que tampoco tenían mucha patología de base ni asfixia, que venían sin fiebre, solo con dolor de garganta, y al final te enteras de que habían fallecido», rememora Díaz que estuvo dos meses sin ver a sus hijos por padecer una enfermedad autoinmune. «Tuvimos un compañero ingresado con neumonía bilateral y a amistades graves. No lo digo a la ligera. Fue horroroso. Es cuestión de suerte», recalca la doctora. «El whatsapp no paraba ni de día ni de noche», dice sobre los días en que cada centro de salud elaboró su protocolo para capear el temporal. Ese caos, afirma, sirvió para reorganizar el servicio. Había que dejar hueco al seguimiento de positivos y sospechosos, una tarea que se suma a sus consultas y que duplica su agenda diaria. «Cuando ves que los contagios suben, nos venimos abajo», dice.

Los aplausos al personal sanitario fueron una constante en los meses de confinamiento, desde las ventanas y balcones y a las puertas de los hospitales. En la imagen, sanitarios del Doctor Negrín aplauden a las puertas del centro.

Más allá de estos picos, la situación en las UCI fue difícil desde el primer momento. Sobre todo cuando había que comunicar a la familia de un enfermo de covid que va morir, cuenta Yésica Sosa intensivista del hospital Negrín. Ni los aplausos la reconfortaron, solo el apoyo de internistas, celadores y enfermeras que saben lo que ocurre en la UMI le ha servido para no desfallecer.

Ha visto morir de covid a personas de 40 años sin patología previa y le desmoraliza ver a gente sin mascarilla. Recuerda que la única forma de vencer al virus es protegerse contra él. Así y todo Sosa conserva la fe. «Tengo esperanza en la vacuna, mucha. Es nuestra salida».

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