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Raúl Arévalo encarna en el filme a uno de los tres amigos protagonistas, vigilantes de seguridad en paro que traman un plan.
Raúl Arévalo: «Todavía se me escapan machirulismos, aunque ahora me doy cuenta»

Raúl Arévalo: «Todavía se me escapan machirulismos, aunque ahora me doy cuenta»

'El plan' encierra al actor en un piso junto a otros dos amigos en paro en una comedia negra con un final inesperado

Jueves, 20 de febrero 2020

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Raúl Arévalo (Móstoles, 1979) conoce muy bien el ambiente y los personajes de 'El plan', adaptación de una obra teatral sobre tres perdedores, vigilantes de seguridad despedidos de la misma empresa, que se reúnen en la casa de uno de ellos para acometer una misión. Polo Menárguez dirige esta mezcla de comedia costumbrista e intriga negra con final inesperado, protagonizada por Antonio de la Torre, Chema del Barco y Raúl Arévalo, quien ya escribe su segunda película como director tras los cuatro Goyas que consiguió 'Tarde para la ira' hace tres años.

-Los astros se alinearon para que acabara haciendo 'El plan'.

-Sí. 'El plan' se basa en una obra de teatro de Ignasi Vidal que vi por recomendación de un amigo actor cuando estaba con los preparativos de 'Tarde para la ira'. Me fascinó. Uno de sus actores era Chema del Barco, que hace el mismo personaje en la película. Me gustó tanto que le ofrecí un papelito en 'Tarde para la ira' y me hice amigo suyo. Cuatro años después, Polo Menárguez me pregunta si conozco una obra de teatro llamada 'El plan', porque va a llevarla al cine. Y me sugiere que Antonio de la Torre sea el tercer actor, al que yo había mandado a ver la obra…

-¿Por qué le fascinó?

-Había tanta verdad… Costumbrismo en el buen sentido y humor que surge de conversaciones cotidianas y que me remite, salvando las distancia, a los guiones de Rafael Azcona y Berlanga, como 'El verdugo'. Soterradamente va emergiendo el drama entre el humor hasta que te pega el pelotazo final. Como actor, pensé que esos textos que yo había escuchado en el teatro tenían que ser muy chulos llevados al cine. Fue un gusto hacer una película de tres semanas y media en dos localizaciones.

–A los tres personajes de 'El plan' les une estar en paro.

–Sí, son personas tan distintas que si no hubieran trabajado juntos no serían amigos. Ellos se sienten perdedores, pero no hacen victimismo, sino que quieren cambiar las cosas, por eso tienen un plan.

-Los protagonistas nunca terminan de salir de la casa, casi como en 'El ángel exterminador' de Buñuel.

-Sí. Ahí está la dificultad de adaptarla al cine, había que conseguir una atmósfera con sentido narrativo para que los personajes no puedan salir de la casa porque sí.

–El director sostiene que en el filme hay una crítica a la masculinidad tóxica.

–Es algo que está hecho de manera consciente por parte del director y de los actores. Dibuja comportamientos de tres amigos, vigilantes de seguridad en paro de un barrio periférico de Madrid, que se reúnen mientras comen pipas y beben cerveza. Hablan de sus parejas con unos chascarrillos que hace unos años daban para la risa colectiva. Pero ahora te sensibilizas y dices qué patético ese machirulismo barato.

–Algo ha hecho clic en nosotros.

–Sí. Eso me gusta mucho. Yo he tenido tantas conversaciones de esas con mis amigos en Móstoles después de jugar al fútbol… Todavía se me escapan machirulismos, pero ahora me doy cuenta. Un chiste de esos en una película de los 80 provocaba las risas del público, pero ahora se pone para que hagamos autocrítica de lo que seguimos siendo.

Raúl Arévalo, Antonio de la Torre y Chema del Barco en 'El plan'.
Raúl Arévalo, Antonio de la Torre y Chema del Barco en 'El plan'.

–Usted pasó de firmar autógrafos en 'Compañeros' a trabajar en Ikea. Conoce la desazón del paro y el mundo que retrata 'El plan'.

–Mis padres siguen viviendo en Móstoles y mis tíos, que son todos de un pueblo de Segovia, lo hacen en Alcorcón, Fuenlabrada, Leganés y Alcobendas. Yo soy un afortunado en una profesión en la que hay un 90% de paro y doy gracias a la vida cada día. Pero me muevo con amigos y familiares en los que hay más gente que lo pasa mal que bien.

–¿Se entrega igual en una superproducción como 'Oro' que en una película rodada en tres semanas y media sin salir de un piso como esta?

–Te sientes más responsable en una película pequeña, porque hay que tirar para adelante como sea. Te responsabilizas más y haces piña con el equipo, aunque en todas te dejas la piel.

–Han pasado tres años de su triunfo en los Goya con 'Tarde para la ira'. ¿Qué le sorprendió de su salto a la dirección?

–En aquella época estaba muy removido emocionalmente, lo pasé regular por temas personales. Me costó mucho encontrar financiación porque me empeñé en hacerla sin ninguna concesión. Mi gran baza fue poder ganarme la vida como actor, no me pasó como a amigos directores, que llevan diez años moviendo guiones y aceptan modificarlos con tal de rodar. Yo hice cero concesiones, y esto provocó que perdiera inversores, que querían actores más jóvenes y guapos, con tirón en redes sociales, o que la historia fuera menos cruda. Hice la película que quería para bien y para mal.

–¿Eso significa que en su segunda película como director va a hacer más concesiones?

–Que sueñe con hacer una película no significa que desconozca que no voy a tener el dinero ni la distribución deseada. Pero seguiré sin aceptar quitar un actor o introducir un efecto especial porque me lo pidan. Ahora estoy escribiendo, no tengo plazos, aunque me comen las ganas de dirigir y me encantaría tener el guion terminado.

–Confiesa que no supo gestionar bien el éxito.

–No era tanto el éxito, sino que la crisis que uno tiene a los cuarenta yo la sufrí a los treinta y siete. Lo pasé muy mal en el montaje, me obsesioné. Ahora lo disfruto recordando. Es como si a ti, el día que te dan un premio como periodista, esa misma tarde has roto con tu pareja. Después te dicen que no se te veía feliz ese día. Cuando a mí me daban la enhorabuena, yo asociaba aquellos días con mi oscuridad mental. Los amigos me decían, «¡sonríe, cojones!». Estaba contento con mi éxito, pero triste en lo personal.

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