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El presidente electo Joe Biden EFE
El Senado le niega a Biden el reconocimiento

El Senado le niega a Biden el reconocimiento

El presidente electo comienza su tarea de transición, pese al boicot del gobierno de Trump, formando un grupo de asesores para el coronavirus y suplicando el uso de la mascarilla

mercedes gallego

Nueva York

Lunes, 9 de noviembre 2020

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En su primer día laborable como presidente electo, Joe Biden se enfrentó ayer a la tarea de combatir la pandemia del coronavirus, como había prometido. Le acompañaban buenas y malas noticias juntas, la del desarrollo de una vacuna que, según el doctor Anthony Fauci, epidemiólogo jefe del país, será efectiva en más de un 90% de los casos, algo que disparó el júbilo en los mercados de Wall Street. La mala, que EEUU pasaba la barrera de los diez millones de casos, más que ningún otro país del mundo.

Se trataba no solo de cumplir una promesa electoral y de ponerse diligentemente a trabajar, sin esperar al 20 de enero, sino de reafirmar ante el público su papel al frente del país. El presidente electo comparece cada día ante las cámaras con una excusa u otra y recibe la atención de todas las televisiones. Ayer, en los escasos diez minutos de discurso, advirtió a sus compatriotas de que, pese a las buenas noticias sobre la vacuna, «todavía nos enfrentamos a un invierno muy oscuro», porque le quedan muchos meses de desarrollo.

La pandemia, que acumula ya un balance mortal de casi 240.000 en EE UU, puede llevarse por delante a otras 200.000 personas en los próximos meses. «Por favor, os lo imploro, poneros la mascarilla», suplicó Biden. «Podemos salvar decenas de miles de vidas. Y no las vidas de demócratas o republicanos, sino las de estadounidenses».

Era todo un cambio de actitud en la cúpula del país. Frente al negacionismo de Trump, Biden insiste en que «llevar la mascarilla no es un signo político», sino de sentido común. Su estrategia es acabar convirtiendo esa mascarilla en un símbolo patriótico de quienes quieran sentirse héroes, pero para eso tiene que deshacer todo el trabajo propagandístico de su antecesor.

Con ello también le obliga a tomar cartas en el asunto. Ayer el vicepresidente Mike Pence mantuvo la primera reunión del Grupo de Trabajo del Coronavirus que se celebra en la Casa Blanca desde el 20 de octubre, necesitado de demostrar que Biden no es el único que se preocupa por el asunto. El nuevo presidente electo anunció ayer el panel de expertos y científicos que le acompañará hasta la Casa Blanca para asesorarle en la lucha contra la pandemia. Dos de ellos han trabajado con el gobierno de Trump, por lo que Biden muestra ya la línea que va a seguir para unir al país.

Luciana Borio fue directora de Preparación Médica y Autodefensa en el Consejo de Seguridad Nacional hasta el año pasado, y ahora trabaja de vicepresidenta en el fondo de inversión In-Q-Tell, ligado con la CIA. El otro es Rick Bright, un inmunólogo investigador de vacunas, que trabajaba como director de la Autoridad para Desarrollo Avanzado Biomédico hasta que Trump lo degradó a un cargo inferior en el Instituto Nacional de la Salud en abril pasado, por negarse a apoyar el acceso a dos fármacos contra la malaria sin efectos probados para el Covid-19, chloroquine e hydroxychloroquine. Al día siguiente publicó un artículo de opinión en el Washington Post acusando al gobierno de poner en peligro la salud pública con su «hostilidad hacia la verdad y politización de la respuesta a la pandemia».

Bright también ha trabajado como consejero de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la que Trump retiró a EEUU. Biden ha prometido revertir esa decisión en su primer día de gobierno, para el que todavía faltan 71 días. En las próximas semanas planea tomar un papel protagonista en las negociaciones con los legisladores para aprobar un nuevo plan de estímulo económico, a pesar de que el líder del Senado Mitch McConnell le negó ayer el reconocimiento que le están profesando muchos líderes mundiales.

En la revisión de los resultados electorales, que han permitido a su partido mantener el control de Senado y ganar asientos en la Cámara Baja, McConnell dijo que el presidente «está cien por cien en su derecho» de no conceder la derrota. El mandatario ha pedido el recuento en dos estados –Wisconsin y Georgia- que acabaron con un margen de error menor al 1%, e interpuesto recursos legales en otros cinco estados. Además, la mayoría de los estados no han terminado el proceso de certificar los resultados, algo para lo que Nevada, por ejemplo, tiene hasta el 1 de diciembre.

Con ese argumento, los leales del presidente en los puestos clave de gobierno que deberían estar facilitando la transición se han negado a hacerlo. La pieza fundamental es la Administración de Servicios Generales, una agencia oscura y burocrática cuya directora Emily Murphy tendría que haber escrito una carta que permitía transferir fondos e información de gobierno al equipo de transición. Biden planea anunciar nombres de quienes trabajarán con él en la Casa Blanca esta misma semana. Ayer recordó que «el proceso de elección se ha acabado» y pidió poner a un lado las riñas partidistas por el bien del país.

Le escuchaban algunos republicanos chapados a la antigua que no se juegan su futuro en las urnas, como el ex gobernador de Utah Mike Leavitt, del Centro para las Transiciones Presidenciales, una organización no gubernamental sin ánimo de lucro que ayuda a los candidatos y a sus equipos a navegar esa etapa. «Estas han sido unas elecciones muy reñidas, pero la historia está repleta de presidentes que emergieron de campañas así asistiendo galantemente a sus sucesores», recordó. Como muestra, lapidó el comunicado del centro con una frase del presidente George H. Bush a su sucesor Bill Clinton: «Tu éxito es ahora el de nuestro país».

George W. Bush, otro peso pesado del partido con un fuerte tirón moral, reconoció el domingo la victoria de Biden y le agradeció su «patriota» decisión de unir al país. Con él Trump quedaba más acorralado que nunca, pero aún apoyado por su círculo de leales en el Senado como Lindsey Graham, Ted Cruz y Marco Rubio, que le necesitan en el cargo para seguir rentabilizando su influencia en el poder.

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