Ahora Puigdemont quiere convertirse en un presidente en el exilio, un tipo que huye de la justicia española porque se considera una víctima de la represión... Sería para echar unas carcajadas si no fuera porque la historia, la española, la europea y la mundial, están llenas de hombres y mujeres que no tuvieron otra salida que esa y, desde luego, su situación no es comparable con la del presidente autonómico cesado a partir de un artículo constitucional. Un cese sobre cuya severidad podremos debatir, pero sobre cuya legalidad, no. Y como nuestro sistema es tan garantista, cabe incluso llevar ese debate al ámbito jurídico, con un recurso al propio Tribunal Constitucional.
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Puigdemont parece haberle cogido el gusto a provocar. Casi como si fuera un chiquillo jugando a que los otros caigan en el truco y se líe una pelea en el patio del colegio. Lo hizo con esa foto que colgó de la sede de la Generalitat, como dando a entender que había acudido a su despacho como un día cualquiera. Lo hizo también con su paseo por Girona, recibiendo aplausos, accediendo a fotografiarse con quienes se lo pedían, como si fuese una estrella de Hollywood. Lo hizo también celebrando la victoria del Girona contra el Real Madrid... y ahora lo hace marchándose a Bruselas a sabiendas de que el mismo día se anunciaría una querella de la Fiscalía contra él y unos cuantos más de su corte de independentistas.
Ya puestos, está tardando el hombre en colgar la estelada en el Manneken Pis bruselense y en hacerse una foto pidiendo una cerveza en El Rey de España, uno de los bares más bonitos de la ciudad y que está situado justo en la Grand Place, el lugar más visitado por cuantos se acercan a la capital belga -ciudad, por cierto, recomendable desde el punto de vista turístico, por más que tenga fama de triste y aburrida, cosa que ciertamente es en gran medida-. Claro que en El Rey de España mejor que Puigdemont vaya con el bolsillo bien lleno porque cobran la cerveza a precio de oro: seguro que el presidente cesado hará el chiste fácil de que llamándose como se llama el local, el robo estaba garantizado...
Veremos cómo acaba esta aventura pero lo triste es que Puigdemont no se dé cuenta de que hay catalanes que creyeron en su particular locura y que no tienen medios para marcharse a Bruselas, esos que ahora se han quedado sin el timonel de su rebelión. Mientras, él pasa los días en la ciudad de Tintín, los mejillones, las papas fritas y la buena cerveza (y carísima) en El Rey de España. Como diría el Manneken Pis en un frío día de invierno, es (con perdón) para mear y no echar gota.
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