«Los sátrapas decadentes de la cultura paran los cambios»
El ex consejero insular de Cultura (y de Deportes) valora la situación actual de instituciones representativas de la vida cultural isleña como la Orquesta Filarmónica, el teatro Cuyás o el CAAM y lamenta que en la isla sigan imperando las «malas prácticas» fruto de las presiones.
Usted ha estado vinculado políticamente con la cultura durante muchos años. ¿Cómo se valora, ahora desde la distancia, la situación cultural? Estamos en un proceso de cambio. No solo hay crisis económica, sino crisis de modelo y prioridades sociales,... La cultura participa de esa crisis, tanto en las instituciones de titularidad pública como en el cambio de perspectiva que deriva del mayor y deseable protagonismo del sector privado. Los aparatos culturales tradicionales tienen poco futuro si no revisa críticamente su papel. Y ese cambio debe venir también de la aportación de una savia nueva de creadores y gestores culturales cuyo nivel formativo ha crecido de forma importante. Tengo la penosa sensación de que un proceso de cambio, como el que se está dando en muchos sitios, aquí se ve interrumpido por la interferencia de poderes que solo quieren perpetuarse, por sátrapas decadentes de la cultura tradicional. Realmente es inquietante. Se supone que nuestra época es la del código de buenas prácticas... Sí, hay un discurso del mérito, de la transparencia, de las buenas prácticas, pero la realidad es que en Canarias, previamente, hay que erradicar las malas prácticas porque lo que refleja, por ejemplo, el proceso de selección de la gerencia en la OFGC es lo arraigadas que están las malas prácticas. No podemos frustrar a esas generaciones bien formadas dándoles a entender que todo es un paripé, que todo vale, que sea cual sea tu mérito, tu esfuerzo, todo está atado y bien atado y las cosas seguirán funcionando como siempre han funcionado... Evidentemente, no está de acuerdo con la selección de la gerencia de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Por segunda vez consecutiva la Orquesta convoca una selección de gerente con criterios ambiguos y oscurantistas y, a mi juicio, manifiestamente ilegales. Hace unos años, también se habló de que estaba cantado [el nombre de] un señor que ni siquiera hablaba español. Hemos sido el hazmerreír. Ahora se convoca una plaza y hay una falta total de sintonía entre los requisitos y el contenido de la plaza, lo que nos lleva a presumir que, en definitiva, es un retrato robot de una persona concreta, y eso es un tongo. Sin embargo, cuando usted gobernaba no había concursos. __ En los casos de los que me habla, estamos hablando de gerencia, hubo procesos selectivos o promoción interna. Sacar una plaza para alguien a quien se iba a dar de antemano no se dio jamás en la etapa en la que tuve responsabilidad. Es más, en este momento hay al menos tres gerentes de importantes instituciones culturales, respetados y profesionales, que salieron de ese tipo de procesos que yo impulsé. Pero también tuvo algunos problemas por plantear cambios, incluyendo la Orquesta Filarmónica. __ Una orquesta tiene siempre el reto del cambio. Ninguna institución puede sobrevivir sin hacerse preguntas y obtener repuestas, pues eso significa la rutina y la muerte del proyecto. Yo, en su momento, quise hacer cambios y que tuviese proyección más allá de la temporada de conciertos. La orquesta tenía y tiene un presupuesto muy importante y debe justificarse, hay que devolverlo a la sociedad. Por otro lado, lo que he notado es que no puedes tener una institución cultural en el siglo XXI, en torno a objetivos de mitad del XX y con procedimientos de gestión del XIX o anteriores. Ese es el tema. Hay quien piensa que seguimos en el período de los 50 a los 80, en la época del apogeo de festivales... Eso ya pasó a la historia, aunque con dinero se puede aparentar que tienes algo. ¿Lo que usted dice no depende de la gestión política? __ Por una parte es una responsabilidad política, sobre todo de aquellas personas que se pliegan a poderes que no aparecen explícitamente en la política y que, entre bambalinas, deciden muchas cosas. Pero no tiene que ser así. El TEA llevó un proceso selección para la dirección ejemplar. Otras islas no han tenido tal nivel de interferencia en decisiones culturales como Gran Canaria. Los últimos directores de la Sinfónica de Tenerife fueron elegidos en un proceso normal, con participación de los músicos ¿por qué en Gran Canaria no? ¿Sintió usted, cuando gobernaba, esa presión de «las bambalinas»? __ Sí, sí, por supuesto. ¿Hizo algo al respecto? ¿Se opuso? ¿Claudicó? __ Lo único que puedo decir es que nunca tomé ninguna decisión impulsada por ese tipo de poderes en la sombra. Es más, a raíz del cese de un determinado director sufrí campañas bochornosas. A veces, aunque sea entendido como algo vanidoso, yo me he sentido como un paréntesis. Habré cometido muchos errores, pero nunca, nunca, he permitido que me impongan decisiones desde el exterior. Hablemos de sus errores, y pienso en el Cuyás, en la Orquesta, el CAAM... ¿No quiso cambiar, como usted dice, las cosas demasiado rápido? __Con el Cuyás no tuve ningún conflicto significativo. Pero no es cuestión de más rápido o despacio, sino de hacer las cosas con un criterio. En el Cuyás no había mucho donde escoger a la hora de dotarlo de una estructura profesional. Se creó una estructura mínima y [Manuel] Gutiérrez fue importante en ese momento. El equipo inicial que se forjó en torno al Cuyás, prácticamente, ha seguido igual. Pero en esa época no existía tradición de ese tipo de gestión cultural. El Pérez Galdós no había creado nada y esta es una sociedad muy arrepollinada sobre vicios de gestión desde hace muchísimo tiempo. Una dosis de profesionalidad hace que mucha gente salte por los aires, es la resistencia al cambio. Pero el cambio tiene que venir si queremos estar en los tiempos que vivimos. Hay quien aprovecha el poder para llamar cambios a imponer sus gustos... __ Yo defiendo lo contrario, tienes que programar a pesar de tus gustos. Si se preside una institución pública debes actuar en un plano generalista. La programación no puede ser una prolongación de tus gustos personales. Quizás la falta de un público crítico propicia ese amateurismo en las instituciones culturales... __ Uno de los problemas de las instituciones y empresas culturales es el creciente carácter acrítico del público. Hay un pressing de la cultura espectáculo que lleva a que todo el mundo aplauda todo y que, tras los baños de multitudes y las críticas complacientes o interesadas, crezcan los problemas y se fragüe la decadencia. Pasemos al CAAM. Recientemente Martín Chirino aseguró que el museo había decaído... __ Nunca vi claro el discurso intergaláctico, la idea de que un primer espada del circuito internacional bastaría para colocarnos en órbita. El CAAM tenía que realizar, como lo ha hecho, lecturas y revisiones sobre la vanguardia en Canarias, así como proyectos más cercanos a sus posibilidades. Desde ese punto de vista, me siento particularmente satisfecho de haber confiado a Antonio Zaya la dirección de Atlántica, con la que se rompieron fronteras y discursos. Otro ejemplo, Álvaro Rodríguez Fominaya, «un tal Fominaya», como dijo alguno, formó parte del staf del CAAM en la etapa de Frank González y ha cosechado importantes éxitos, está en el Guggenheim, donde es el curator para España. Eso indica que, a veces, esas figuras que nos ponen en sintonía con el mundo mundial las tenemos más cerca de lo que pensamos y solo la ceguera o la fascinación por ciertos personajes del circuito internacional nos impide ver que las tenemos al lado.
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FALTA DE DEBATE SOBRE EL CASTILLO DE LA LUZ
Fundación Chirino. Preguntado por la fundación que se dedicará al escultor grancanario en el Castillo de la Luz, Angulo cree que nuestra ciudad «no conserva demasiados vestigios de su pasado, y en muchos casos los que sobreviven han sido deteriorados. La Casa de Colon ha llevado sobre sus hombros la lectura de la ciudad histórica, pero ésta se debe reflejar también en los espacios que sobreviven. La muralla de la ciudad, los fortines y bastiones que la jalonaban no han sido bien tratados. El Castillo de San Francisco está semiabandonado; el de Mata ha sufrido una intervención salvaje a un coste astronómico, y el Castillo de la Luz, tras varias intervenciones, se propone a estas alturas para ese fin. Yo creo que todos estos espacios están vinculados a una lectura de nuestra ciudad histórica y, fundamentalmente, deben hablar de si mismos, y no convertirse en soportes de proyectos que borran su memoria».
Impunidades. «Personalmente», continuó, «podría dar datos concretos. Me he opuesto siempre a la creación de fundaciones con dinero público en beneficio de particulares, por ilustres que sean, en una línea de pensamiento muy enraizada en la cultura anglosajona. En todo caso, ha faltado debate e información. Nada extraño en una ciudad de impunidades, tinieblas y silencios».
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