"¡Yo vine a verte, chiquitica mía!"
amilet no podía contener el llanto mientras el ataúd de Yedna era introducido en el nicho. El dolor se unió a la rabia de esa muerte injusta y a la impotencia de no poder retener a su hija con ella. La mujer cruzó el Atlántico en un viaje desesperado para estar con la joven en su agonía, pero su hija no lo supo. Vivirá con la pena de que Yedna no pudo verla y decirle adiós. El silencio se cernía como una losa en el camposanto pasada la una del mediodía de ayer. Familiares y amigos asistieron con sufrida entereza al momento en que era introducido en un nicho el ataúd de color rosa que guardaba los restos mortales de Yedna Botet Castañeda, de 22 años, una de las dos víctimas de la deflagración el miércoles en el hotel Cordial Mogán Playa. Pero Yamilet, su madre, no pudo evitar derrumbarse cuando tocó la hora de marcharse. «¡Ay, chiquitica mía, mi niña!», se lamentaba una y otra vez. «¡Yo vine a verte, mi niña, vine a verte, tanto que te hablé, pero ya no me escuchabas!», decía. Cruzó el charco desde Cuba y llegó a verla viva, pero Yedna, que tenía el 90% de su cuerpo quemado por la explosión de gas en el spa del hotel, ya estaba inconsciente por la sedación. Por eso ayer no quiso tampoco alejarse de su hija, pero la familia logró convencerla de que debía salir, que al día siguiente ya podría volver junto a Yedna, en la intimidad. Ayer, desde luego, no estaba sola. Todo lo contrario. Su dolor fue compartido por decenas de amigos, familiares y compañeros de trabajo que quisieron presenciar la despedida de Yedna. Entre ellos estaba su abuela Fela, su tía materna, Dayami, ambas residentes en Gran Canaria, y también pudo estar finalmente su padre, José Luis Botet, recién llegado de Cuba y a quien al menos le dio tiempo de velar el cuerpo de su niña gracias a las gestiones del Consulado de Cuba en Canarias. No tenía pasaporte porque, entre otras cosas, nunca había salido de la mayor de las Antillas. Texto íntegro en la edición impresa
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