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El próximo parado…

Lunes, 20 de julio 2020, 06:27

Fue uno de los lemas en las manifestaciones del 19-J. Y circula mucho, también, por las redes sociales. «El próximo parado, que sea un diputado». A mí, que viví la última etapa del franquismo y el nacimiento doloroso de esta democracia necesariamente imperfecta, como todas las obras humanas, la dichosa frase me produce una enorme desazón, un profundo desagrado. Y me desconcierta el aplauso que recibe de ultraconservadores y alternativos de izquierda. Se imaginan «el próximo parado que sea un maestro, médico o funcionario de cualquier tipo» (la CEOE aplaudiría con las orejas), «el próximo parado que sea un minero» (Soria haría lo propio), «el próximo parado que sea un sindicalista» (se escucharían, lamentablemente, también aplausos), «el próximo parado que sea un trabajador de la tele autonómica» (como afirman algunos sindicalistas muy solidarios). No es eso, no es eso. Lo que no impide reconocer que hay, buenos, regulares y, por supuesto, malos diputados, al igual que en todas las actividades humanas hay personas que no cumplen con la tarea que les ha sido encomendada, que defraudan la confianza que se ha depositado en ellos. En todas. Como señalé en Twitter, con sus limitaciones espaciales de 140 caracteres: «Yo deseo que no haya próximos parados de ninguna actividad. Y si es un diputado, que sea porque así lo deciden los electores con sus votos», no por otras razones, salvo sentencia judicial que lo inhabilite, claro. Ya puestos, preferiría que el próximo parado fuera un especulador, un defraudador fiscal, un xenófobo, un delincuente ecológico o un misógino. O, por los eventos de estos días, un miembro del nada democrático y muy elitista COI. Es verdad que algunas pancartas de manifestaciones de la etapa reciente eran aún peores, como aquella que rezaba «La única Constitución buena es la que arde». Pero no constituye un consuelo, al menos para mí, los diferentes niveles de agresión a esta democracia que nos costó tanto construir tras casi cuarenta años de dictadura franquista. Críticas a la democracia y a la política todas; pero siempre fundamentadas y con la intención de perfeccionarla de manera permanente, de hacerla más participativa, abierta y transparente, no de volver a trasnochados caudillismos. Desde la extrema derecha se observa con satisfacción la percepción negativa de la política en la mayoría de la ciudadanía, como confirman los diferentes estudios sociológicos. Es un caldo de cultivo perfecto para el nacimiento de populismos salvapatrias. Lo estamos viendo con el ascenso de formaciones ultras en los distintos estados europeos con un discurso simplón antisistema y adornado con propuestas racistas, xenófobas y homófobas.

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Irresponsabilidad. Resulta más contraproducente ver la alegría con la que gente progresista corea esas consignas, como comprobé en la movilización del día 19 de julio, en la que me dirigí a un líder sindical para señalarle que la «desaparición de los diputados» solo podía satisfacer a los autoritarios, no a las personas con sólidas convicciones democráticas; o la irresponsabilidad manifiesta con la que se difunde la cantidad ingente de correos electrónicos o tuits que tratan de denigrar a la política aportando datos rotundamente falsos. No solo el bulo del elevado número de políticos que hay en España, que ya desmonté en otro artículo (445.568 políticos y tres piedras, publicado en este mismo blog y que, pese a la modestia del mismo, y al hecho de no estar enganchado a ningún medio de comunicación, ha sido leído ya por más de 50.000 personas), cuando la cifra no llega a la cuarta parte, a 100.000 (de los que casi la mitad son concejales que no cobran), y es perfectamente homologable a los otros estados de la Unión Europea, sino también sobre otros aspectos. En un correo electrónico que recibí recientemente se aseguraba que los maestros «cobran 1.400 euros, los médicos 2.200 y los diputados (añaden «de mierda que no saben hacer la o con un canuto», la buena educación que no falte nunca) llegan a 30.000 euros al mes y durante toda su vida», un disparate mayúsculo que luego es reenviado sin la menor reflexión y sin comprobar la veracidad de las cifras aportadas. Y, asimismo, sin pensar en la intencionalidad, de acoso y derribo a la democracia, que tienen semejantes campañas perfectamente orquestadas, nada inocentes.

Un millón de curas. Alguien, de manera brillante, lo criticaba en un tuit en el que afirmaba, lo digo de memoria, que en España «hay 1.220.000 curas y más de cien mil monaguillos, según un reciente estudio de Moncloa. Difúndelo». Con ironía, aplicaba el mismo modelo y el mismo rigor en los datos y en las fuentes que muchas de las informaciones sobre los políticos que cotidianamente se cuelan por las redes sociales y algunos medios de comunicación. No hay un millón de curas ni 400.000 políticos. Ni los diputados ganan esas barbaridades ni de coña. Conozco a directores generales del Gobierno canario o diputados que ganan bastante menos en sus actuales y temporales responsabilidades que en sus puestos como médicos de la sanidad pública o profesores universitarios. No hay un millón de curas ni 400.000 políticos. Lo que sí hay, y en abundancia, es un cuestionamiento de brocha gorda, sin matices, en muchas ocasiones claramente manipulador, que alimenta demagógicamente los sentimientos contra la política y que abre las puertas de par en par a los que quisieran acabar con ella. Y con la democracia, claro.

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