Una noche de carnaval de 1982, dos gabarras –la DB-11 y la Intermec 255– y el remolcador Jaramac 49 se desprendieron de sus amarras en el Puerto de Las Palmas y acabaron embarrancando en la escollera de la desembocadura del Guiniguada, junto al Teatro Pérez Galdós.
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Alguna mascarita confundida por la ingesta de destilados apreciaría confusa la imagen surrealista con la que la mañana siguiente despertó Las Palmas de Gran Canaria, y la leyenda popular cuenta que Juan Rodríguez Doreste, alcalde por aquel tiempo, llamó asustado a la Comandancia de la Guardia Civil para decir que «un barco se estampó contra el teatro».
El Jaramac 49 se convirtió en paisaje de la ciudad. Ninguna de las operaciones para rescatar sus restos fue efectiva, y todavía quedan pedazos suyos repartidos por la escollera.
Por aquellos primeros años apareció en la política insular Chano Franquis. El concejal más joven en la historia de la capital y, con el paso de los años, constructor en la sombra del relato del PSOE de la isla. Es célebre por el manejo en la sombra de los flujos de poder interno de su partido; y no menos célebre fueron sus maniobras en la cascada de pactos locales de los últimos meses, con las que estuvo a punto de dinamitar el llamado pacto de las flores.
Su último hito fue defenestrar a Isabel Mena –número dos en la lista– para poner a uno de su cuerda, Miguel Ángel Pérez, como portavoz en el Cabildo tras la vuelta de Luis Ibarra al Puerto. Los que alzaron la voz sintetizaron la situación por la vía del machismo. Y es aún más sencillo que eso. Ni la valía ni el género de Mena tiene que ver con la jugada. Solo pertenece a la familia equivocada, y no es la de Franquis, que como el Jaramac 49, se niega a desaparecer del paisaje.
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