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Anastasia Kovalevska, Katerina Chupina y Elisabeta Semenenko se ejercitan en la Compañía Nacional de Danza. virginia carrasco
El baile en paz de Anastasia

El baile en paz de Anastasia

Bailarinas ucranianas huidas de Kiev se integran en la Compañía Nacional de Danza para no frenar sus carreras; tres de ellas debutarán en mayo en el Teatro Real

Miércoles, 6 de abril 2022, 13:18

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Los ojos de Anastasia Kovalevska tienen motivos sobrados para la tristeza. Con solo 21 años sabe lo que es ser refugiada por partida doble. Primero cuando tuvo que abandonar su hogar en Donetsk, la ciudad del este de Ucrania que los rusos tomaron en 2014, y ahora, cuando nuevamente los soldados de Putin han arrasado Makarov, un pueblo a 50 kilómetros de Kiev donde vivía con su familia.

Cuando la madrugada del 24 de febrero, Rusia comenzó a bombardear Ucrania, Anastasia, huérfana de padre, se refugió con su madre y sus hermanos en un pequeño sótano de la vivienda. Allí permanecieron escondidos ocho días hasta que los rusos irrumpieron en la casa y les desalojaron a la fuerza. Al menos no les mataron, como a la dueña de una panadería cercana sobre la que cayó un misil.

Huyeron de Makarov en un coche bajo bandera blanca y pudieron llegar a la capital. Pero en Kiev ya nada era lo mismo. Con la vida paralizada, Anastasia, que lleva practicando ballet desde los 6 años y pertenece al elenco de la Ópera Nacional de Ucrania, veía truncada su prometedora carrera por la guerra.

Gracias a los contactos en España de una conocida bailarina ucraniana, la joven Anastasia ha podido salir del país (su familia permanece allí) junto a Katerina, Elisabeta y otras tres bailarinas más. Las seis han encontrado un refugio vital y profesional en el seno de la Compañía Nacional de Danza (CND), donde entrenan y ensayan a diario.

Ejercicios de barra, estiramientos, saltos... las chicas necesitan mantener una formación que Putin interrumpió bruscamente. Estrenos, funciones y coreografías saltaron por los aires amenazando con dar al traste sus brillantes trayectorias. Ahora, junto al resto de los bailarines de la CND, ejecutan pliés y jetés en las instalaciones de la compañía en Madrid, y bajo la atenta (y protectora) mirada de su director, Joaquín De Luz.

Las jóvenes, de entre 21 y 25 años, tienen ahora la oportunidad de continuar con sus carreras. Y hacerlo en paz. «Llegaron con lo puesto, no tenían ni zapatillas de ballet ni ropa para entrenar», cuenta Victoria Glushchenko, pianista ucraniana de la CND que lleva 14 años en España y se ha convertido en el ángel de la guarda de sus compatriotas. «¡Qué menos!». Se está desviviendo por ayudarlas «porque no tienen dinero para comer. Les han dejado un apartamento donde duermen y con eso van tirando», detalla la pianista. Ella y otros compañeros les suelen comprar alimentos para llenar la nevera.

Agradecidas

Anastasia, Katerina y Elisabeta no se quejan. Todo lo contrario. Están agradecidas de los afectos que han encontrado a su alrededor. Katerina y Elisabeta, de hecho, han sido contratadas por la CND y debutarán en el Teatro Real en mayo con ‘Giselle’. «Para nosotras también es una oportunidad de denunciar lo que los rusos están haciendo en nuestro país», dicen las tres, que solo piensan en regresar a sus hogares cuando termine esta guerra «incomprensible y que tanto dolor está causando».

Las tres jóvenes, en un entrenamiento.
Las tres jóvenes, en un entrenamiento. virginia carrasco

El padre de Katerina (economista) y el de Elisabeta (promotor de festivales) se han visto de la noche a la mañana armados con un fusil y patrullando Kiev en un batallón uniformado de vigilancia. «Estamos preocupadas por ellos y también por nuestras madres y hermanos. Para nosotras es muy angustioso ver en televisión lo que ha pasado en Bucha o Mariupol. Te entra mucha ira y dolor, se te rompe el alma». Y dicen que todos esos sentimientos, en los que también se entremezclan el cariño y la solidaridad de sus compañeros, los van a canalizar a través de la danza, con los movimientos armónicos de su cuerpo. Porque en sus miradas azules, de momento, hay más desconsuelo que esperanza.

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