Nicolás Melini: “El lector es un ente activo”
El escritor palmero acaba de editar con Reino de Cordelia ‘Africanos en Madrid’, una obra que el autor califica de «libro de familia» y «mestizaje literario» y en la que recrea y ahonda en la relación de tensión entre la realidad, la ficción y las vivencias personales.
— En hay una conferencia, relatos, cuentos... ¿Puede resumir el discurso, el hilo conductor que los une?
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— Hay una conferencia, al final. Relatos y cuentos de distintas extensiones, aunque solo uno largo. Hay varios fragmentos de otros libros míos aún no publicados. Y cuentos de otros libros míos aún no publicados. Creo que puede ser considerado un discurso fragmentario. Cada pieza es un brochazo. Pero, lo que importa, posiblemente, se encuentra entre un brochazo y otro. Es en cierto modo una forma elusiva de contar, porque así evito ir directamente a decir lo que se supone que hay que decir tal como se supone que hay que decirlo. Por otro lado, es un tipo de discurso que, sobre todo, sale desde muy cerca de lo que soy: trato un tema que es universal, pero lo hago desde la familiaridad, desde mí mismo, sin salirme de mí. Porque así es como creo que es más literatura.
— ¿Es una invitación a los lectores para que ellos mismos interpreten esos «brochazos»? ¿Prefiere el riesgo de no ser entendido a expresarlo, como usted dice, «directamente»?
— Cuando se trata de literatura, no existe la posibilidad de no interpretar. El lector es un ente activo. Participa. Como lector sé que, a menudo, disfruto más con aquello que marca una pequeña o gran distancia entre lo que es y lo que podría ser. Se traduce en profundidad y en misterio. Ese misterio puede ser el atractivo de la lectura. No me parece que comprender o no comprender el significado de lo que se lee sea un problema, muchas veces es al contrario. El significado definitivo está en el lector, depende de las experiencias que atesore. No veo cuál sería el riesgo de la no comprensión. Escribir una obra que fuese tan transparente y literal que fuese entendida exactamente como quiere el autor que sea entendida por absolutamente todo el mundo, no solo es utópico, sería verdaderamente aburrido, plano, insignificante. No significaría. Cuando leemos una narración en la que todo se expresa tal como una inmensa mayoría de personas expresaría cada una de las cosas que se cuentan, nos encontramos con la torpeza del lugar común, el cliché, el tópico, lo manido, lo obvio, y todo ello resulta bastante insignificante, más aún cuanto más se acumula. Realmente, el mejor camino para no decir nada es precisamente el camino del temor a que no se entienda.
— Dice alguna reseña que este libro enfrenta a los lectores con sus miedos ¿Son también los suyos? ¿Por qué? ¿Ayuda a superarlos?
— No creo que los miedos de nadie sean el objeto de este libro. Yo soy una persona poco temerosa. Así que no hay en este libro miedos míos, creo. No al menos debidos a los africanos de Madrid. En cuanto a que si el libro puede ayudar a superar algún miedo de alguien, habiendo, como hay, personas con miedos un tanto irracionales en relación con la emigración: sí, en la medida que conocemos, normalmente, dejamos de temer, y esto sucede también en el caso de que se tema al emigrante. Este libro, en cuanto que literatura, no busca ser útil, y tampoco es un libro de autoayuda; pero, si alguien quiere autoayudarse contra su propio racismo, la literatura es la mejor (no autoayuda) ayuda que encontrará.
— Lo que pasa es que cada vez se lee menos... Cada vez se autoayuda menos gente a través de los libros...
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— Yo creo que cada vez leemos más. Leemos (y escribimos) en todo tipo de soportes, en todo tipo de medios. Lo escrito, después de algunas décadas, compite con la televisión. Hace unos años eso era impensable. La escritura y la lectura se han popularizado de un modo que es ciertamente increíble. Pero no leemos más literatura, posiblemente, que antes. El exceso de oferta no juega a favor de que la lectura sea una actividad más valorada, sino, posiblemente, menos valorada. Es un problema de valores. En el sentido de que ahora todo vale más o menos lo mismo, lo bello parece valer lo mismo que casi cualquier cosa, porque casi cualquier cosa vende más que algo realmente hermoso, y el valor dinero es un valor importantísimo en nuestra sociedad. Se valora lo que vende por encima de lo que tiene valor literario. Pienso que cada uno de nosotros debe preguntarse de vez en cuando por lo que está haciendo, porque a todos nos resulta muy cómodo dejarnos llevar, disgregarnos, abandonarnos a lo que sea, incurrir con gusto en lo mediocre. Es más fácil funcionar en dinámicas decadentes, del todo vale, del qué más da, del «pues a mí me gusta», que en dinámicas que requieren conocimiento, criterio, buen gusto, formación. Incluso a los que somos medianamente sensibles a lo bello nos cuesta menos dejarnos llevar, disgregarnos en cosas que no tienen mayor valor, que atender a lo que sí lo tiene. Ni siquiera nosotros soportamos estar todo el tiempo en lo hermoso. Pero es que además nos encontramos en una coyuntura social y económica que parece ser muy propicia para la entronización de lo tonto, vago, ñoño, fácil, inmaduro, vacío, chabacano. Eso hay que mirárselo todo el tiempo.
— Elsa López dice que su literatura es parecida a los escritores que usted admira ¿Qué cree que ha «heredado» o, al menos, querría heredar de ellos?
— Creo que de los escritores a los que uno admira nada se hereda. Dialogamos con ellos. La literatura es un diálogo continuo con muchas cosas. Y una de ellas, importante, es aquello que hemos leído y nos ha interpelado. También nos interpela el mundo, como, en el caso de este libro, el mundo de los africanos que viven en Madrid. Aunque quizás debiera ser más preciso: se trata de un libro de familia, por ello, lo que me interpela en este caso es aquello que sucede a mi alrededor. La observación —a lo largo de mucho tiempo— de aquellos que vienen a mi casa.
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— ¿Se podría decir, entonces, que es autobiográfica?
— Es más bien, mestizaje literario. Me gusta la literatura que combina, en distintos porcentajes, varios géneros. Y en una misma pieza puede coexistir perfectamente un porcentaje de ficción, otro de crónica de la realidad, otro de vivencia personal. Me interesa la tensión entre, básicamente, tres cosas: lo que es verdad, lo que es ficción (o mentira) y lo que ha sido vivido personalmente.
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